ras una vida larga y fértil en muchos terrenos, ayer murió en Marsella, Francia, nuestro colaborador Guillermo Almeyra. Nacido en 1928 en Argentina, desde muy joven dedicó su vida a la transformación revolucionaria del mundo y trabajó para esa causa en cuatro continentes y en todos los aspectos: fue un teórico crítico y lúcido, académico, militante y periodista y en todos esos terrenos dejó una huella perdurable.
En el primero de esos ámbitos Almeyra desarrolló el marxismo como instrumento para comprender los fenómenos de nuestro tiempo y su apego a los clásicos de esa corriente de pensamiento lo condujo a practicar un internacionalismo sin vacilaciones.
Su vida y su trabajo se desarrolló en su natal Argentina, en Brasil, Italia, Yemen, México y Francia, siempre del lado de los trabajadores y los desposeídos y siempre con la construcción de un mundo nuevo como horizonte. Dio su apoyo invariablemente crítico a diversas gestas sociales, sindicales y políticas, y mantuvo siempre como principio la solidaridad con los oprimidos. Guillermo no se guiaba por la esperanza, sino por el sentido del deber. Lo principal en la vida es responderle a la conciencia, independientemente de si se logran o no los objetivos
, dijo en entrevista a este diario hace más de cinco años, con motivo de la publicación de su semblanza autobiográfica Militante crítico: una vida de lucha sin concesiones. Y agregó: uno no siembra para hoy, se siembra para mañana
.
Entendía ese mañana
no necesariamente como un futuro próximo, sino como la sedimentación de experiencias de transformación, de enseñanzas revolucionarias que articulan al sujeto social revolucionario de una generación a otra. En suma, asumía su praxis y su quehacer teórico como un eslabón de la larga cadena de luchas emancipadoras que recorre la historia y se veía a sí mismo como el viejo topo
al que se refirió el propio Karl Marx para designar el trabajo revolucionario paciente y acumulador de experiencias que resiste y socava el piso del capitalismo hasta lograr su derrumbe. Se puede estar de acuerdo o no con las posturas políticas y teóricas de Almeyra, pero nadie podría desconocer su consecuencia, su persistencia, su entrega y su compromiso. Más allá de toda duda quedan, asimismo, su solidaridad y su entrega a las causas de los trabajadores, los indígenas y los oprimidos en general y su vasto aporte a una comprensión íntimamente vinculada a la práctica.
Desde la fundación de La Jornada, él fue un integrante resuelto y siempre activo del diario, ya fuera como articulista y editorialista o, durante una época, como corresponsal en Italia. Para el teórico y el luchador social, el periodismo era una vía fundamental para exponer, difundir, explicar y debatir los acontecimientos mundiales y nacionales, y sus escritos enriquecieron el contenido del periódico en forma ininterrumpida a lo largo de 35 años. Los jornaleros estamos de luto por el fallecimiento del entrañable viejo topo
sembrador de futuro y lo recordaremos siempre con afecto y agradecimiento.