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Frankenstein: legado maldito
E

n un sótano abandonado de la Biblioteca de Londres apareció una caja de hierro, herméticamente cerrada. La caja se hallaba oculta entre muebles desvencijados, baúles de cuero apolillados y enseres de utilería.

Con cuidado, un joven pasante mexicano en la honorable institución, forzó el oxidado candado de la caja, encontrándose con un manuscrito encintado de hojas amarillentas, foliadas y excelentemente conservadas.

El inédito (sin clasificar) llevaba en la carátula siglas y números apuntados con tinta descolorada: P-II-MS-19-G.A.F.A.M. Lord Marlborough (director de la biblioteca), y el eminente filólogo O’Kelly, descifraron con aplomo cartesiano las primeras siglas: Prometeo II, Mary Shelley, 1819.

¿Una posible continuación de Frankenstein, o el moderno Prometeo, la novela que Mary Shelley (1797-1851) publicó en 1818? Como es sabido, Mary concibió su relato durante un sueño, y viajando por Italia junto con sus hijos y esposo, el poeta Percy B. Shelley. Tenía 21 años y, según confesaría, padeciendo fuertes depresiones por la muerte prematura de su bebé, seguida de los pequeños Clara y William, víctimas del cólera.

Los Shelley eran cultos, rebeldes, viajeros, defensores de la revolución francesa. No obstante, en sus obras subyace una mirada diagonal de los dogmas republicanos. Les angustiaba, en fin, el progresivo abandono de los sentimientos de fraternidad, y la perversa tergiversación clasista de los principios de igualdad y libertad.

Mary fue más que la esposa de. Su papá, William Godwin (1756-1836), era un ilustre pensador anarquista y la mamá, Mary Wolstonecraft (1759-97), autora de Vindicación de los derechos de la mujer. Un ensayo que si omitiéramos autor y año de edición (1792), cualquier feminista ardiente de nuestros días creería que fue escrito la semana pasada.

En sus viajes por Europa central, Mary quedó fascinada con el Golem de barro del rabí de Praga, ser inanimado de la mitología judía, con poderes mágicos pero carente de alma. Y que, posiblemente, inspiró a su personaje, el febril doctor Victor Frankenstein, cuando en su laboratorio cosía pedazos de cadáveres para fabricar un androide de apariencia masculina.

La vida de la pareja fue un calvario. Atormentado por la pérdida del bebé, Percy publicó el largo poema Alastor, o el espíritu de la soledad (1816), en el que describe un mundo sobrenatural y desconocido. Y después de Frankenstein, Mary escribió Matilda (1819-20), novela que la censura puso en el índex, y que recién se publicó en 1959.

Con tono autobiográfico, en Matilda hay incesto, suicidio, el amor que su padre sentía hacia ella, y culposos sentimientos por el fallecimiento de su madre para que ella pudiera nacer. Así pues, en un pasaje de la novela, el personaje se pregunta si realmente pasaremos el resto de nuestra vida condenadas a la infelicidad.

En 1826, Mary publicó El último hombre en la tierra, novela apocalíptica que narra la historia de un mundo futurista arrasado por una plaga. Los críticos destrozaron el libro, hasta que las feministas inglesas lo reditaron en 1960.

Con el mayor sigilo, Lord Marlborough, el doctor O’Kelly, y el joven pasante se volcaron a decodificar las siglas últimas de Prometeo II. No demoraron en lograr su objetivo. Después de vaciar un par de botellas del mejor whisky irlandés, O’Kelly exclamó: ¡Eureka! ¡G de Golem, A de Alastor, F de Frankenstein, A de Androide, M de Matilda! Sirviéndole una copita de ginebra, chin-chin, Lord Marlborough lo felicitó.

Pero el joven mexicano, limpiándose las manos tras engullir una porción de tacos de chicharrón que su mamacita le enviaba regularmente por DHL desde Tepic, dijo: No me late. Al unísono, sus jefes fruncieron el ceño: Beg your pardon, young man? Presumiendo del inglés gramaticalmente perfecto que había aprendido en Nayarit, el joven disparó:

–Miren ustedes, mi querido lord, mi admirado doctor: yo he analizado las obras de la señora y el señor Shelley, y me parece errado calificarlas de románticas, terror, ciencia ficción. Recursos que siempre han servido para congelar las ideas revolucionarias.

–So what? –dijeron Marlborough y O’Kelly sirviéndose otra copita de ginebra.

–¡Pos sí!, estimados… El sufrimiento de la señora Mary le hizo desarrollar poderes de vidente, intuyendo que a nuestro mundo se lo iba a llevar la chingada. ¡Monstruos adoradores de artificios tecnológicos! ¡Algoritmos que por izquierda y derecha nos dan la información que queremos consumir! ¡Indiferencia moral programada! ¡Imposibilidad de distinguir el bien del mal!

El joven nayarita finalizó diciendo: “Con todo respeto, creo que ustedes andan atrasados. La última aplicación que incluí en mi celular –les ruego discreción, me llegó desde Novosibirsk–, muestra que las siglas G.A.F.A.M. aluden a Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft. Por esto escondieron el libro de la señora Mary. ¿A poco no?”