Cuarta corrida en la Plaza México
Lunes 25 de noviembre de 2019, p. a41
Como si el grueso de los escasos asistentes a la cuarta corrida de la temporada menos chica
–¡salud, inolvidable Lumbrera Chico, por esa dedicatoria presidencial!– hubiera leído la columna La Fiesta en Paz de ayer, Adiós a las vueltas al ruedo
, el público premió con estas a dos de los alternantes, aunque no hubiesen obtenido oreja, a diferencia de la memorable actuación de Arturo Saldívar en el festejo anterior, que sólo fue sacado al tercio.
Originalmente, se anunciaron toros de Villa Carmela, cambiados a media semana por un encierro de la debutante
De la Mora, con más kilos que casta, para el hidrocálido Juan Pablo Sánchez (27 años de edad, nueve de alternativa y sólo siete corridas toreadas este año), el diestro de Irapuato Diego Silveti (34 años, ocho de matador y 23 tardes en 2019) y el español Ginés Marín (22 años, tres de alternativa y la friolera de 42 tardes esta temporada en España, en un relevo generacional torero menos torpe que en el resto del mundo). ¿Por qué la noche anterior, a precios muy elevados, se llenó la plaza –casi 43 mil espectadores– para un partido de tenis de exhibición y ayer apenas acudió 10 por ciento de esa cantidad? A lo mejor por lo blanco y por la sangre.
La crítica mexhincada se volcará en adjetivos admirativos por lo que logró hacer el joven Marín con el noblote sexto, pero la faena de más substancia corrió a cargo de Juan Pablo Sánchez, sin exageración, uno de los toreros con mayor temple –mando para atemperar las embestidas, no sólo para aprovecharlas– que hay hoy en el mundo, pero que en su país torea menos de una corrida al mes.
Abrió plaza Luz de luna, con 570 kilos, muy bien armado, que recargó en el puyazo, al que Sánchez bregó con suavidad y remató con preciosa media. Y con la muleta dio un concierto de temple, es decir, de tempo mexicano, de ritmo aletargado, sobre todo por el pitón derecho, pues por el izquierdo soseó. Juan Pablo, consciente de las virtudes de ambos, dio breves paréntesis a su trasteo entre tanda y tanda, luego de largos y limpios remates. Dejó tres cuartos de estocada ligeramente desprendida y trasera y recorrió el anillo con una bien ganada oreja. Si eso logra con siete tardes en el año…
Su segundo se llamó Barba roja, un castaño con 563 kilos, cómodo de cabeza, al que Sánchez veroniqueó con la marca de la casa. Ahoralos doblones fueron para meter en la muleta una embestida deslucida hasta hacerla lucir a base de colocación, sentimiento y ese privilegiado sentido del tiempo. Coronó el breve trasteo que permitió el astado con un estoconazo tendido y un golpe de descabello. En lugar de dar la vuelta al ruedo con categoría, primero encaró al juez que se negó a soltar la oreja. Si la suelta, ¿qué valor se daba a la gran faena a su primero?
Diego Silveti sigue batallando, más consigo mismo que con los toros y los públicos. A diferencia de Sánchez, templa poco y se pliega más a la velocidad de las embestidas, por eso las series le resultan eléctricas y la infinidad de pases que dio ayer carecieron de peso. Y luego la espada…
Lo más vistoso de la tarde corrió a cargo de Ginés Marín, que frente al noble cierraplaza Ojos míos, con 570 kilos, cornivuelto, enmorrillado, hondo y largo, inició el trasteo con cuatro derechazos de rodillas, repitiendo la dosis de pie. Luego naturales menos limpios y un gozoso juego muletero por ambos lados, en el que una graciosa improvisación ocupó el lugar de la hondura. Vino un pinchazo trasero, una entera de idéntica colocación, oyó un aviso, el puntillero levantó al toro, amagó con marcharse, lo pensó mejor y dio merecida vuelta ante el público que quedaba.