General Gaytán, ¿sólo el mensajero?
a semana antepasada, pues la inmediata anterior no se publicó La Jornada, y confieso que me resultaba verdaderamente complicado hacerle llegar a la multitud la columneta por medios periclitados a la fecha (vía telefónica, telegráfica o postal), o por los de la modernidad (correo electrónico, WhatsApp, Skype), quedamos en que era imprescindible, para entender el significado, el peso y las consecuencias del inusitado e inédito discurso del señor general Gaytán, descifrar algunas incógnitas, por ejemplo: cómo es que fue precisamente él quien llegó a esa tribuna: ¿la superioridad consideró, en razón de sus cualidades y méritos, que era el indicado? ¿Algún o algunos influencers hicieron bien su tarea y consiguieron una designación o la honrosa representación fue otorgada a solicitud del interesado
? Más difícil aún, está llegar a saber si el general Gaytán cumplió con esa norma no escrita, pero de observancia más rigurosa que muchos artículos constitucionales: dar a conocer, a quien le otorgó la deferencia de su representación, las ideas fundamentales a desarrollar en su exposición. En algunos casos es tan sólo una cortesía, pero cuando se trata de asuntos de extrema importancia, las ideas, los ademanes y por supuesto el tonito, el tonito (diría Mike-Alejandro Parodi) son de importancia extrema y de dimensión no mensurable, las consecuencias buenas, malas o todo lo contrario, que esa perorata pueda ocasionar. En el caso que nos ocupa es dable preguntar: ¿El general Gaytán era tan sólo el mensajero o, como lo intentó hacer creer, era el vocero de la mayoría silenciosa, a la que incluyó desde un principio, como signataria de sus sinceras, aunque temerarias denuncias?
Aunque para tener el derecho de hablar en su nombre, el general debía haberse tomado la molestia de realizar una consulta a tropa, clases y oficiales, desde los mandos medios hasta los superiores, por medio de una muestra rigurosamente validada y con cuestionamientos no sesgados, no inductivos. Pero no fue así. Ni de esta manera ni de ninguna otra. Por eso es inexplicable que el soldado Gaytán, en 90 por ciento de su alocución, escogiera como sujeto de la acción de los verbos que conjugaba, la primera persona del plural (ándele, igualito que Su Santidad, cuando habla ex cátedra).
Así lo hizo don Carlos en su perorata del 22 de octubre, en que aclaró que, además de un desahogo personal, ésta tenía como trasfondo la falaz intención de convertirse en la primera (y heroica) llamada a una patriótica insurgencia, que enfrentara cuanto antes la acción depredadora de la 4T.
Cuando estos renglones escribo, ya puedo hacerlo con toda solvencia: dos voces, por demás autorizadas han avalado mi dicho: el general Luis Cresencio Sandoval, secretario de la Defensa Nacional, y el almirante José Rafael Ojeda, titular de la Secretaría de Marina. El primero afirmó: Las fuerzas armadas refrendamos el compromiso de seguir siendo leales a nuestro Presidente, de seguir siendo leales a las instituciones nacionales, de seguir siendo leales al pueblo y a la patria. Armada, Ejército y Fuerza Aérea somos leales y seguiremos siendo siempre leales
. Los cadetes apostados frente a la tribuna, en uniforme de gala, contestaron al unísono con un sonoro: ¡Siempre leales!
El secretario de Marina, José Rafael Ojeda Durán, el Día de la Marina definió convicciones: Es un honor que sea usted el comandante supremo de las fuerzas armadas. Cuente siempre, bajo cualquier circunstancia, con nuestra lealtad absoluta. En cada uno de los mandos navales a lo largo y ancho de este grandioso país, la lealtad es igualmente compartida
. Aunque sea apabullando mi autoestima, pero debo reconocer: No pienso que tan definitivas posturas de los más altos mandos del Ejército y la Armada hayan sido nada más como una atención a esta columneta, para no dejarla colgada de la brocha. Les agradezco, pero quiero creer que es un llamado que viene de lejos. Que en la voz de Ojeda Durán y Cresencio Sandoval las fuerzas armadas tienen el altísimo honor de ser garantes de la soberanía de la nación y de la integridad y seguridad del territorio. También sostén de las instituciones que el pueblo ha edificado para dar viabilidad a su proyecto de nación, es decir, un propósito asumido libre, emocionado y generoso de vida en común.
Terminó mi espacio, pero no mi narrativa
(palabrita imprescindible en los escritos de todo comentarista que se esfuerce en estar in). Yo pretendo seguir comentando el De profundis clamavi, que entonó el general Gaytán en razón de las exequias a las que convocó en razón de la inminente desaparición del México democrático, justo, igualitario, construido (con su participación, por supuesto), en los pasados sexenios. Sobre todo, quiero sugerirle considerar algunas versiones en torno al mito de la unidad nacional
. Lo haremos en la próxima entrega.
Se están conmemorando los 100 años de la fundación del Partido Comunista Mexicano. Inevitablemente me viene a la memoria una pequeña tarjeta que descubrí en el tocador de mi madre, con su retrato y palabras que entonces no entendí, pero que ahora recuerdo: eran algo como, miembro activo
. A su muerte, mis diversas abuelas, resentidas porque la Revolución las había dejado en la miseria, me desaparecieron ese y otros papeles. ¡No me fuera a perjudicar en mi vida esa locura materna! Hoy, al borde de mi mutis definitivo, lamento no haber estado a la altura de esa añeja acreditación.
Pues, como decíamos en los tiempos en los que 90 por ciento de la multitud adicta a la columneta no había nacido: see you later, alligator.
Twitter: @ortiztejeda