n la segunda mitad de octubre, avanzada ya la cuenta regresiva para el abandono de la Unión Europea por parte del Reino Unido, alguien decidió responder –de manera seria y detallada– a la pregunta retórica que da título a estas líneas. Fue Josep Borrell, quien el 8 de octubre obtuvo, con apoyo de diversos grupos políticos, excepto los de ultraderecha, su aprobación como Alto Representante de Política Exterior, Seguridad y Defensa de la UE y vicepresidente de la Comisión Europea, que a partir del primero de noviembre presidirá Ursula von der Leyen. Al efecto, presentó a la Comisión de Asuntos Internacionales del Parlamento Europeo una visión, calificada de ambiciosa y realista a la vez, del rol global que corresponderá jugar a la UE en los próximos cinco años, hasta 2024, cuando la pesadilla del Brexit –que ahora la consume hasta el agotamiento– no sea más que un recuerdo desgraciado, cuyas consecuencias, sin embargo, continuarán enfrentándose durante todo ese periodo y más allá. Lo anterior asume que el 31 de octubre culminará, de un modo u otro, la salida británica, algo que 14 días antes dista de estar asegurado y cuando se plantea una nueva prórroga.
Borrell, destacado ministro español del Exterior, será –cuando la nueva Comisión Europea sea ratificada e inicie su mandato quinquenal– el personero de la familia socialista (o social-demócrata) en la nueva trinidad de la UE, como jefe de la diplomacia comunitaria; junto a la conservadora alemana von der Leyen como presidenta de la comisión y el liberal belga Charles Michel como presidente del Consejo Europeo.
Mediado octubre apareció un resquicio que hizo renacer la expectativa de un desenlace menos catastrófico. En una reunión concertada de un día para otro y celebrada el 9 de octubre, los primeros ministros de Irlanda y Reino Unido, Leo Varadkar y Boris Johnson, apuntaron una posible salida para la más intratable de las cuestiones pendientes: el restablecimiento de controles fronterizos, aduaneros y migratorios, entre la república y la provincia. Esta última sería una zona aduanera dual
. Alternativamente, días después se habló de establecer el control aduanero mediante una frontera marítima
en el mar de Irlanda: de facto, Irlanda del Norte estaría en el territorio aduanero británico, pero de jure permanecería en el de la UE. No es claro que todo mundo, ni en Europa ni en el Reino, esté dispuesto a aceptar este arreglo británico-irlandés de último minuto. Quizá se encendió una luz al final del túnel, pero el trayecto dentro de éste sigue siendo sinuoso y puede que no haya tiempo de recorrerlo.
No encontré la versión verbatim de la presentación de Borrell ante la Comisión del Parlamento y la resumo con apoyo en las notas alusivas a ella de la prensa europea, en especial la española. Borrell destacó la necesidad de potenciar la voz internacional de la Unión Europea, que ha perdido alcance y resonancia globales en los pasados años, y de asegurar acciones más oportunas, visibles y contundentes de parte de la diplomacia comunitaria, que parece haber estado ausente o relegada en buena parte de los teatros geopolíticos y de los debates multilaterales en esta segunda mitad del segundo decenio del siglo. Más concretamente, destacó como prioridades de la acción internacional de la UE en los próximos años: el apoyo a las áreas de vecindad inmediata, al oriente, en Ucrania, al sureste, en los Balcanes, y al sur, por medio del Mediterráneo, en Noráfrica; la presencia y actividad en las zonas conflictivas de la vecindad de media distancia
, un amplio plan para el África del Sahel, vinculado a la ayuda masiva para los países de origen y tránsito de corrientes migratorias, así como una influencia que alivie las tensiones alrededor de Irán. Recordando quizá a su distinguido predecesor, Javier Solana, Borrell destacó también que había que ir más allá de un enfoque a menudo infectado por mucho procedimiento y poca política
.
Al analizar la aprobación de Borrell, El País (09/10/19) editorializó: “…Europa se arriesga a verse arrinconada en el tablero mundial entre el liberalismo proteccionista de Donald Trump, el creciente despotismo del Kremlin y el autoritario modelo asiático de China. Si frente a esos peligros los europeos quieren mantener su proyecto mundial de gobernanza pacífica y multilateral, su modelo de integración social y cohesión territorial, la influencia de su poder normativo democrático y la base material de todo ello, su prosperidad económica –producto de su primogenitura comercial–, deberán dedicar mayores esfuerzos y desplegar más inteligencia en la consolidación de un ambicioso poder europeo.”
Posiciones como ésta muestran que la UE tiene elementos para superar el trauma del Brexit y reposicionarse globalmente. Por lo pronto, la cumbre de hoy seguirá capturada por ese debate, que puede extenderse a los restantes días de octubre, con una cumbre extraordinaria y quizá más allá, si se acuerda, in extremis, otra prórroga.