Es la secuela de El cuento de la criada, distopía misógina que devino manifiesto feminista en la era del #MeToo // Destaca entre los trabajos finalistas del Premio Booker 2019
Miércoles 11 de septiembre de 2019, p. 5
Londres. La escritora canadiense Margaret Atwood presentó ayer en Londres Los testamentos, secuela del aclamado El cuento de la criada (1985), una distopía misógina aterradora que se erigió en verdadero manifiesto feminista en la era del movimiento #MeToo.
Su obra es ‘‘una advertencia’’ sobre la violencia ejercida contra las mujeres, dijo Melisa Kumas, holandesa de 27 años, quien asistía el lunes por la noche al lanzamiento, vestida de rojo para recordar el uniforme de las ‘‘criadas’’.
Atwood ‘‘me hizo más consciente de la política que me rodea; ahora me fijo más en la actualidad... para asegurarme de que no ocurre lo peor’’, sostuvo antes de escuchar, al filo de la medianoche, a la novelista de 79 años leer en directo fragmentos de su nuevo libro a sus admiradores.
Este segundo tomo, que desde el martes circula en librerías, promete enorme éxito: fue elegido entre los finalistas para el Booker Prize 2019, la prestigiosa recompensa literaria británica, y su adaptación a la televisión ya está en curso.
Sigue así a su predecesor, cuyas ventas se vieron reavivadas por su adaptación a la pantalla chica, que alcanzó 8 millones de copias en el mundo sólo en la versión en inglés. La versión en español de Los testamentos sale a la venta mañana.
Lydia, maquiavélica jefa de las tías
En 1985 Atwood imaginó un Estados Unidos convertido en ‘‘República de Gilead’’, país totalitario teocrático cuyos dirigentes violan, en ceremonias religiosas con la ayuda de sus esposas, a las mujeres capaces de procrear, las ‘‘criadas’’, para quedarse con sus bebés.
Son reglas justificadas por un supuesto Dios omnipresente en las costumbres diarias, incluso en la forma de saludar: en Gilead, las conversaciones comienzan con la expresión ‘‘Bendito sea el fruto’’.
En ese oscuro mundo, una mujer, June, intenta sobrevivir. En el primer tomo es ella la que hace descubrir al lector, a través de un monólogo angustiante, esta dictadura misógina, en el que se le impone el papel de criada reproductora y se le quita el de madre.
Porque June tiene dos hijas, pero sin derechos sobre ninguna: la primera vive con una familia y la segunda, recién nacida, es enviada con su marido a Canadá.
Los testamentos cuenta su historia, 15 años después: en Gilead está Agnes, ‘‘preciosa flor’’ educada en la culpabilidad entre cursos de bordado y matrimonios forzados; y en Canadá, Daisy, una adolescente que pronto lamentará tener una vida demasiado ordinaria.
Pero es sobre todo la voz de una tercera narradora la que mantiene al lector en vilo: la tía Lydia, jefa maquiavélica de las ‘‘tías’’, ese grupo de mujeres encargadas de esclavizar a sus compatriotas fértiles.
A lo largo de los capítulos, el lector descubre su pasado de mujer libre y las etapas de su transformación en un monstruo, construido por el instinto de supervivencia ante los hombres tiránicos, pero también por ansias de poder... hasta hacerse bastante poderosa para hacer temblar a quienes la dominan.
Treinta y cinco años buscando respuestas
Margaret Atwood tardó casi 35 años en concebir esta secuela, inspirada por las preguntas que le hacían sus lectores.
Treinta y cinco años dejan mucho tiempo para reflexionar sobre las respuestas posibles, que evolucionaron a medida que la sociedad se transformaba y las hipótesis se hacían realidad, afirma la novelista al final del libro.
‘‘Los ciudadanos de muchos países, incluido Estados Unidos, sufren hoy tensiones más fuertes que hace tres décadas’’, sostiene.
El cuento de la criada, que fue un gran éxito tras su publicación en 1985, se convirtió en verdadero manifiesto feminista de los tiempos modernos tras su adaptación en serie televisiva en 2017, que le permitió llegar a un nuevo público.
En Argentina, Irlanda, Polonia, Hungría... las ‘‘criadas’’, vestidas con capas rojas y grandes tocados blancos, se convirtieron en ‘‘un símbolo inmediatamente reconocible’’ en combates feministas como la defensa del derecho al aborto.
En Estados Unidos se erigieron en símbolo contra Donald Trump, pero también en altavoz del #MeToo, como una parábola de la deriva conservadora estadunidense desde su llegada al poder.