Opinión
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La Bascongada
E

n otras ocasiones hemos hablado del Colegio de San Ignacio de Loyola, conocido como Las Vizcaínas, que hace un par de años celebró los 250 de su fundación.

A lo largo del virreinato las cofradías tuvieron un importante papel en la vida económica, educativa y cultural. Una de las más relevantes fue la de Nuestra Señora de Aránzazu, formada por un grupo de hombres prominentes de origen vasco. Preocupados por la protección de niñas y mujeres, primordialmente de esa misma ascendencia, decidieron crear una institución para la manutención y enseñanza de niñas huérfanas y viudas pobres.

Cabe recordar que aquí estudió Josefa Ortiz de Domínguez, por cuyo valor y decisión fue posible comenzar el movimiento de Independencia. Siendo pupila conoció a don Miguel Domínguez, quien era integrante del patronato, con los resultados que ya conocemos. En el archivo se resguarda la carta con la que solicitó, ella misma –cosa inusual–, su ingreso al colegio.

Hemos hablado del portentoso edificio barroco que lo alberga, uno de los más grandes y bellos de la Ciudad de México. El 30 de julio de 1734 se colocó la primera piedra.

Es de destacar la visión que tuvieron los vascos de crear una corporación laica y autónoma, algo muy poco frecuente en esa época. Esto la salvó de desaparecer a mediados del siglo XIX, cuando le quitaron los bienes a la Iglesia tras la aplicación de las leyes de exclaustración.

Sin embargo, en más de una ocasión estuvo a punto de desaparecer por problemas económicos, constructivos o legales. Por fortuna, la tenacidad y amor de los vascos que se han mantenido fieles a la institución la han conservado con vida.

Actualmente está en un magnífico momento, continúa exitosamente con su función educativa, ahora en sistema mixto; el inmueble está muy bien cuidado, lo que permite apreciar su majestuosa belleza.

Custodia un archivo histórico de tal importancia que ha sido declarado Memoria del Mundo por la Unesco. Una parte del enorme edificio resguarda un museo que en 14 salas muestra una colección integrada por pinturas, esculturas, grabados, muebles, instrumentos científicos, musicales, plata y textiles.

Otra obra de arte es la capilla, una auténtica alhaja barroca con extraordinarios retablos que realizó el notable dorador y ensamblador Joaquín de Sállagos. También son obra suya algunos retablos de la Catedral metropolitana.

También da cobijo a la Sociedad Bascongada de los Amigos del País en México, que afectuosamente se le conoce simplemente como La Bascongada.

Las sociedades de amigos del país surgieron en la segunda mitad del siglo XVIII en España con el propósito de difundir las nuevas ideas y conocimientos científicos y técnicos de la Ilustración. Nacieron en el reinado de Carlos III, quien les otorgó la protección real para que fueran un instrumento que apoyara las reformas borbónicas. Al poco tiempo se formaron otras sociedades semejantes en los territorios de la América Hispana: Buenos Aires, Lima, La Habana y México.

En nuestro país se fundó a fines del siglo XVIII y, a pesar de haber tenido altas y bajas, continúa vigente –después de la Independencia estuvo en crisis–. En la actualidad está dedicada primordialmente a cuestiones culturales inspirada en la trayectoria ilustrada del estudio del País Vasco y la innovación hacia el futuro.

Para seguir con el espíritu vasco propongo ir a comer al restaurante Casino Español, cuya sede en Isabel la Católica 29 es un palacete ecléctico muy representativo de la diversidad de estilos arquitectónicos que caracterizó los albores del siglo XX.

Es de los pocos sitios que ofrece los caracolitos a la Vizcaína, son una delicia e ideales para botanear con el acompañamiento de una manzanilla fría. Para seguir con lo vasco nada como Bacalao al pil pil o chipirones en su tinta. El simpático Agustín Inzunza, alma del lugar, le puede recomendar un buen vino para acompañar el festín. No olvidamos el postre: tocinillo del cielo.