Casi un año de enderezar el barco
al vez no se explique en el Informe que hoy rendirá la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, pero la tarea principal en este primer año de su administración ha sido desmontar todo lo que nos han venido explicando: daño a la Ciudad de México.
Y esa labor ha golpeado, sin duda, a ciertos agentes del gobierno pasado que de ninguna manera piensan declararse vencidos así nada más. Para ellos hoy hubiera sido el día de la venganza, pero no todo salió como previeron; es más, fueron derrotados antes de iniciar la batalla.
La estrategia tuvo que ver con el apoyo, sólo supuesto, que tendrían quienes organizaban el asunto (el ex líder de los trabajadores Juan Ayala y Miguel Ángel Vásquez, quien entiende que la mejor defensa es el ataque), pero el sindicato de trabajadores del gobierno decidió no comprar el plan y se manifestó contrario a una posible manifestación pública en contra de la jefa de Gobierno.
No obstante, eso no quiere decir que dentro del sindicato las cosas estén muy tranquilas, por el contrario, en muchas de las secciones aún no se asimila que en el gobierno que cumple un año las cosas ya no pueden seguir siendo las mismas, pero por lo pronto los inconformes se han plegado a la decisión de la mayoría que apoya la gestión de Sheinbaum.
El asunto no es laboral, como ya lo explicamos aquí. Para ciertos personajes como Ricardo Monreal la campaña para convertirse en jefe de Gobierno al final del lustro que corre desde hoy debía iniciar con urgencia para lograr algún apoyo de la población, pero todo indica que volvió a fallar.
En su campaña la principal motivación es golpear a la jefa de Gobierno; el rumor corre como certeza por todos lados y nadie ha tratado de desmentirlo, lo que explica que los golpes continuarán, aunque como ya es sabido también, cuando los planes empiezan a desabarrancar busca a su contrario para advertir, en conferencia de prensa, que nunca lo atacó y que son los mejores correligionarios.
Pero hay un plan B y este tiene su base en los empleados del gobierno que han sido despedidos, y que bien podrían alimentar alguna manifestación callejera con la que se buscará desvirtuar el discurso de la jefa de Gobierno. Esta opción aún no se ha concretado y tiene oposiciones, pero hay quien asegura que se sigue insistiendo en que hay que ir a la calle a inconformarse con el gobierno actual, y si hoy todo transcurre en calma, la derrota de quienes buscan protegerse atacando tal vez sea el último capítulo de esa larga labor de la jefa de Gobierno por enderezar los renglones torcidos con los que topó hace ya un año.
De pasadita
Bueno, no cabe duda que la gente le dio una lección muy dura a los gobiernos anteriores. Esta vez el Zócalo volvió a ser de ellos, de la gente. No se necesitaron las medidas que hablaban de lo peligroso que es juntar a los mexicanos en una plaza pública como el Zócalo. El saldo fue blanco, cuando menos en lo que a los festejos se refiere. En ninguna de las 16 plazoletas de las alcaldías donde se efectuaron las festividades se presentó algún problema mayor.
Desapareció un factor que había convertido el festejo patrio en una pequeña venganza. La gente sabía lo que sus gobiernos estaban haciendo y su respuesta era silbar y gritar insultos a la figura presidencial en cuanto aparecía en el balcón central, y esa gente, la del Zócalo, a fin de cuentas disipaba sus enojos; sólo se aferraba a la condición única que les recomendaba la historia: ¡Qué viva México!
El Grito quedó marcado desde hace unas tres décadas por el morbo: lo único que se quería saber era cuántos insultos habían estrellado en las piedras del Palacio Nacional. Entonces se supo que las palabras dolían en lo más profundo y se buscó inhibir la presencia de la gente. Filtros, revisiones, intimidarlos, de eso se trataba, y casi se consiguió, pero ahora el Zócalo volvió a estar abierto para todos y se logró un primer cometido: el miedo desapareció.