Una equivocación
l olor de las verduras, las frutas y los cempasúchiles satura el aire del mercado. En los puestos abundan las ofrendas, las calaveras de azúcar y los adornos para el Día de Muertos. Exhibidas en canastos, las calabazas –a decir de un niño– parecen de oro. Junto a las filas de Catrinas bellamente adornadas se lee el mismo aviso: Se prohíbe tomar fotografías
. Un hombre indígena seguido de una anciana interpreta Naila en su violín.
En un ángulo del pasillo central está El rincón de Yamilé
, expendio de cosméticos, adornos y bisutería. Tarsila se detiene a curiosear. La encargada le menciona los artículos en oferta y le pregunta si busca algo especial.
–Sólo estaba mirando. –Tarsila elige una diadema recubierta con flores tejidas: –¡Qué corona tan linda!
–Ahorita es lo que está de moda. Pruébese una.
–¿A mi edad?
–¿Por qué no? Mi mamá trae una puesta, y joven, que digamos joven, no es.
II
Tarsila se aparta unos pasos cuando escucha el timbre de su celular. Tal como lo imaginó, quien la llama es Santa, su hermana. Quiere asegurarse de que siguió su consejo y, sin saludo de por medio, de inmediato la interroga:
–¿Cómo va la cosa? ¿Ya viste a Urbano?
–Todavía no. ¿Qué número tiene su local?
–109. Está en el pasillo A, junto a la puerta que da al estacionamiento. Para más señas hay un San Judas Tadeo de bulto en el mostrador. Con todos esos datos, si no lo encuentras es porque no quieres.
–No me hables como si fuera tonta. Comprende: estoy nerviosa. Hace más de cuarenta años que no hablo con Urbano. ¿Cuándo lo viste?
–Ya te lo dije: en septiembre, cuando fui a comprar las cosas para la fiesta de la escuela. Lo reconocí enseguida, juro que es él, a menos que haya otra persona con un lunar que le abarca media frente.
–Me siento ridícula buscando a un hombre que tal vez ni me recuerde.
–A lo mejor, pero eso no depende de nosotras. Hazme caso, actúa según acordamos anoche: te acercas como una clienta cualquiera, preguntas por los precios o lo que sea y cuando veas la ocasión, le dices que eres Tarsila Nuño. En ese momento de seguro se acordará de que fueron novios cuando estudiaban en la nocturna.
–Lo dices como si todo fuera tan sencillo.
Debiste venir conmigo. Estoy hablando en serio. ¿De qué te ríes?
–De que a estas alturas del partido me salgas con que necesitas chaperona.
–Sólo una compañía que me dé valor.
–No seas tonta. Piensa que has sido capaz de superar situaciones realmente difíciles. Esto es sólo un reencuentro.
–¿Qué caso tiene? Ninguno. Creo que mejor me voy.
–Pasaste años preguntándote qué habría sido de Urbano. Ahora que se presenta la oportunidad de saberlo, se te ocurre desperdiciarla. No lo hagas. Te vas a arrepentir.
III
Antes de dirigirse al local l09, Tarsila recorre los pasillos sin un propósito concreto. Sólo quiere hacer tiempo para tranquilizarse. Sería ridículo que Urbano la viera aturdida y temblando como una adolescente. Además, tiene que concentrarse para que todo parezca un encuentro casual y no el resultado de las maquinaciones de su hermana. Desde septiembre la incitó a que fuera al mercado, pero hasta ayer logró convencerla.
Decidida a seguir con el plan, Tarsila suspira hondo, como quien va a entregarse al sacrificio, y se dirige al local l09. Allí abundan bellas figuras de cartón y piñatas con forma de estrellas, flores, animales.
–Escoja la que le guste–le dice la encargada del puesto al verla admirando las piñatas que cuelgan del techo.
–Ahorita no, gracias; sólo estoy viendo. Son preciosas. Da lástima pensar que vayan a romperlas. ¿Tú las haces?
–No. Mi abuelito Urbano. Ha ganado varios premios y hasta ha salido en el periódico. –La joven señal hacia la pared donde hay fotografías y recortes enmarcados. –Una vez vinieron a hacerle un programa de tele, pero él no quiso, por tímido.
Emocionada, Tarsila se acerca y mira las fotos donde aparece Urbano visiblemente cohibido ante la cámara. Esas imágenes le traen recuerdos y, sin poder contenerse, murmura:
–Genio y figura, hasta la sepultura... –Señala un recorte enmarcado: –Siempre fue tan hosco, tan especial.
–No me diga que lo conoció.
–Tu abuelo y yo fuimos compañeros en la nocturna. Tal vez no me recuerde, pero me gustaría hablar con él.
–No está. Se fue.
–¿A qué hora regresa?
–Se fue... Murió hace un mes; lo bueno es que sin sufrir y en su cama.
Una clienta se acerca y pregunta el precio de una piñata en forma de barco.
–Disculpe: es la única pieza que no está a la venta. Era algo muy especial para mi abuelo.
–¡Qué lástima! ¡Le gustaría tanto a mi nieto.
–Sí, a los niños les fascina. Voy a bajarla para que aprecie los detalles.
–No, gracias. Se me está haciendo tarde.
–Y a usted, ¿no le gustaría verla? –Sin esperar respuesta, la empleada afloja las cuerdas para que la piñata descienda hasta el mostrador.
–Cuando mi abuelo terminó de hacerla le pregunté quién viajaba en el barco; me contestó: Sólo una pasajera.
Tarsila se aproxima y sonríe al ver su nombre escrito en la proa del barco.