l primer genocidio del siglo XX comenzó el 24 de abril de 1915, cuando los dirigentes del imperio otomano (aliados de Alemania y de Austria-Hungría durante la Primera Guerra Mundial) mataron a cerca de 50 intelectuales y líderes comunitarios armenios.

Luego asesinaron a otros 1.5 millones. Sus hogares y negocios fueron saqueados y/o confiscados. Unos pocos lograron escapar de la caravana de la muerte que los turcos organizaron para expulsarlos de su territorio. Lograron refugio en Siria, Irak, Irán, Rusia, Grecia, Libia y Francia, principalmente.

El gobierno turco ha negado siempre ese crimen. Dice que fue una guerra civil en Anatolia acompañada de hambruna. Muy distinto piensan las 22 naciones que reconocen y condenan el genocidio: Alemania, Bélgica, Holanda, Chipre, Francia, Grecia, Italia, Lituania, Polonia, Eslovaquia, Suecia, Argentina, Canadá, Chile, Líbano, Rusia, Siria, Suiza, Uruguay, el Vaticano y Venezuela.

En varias ocasiones el gobierno y el Congreso de Estados Unidos intentaron hacer lo mismo. Pero se imponía la geopolítica: Turquía era aliada incondicional de nuestro vecino. La semana pasada la Cámara de Representantes estadunidense aprobó finalmente reconocer ese genocidio, lo que desató la furia de Recep Erdogan, el autoritario presidente turco.

Por declarar que sobre el genocidio de los armenios y el asesinato de miles de kurdos ‘‘nadie se atreve a hablar en su país’’, el Nobel de Literatura Omar Pamuk fue acusado judicialmente, insultado y declarado ‘‘traidor a la patria’’. La presión internacional lo libró de la cárcel.

Primeros en adoptar el cristianismo como religión oficial al inicio del siglo IV, la inmensa mayoría de los armenios vivía en el Cáucaso y en territorios invadidos por el imperio otomano. Siempre han exigido el mea culpa de sus verdugos.

La política exterior de México se ha distinguido por condenar las injusticias cometidas contra otras naciones. ¿No es hora entonces de que oficialmente reconozcamos y condenemos ese genocidio?