el norte llega la señal de alarma: el tiempo que hemos (des)estimado se acortó y los impactos múltiples del cambio climático están aquí. La ausencia de Estados Unidos y de Brasil y la de los presidentes de China y Rusia en la reunión convocada por la ONU para examinar esta terrible situación, habla sin ambages de lo difícil que será hacer honor al reto de los niños del mundo, para hacer frente a un panorama sin salidas, rumbo al despeñadero. Aunque la propia marcha de los infantes y el discurso de Greta ahí ofrecen signos de aliento que podrían nutrir el cultivo de algún optimismo, algo de oxígeno para este mundo desahuciado.
El predominio del interés económico de corto plazo es inherente a la forma de funcionar y reproducirse del capitalismo. Se trata de un sistema de mercados imbricados cuyos actores se mueven impelidos por la fiera competencia, siempre con la mira puesta en la obtención de las mayores ganancias posibles.
Así dispuesto, este sistema de sistemas no puede parar y busca imponerse sobre la vida misma. El hombre trabajador se vuelve mercancía porque su trabajo es entendido como eso y la naturaleza sufre los embates de este delirio que pretende envolverse bajo el manto del beneficio que se iguala con la eficiencia.
Esta formación social ha vivido momentos largos y cortos de acción racional por parte de los hombres, destinada a corregir los efectos más nocivos que sobre la sociedad tiene esta manera de abordar la subsistencia y reproducción sociales. La reforma de sus tejidos y formas de coordinarse ha sido así otra compañía permanente de la evolución capitalista. Podría incluso proponerse que, sin este hálito reformador, la sociedad habría enfrentado hace mucho severas advertencias como las que hoy señalan con toda seriedad, como sólo los niños lo hacen, Greta y su ejército infantil.
El cuidado y la protección del trabajo, la salud laboral, los horarios y la inseguridad que amenaza al trabajo moderno, libre e independiente para morirse de hambre, como diría Anatole France, tempranamente se inscribieron en las agendas del poder y la protesta, para dar lugar a formas notables de regulación. Una de las ironías más olvidadas de nuestra historia como país independiente es que México fue punto menos que pionero en estos empeños, a pesar de lo poco desarrollado que era el capitalismo de entonces y de la debilidad orgánica que acusaba el proletariado a finales del siglo XIX y principios del XX.
Las grandes tragedias del periodo de entreguerras de la centuria pasada, incluido el desplome de las democracias liberales europeas, llevaron a dirigentes de la política y del dinero a una reforma del capitalismo en su conjunto, a cambio del mantenimiento de sus estructuras fundamentales. Así, el mundo descubrió tareas inéditas para los Estados, que pronto fueron descubiertas por naciones pobres que conocieron el verbo del desarrollo y empezaron a desenrollarse
, que diría Octavio Paz, con todo y sus múltiples descalabros, en buena parte propiciados por la guerra fría en que las potencias se empeñaron luego del fin del gran conflicto mundial de los años 40.
Hoy, urbi et orbi, el cuidado del trabajo y desde ahí de la reproducción de la especie, junto con su protección extendida al bienestar, han sido puestos contra las cuerdas por las crisis globales y la irrupción salvaje de formas de globalización que construyeron nuevos mundos, pero demolieron tejidos fundamentales para el buen vivir, que no han sido restaurados.
La agenda de los Objetivos del Desarrollo Sustentable, o 2030, junto con los acuerdos de París sobre el cambio climático, deberían ser la ruta a seguir del mundo, aquí si global, pero con el respeto obligado a las historias nacionales, que el globalismo de ayer olvidó, con los incalculables costos de hoy. Debe ser agenda nuestra, expresa y explícita, y dar lugar a formas de planeación que apenas estrenadas ayer, fueron echadas del arsenal de la acción estatal al calor de la gran crisis de la deuda externa de los años 80.
Llegó el momento de replantear nuestros criterios de evaluación de objetivos en conformidad con esos mandatos que, por si se olvidó, tienen rango constitucional. La primera oportunidad, que no debería volver a perderse, es la discusión constitucional sobre el presupuesto y los impuestos. De estas jornadas tendría que resultar un gran acuerdo para revisar perspectivas y enfoques para la economía, la protección y la seguridad sociales y de la naturaleza, asumidas como fruto de compromisos colectivos y estrategias y políticas de alcance mayor. Tal vez así podríamos contar con un tiempo extra para dejar la crispación y la mezquindad de nuestros intercambios políticos y poner en su lugar deliberaciones participativas y respetuosas.
Las estridencias deben dejar lugar a las amenazas del calentamiento globaly las realidades del deshielo, la inundación inclemente, la desertificación implacable. De todo esto y más sabemos los mexicanos, gracias a los esfuerzos incansables de Julia Carabias y José Sarukhán hay sapiencia documentada con rigor y experiencia. Con la Conabio, México se ha ganado un lugar mundial destacado en la vanguardia que se apresta a desplegar compromiso, persuasión y firmeza para cambiar políticas y formas de Estado, con base en el conocimiento, e ingenio emanados de muchas comunidades.
Hay que cuidar y respetar lo que tenemos. Por lo pronto, insistamos en que la palabra la tiene el Congreso y con él las comunidades universitarias donde se cultiva el saber y se sufre una austeridad absurda. La ciencia será nacional en la medida en que forme parte activa y ambiciosa de las comunidades epistémicas. Lo hemos hecho y lo podemos hacer más y mejor. No lo echemos por la borda.