iembros destacados de la opinocracia, en especial la opuesta a toda medida tomada por el actual gobierno, vuelven a sus andadas favoritas: la crítica persistente. La coincidencia tanto en tiempos como en argumentos es destacable como fenómeno difusivo. Inciden en un tipo particular de razones de acuerdo con el tópico dominante en estos días. El nulo crecimiento aparece de inmediato y atrae, como consecuencia, el asunto de la inversión privada, ausente, afirman, por causas de la nula confianza. Precisan que, muy a pesar de las reuniones celebradas en Palacio Nacional los capitanes de los grandes negocios privados sólo sonríen para la foto, los saludos y las promesas incumplidas. Los indicadores, bien se documenta, continúan estancados y provocadores. Acto seguido se desgranan los machacones pronósticos de fracasos terminales del Presidente y de sus políticas y programas. En ese terreno recalan las altas figuras de la orientación neoliberal, como Luis Rubio o Carlos Mayer Serra y sus muchos reconocimientos y espacios difusivos a cuestas. Se le suman aquellas constantes voces, algunas ya muy expuestas (D. Dresser), pero con innegable furia reiterativa, en cuanta oportunidad encuentran para acompasar al coro que predica la hecatombe en puerta. La variedad de la temática de esta última estrella del espacio público, compite y se adelanta incluso, a la variedad y multiplicidad de la agenda cotidiana presidencial.
La democracia en fulgurante riesgo, el estancamiento económico, la improvisación de programas y decisiones o la nula operatividad del equipo gobernante se oyen y se leen, una y otra vez, hasta amacizar el cansancio. Tampoco desmerecen la captura de poderes y organismos autónomos junto con la ausencia nociva de equilibrio en el rejuego público. Y toda esta densa, pesada, profunda masa argumentativa se acomoda, según finiquitan los severos críticos, en el pozo del autoritarismo desbordado del Presidente y sus afanes de concentrar el poder. Son, en efecto, las aristas conceptuales para dirimir la orientación del espacio público. Aunque la real disputa sea por la hegemonía del nuevo modelo ante el del pasado y la pugna por mantener su continuidad. Para rematar este cúmulo de presiones, hay coincidencia entre los actores estelares del sistema anterior, en la manera de presentar la racionalidad básica de soporte. Asentar esta, supuestamente indisputable, roca axiomática se daría a la crítica opositora derivada, la densidad debida y la presumida contundencia. Las visiones así presentadas, hasta con desgano apenas encubierto, se concretan en el deber ser de la democracia representativa, estilo estadunidense y los imperantes acuerdos financieros emanados de la globalidad. Se completa entonces el cuadro que, expuesto con responsable fervor y solidez
, irá inclinando, se supone, a la opinión ciudadana, a favor de la acostumbrada prevalencia hegemónica, ahora en litigio.
Hay, además de mostrar las pretensiones de los intereses abocados al apoyo de la continuidad del modelo de ávida concentración, que hacer explícitas ciertas urgencias a futuro. Es imperativo tratar de ver un tanto más allá del conflictivo presente. Una ojeada de mayor envergadura y plazo para acomodar, con el debido fundamento y, en especial, apoyo presupuestal, el propósito justiciero del nuevo modelo en marcha. Sobreponerse a los estiras y aflojes del presente y concitar los remedios indispensables. Las limitantes al gasto y la inversión actuales son cada vez más notorias y ríspidas. Hay, por tanto, necesidad de replantear, con un horizonte más cercano, la manera de expandir los ingresos fiscales. No es posible atender los enormes rezagos sociales, heredados de pasadas administraciones omisas al respecto. Aguardar hasta pasadas las elecciones de medio término puede ser demasiada espera. México es de los poquísimos países de magnitud respetable que mantienen ingresos fiscales muy por debajo de lo debido (16 por ciento del PIB). Con esas magnitudes recaudatorias no es factible cumplir con la promesa de asegurar el drástico cambio ansiado. El desequilibrio actual es monstruoso y hay urgencia de iniciar la ruta hacia una sociedad igualitaria. Emplear dos años para mostrarle a la nación que su actual gobierno sabe gastar, como es debido, parecen suficientes. El esfuerzo por ahorrar, canalizar el gasto con racionalidad y limpiar la corrosión de anteriores administraciones ha logrado el propósito buscado. La corrupción ha ido disminuyendo con aceptable velocidad. La ciudadanía reconoce tales logros y dará el apoyo indispensable para enfrentar el reto recaudatorio. Ahora se cuenta, además, con la disposición mayoritaria en el Congreso para las aprobaciones debidas.