iscernir sobre nación y Estado nacional, y sus transformaciones con la globalización capitalista neoliberal, hace necesario una aproximación definitoria de estos polisémicos conceptos de las ciencias sociales. La nación sería esa comunidad humana estable, surgida históricamente como la forma de imponer la hegemonía burguesa, esto es, su predominio político, económico, social, ideológico y cultural sobre un territorio que reclama como el ámbito de su producción y mercado interior de mercancías, incluyendo la fuerza de trabajo, implantando, asimismo, un coloniaje interno sobre poblaciones heterogéneas en su composición étnico nacional.
Los estados nacionales, a su vez, entendidos como organizaciones jurídico-políticas que cuentan con un territorio, un aparato burocrático-administrativo, una lengua oficial, un ejército, una moneda común, son formaciones cuyo origen y consolidación se relacionan con la preponderancia del derecho positivo sobre el consuetudinario, la separación entre derecho positivo y moral, entre arte y religión, entre poder religioso y político, entre economía doméstica y pública, así como la puesta en práctica de nuevos principios de legitimidad a través de un sistema hegemónico y correlación de clases que se plasman en ordenamientos jurídicos (constituciones), la ciudadanía y el sentimiento de pertenencia a un Estado nacional que da lugar a una nacionalidad mayoritaria determinada.
El hecho de que el Estado sea ese espacio donde se articula la vida pública de los sujetos no significa que todos los habitantes de un territorio encuentren representación en sus instituciones. Por ello es tan importante distinguir Estado y nación, como dos conceptos disímiles, y, a la vez, complementarios. Mientras el primero se deriva de las necesidades políticas, jurídicas, administrativas y de monopolio de la violencia legal
para instaurar el orden que requiere una sociedad capitalista para su reproducción, la nación es esa construcción histórico-social que dota de identidad al Estado, pero lo desborda al estar formada por sujetos negados considerados los no-nación
.
En el capitalismo, aunque el Estado pretenda ser un ente ordenador imparcial de la vida, se encarna en instituciones y agentes pertenecientes a una clase social inmersa en una racionalidad instrumental: el ejercicio del poder para imponer su sistema de explotación y dominación. El Estado nacional juega un papel fundamental como instrumento político coercitivo que se impone una doble tarea: centralizar-unificar y centralizar-uniformar.
A pesar de ser esa formación nacional que a través de patrones culturales de la clase dominante dota también de identidad a la historia oficial, las instituciones educativas, los mitos fundacionales, los imaginarios referenciales, la lengua, las fronteras políticas, los símbolos patrios
, algo retoman de los dominados, pues esta identidad no lograría la legitimidad que requiere ese Estado para mantenerse y librar crisis recurrentes. Coexisten otras expresiones sociales y étnico nacionales dotadas de historias, tradiciones, lenguas y afiliaciones identitarias propias que juegan un papel determinante en la forja de naciones, con sus resistencias y luchas de naturaleza, en muchos casos, contrahegemónica. El sujeto actuante en la formación de naciones es el constituido por las clases, por la lucha de clases. No es posible dejar a un lado la voluntad política de las distintas clases en el surgimiento y la posterior evolución de las naciones.
Así, es preciso destacar entre el nacionalismo estatista y el nacionalismo popular (patriotismo), enraizados en la historia misma de las naciones. Nos referimos a dos procesos contradictorios y confrontados. Uno es el papel de la burguesía como fuerza hegemónica política y militar, esto es, estatal, sobre territorios determinados, mientras la otra fuerza sociopolítica es la conformada por las clases explotadas y dominadas, sectores de la intelectualidad y entidades socio étnicas subalternas, inmersas en un permanente proceso por subsistir y prevalecer.
De esta forma, las naciones pueden devenir de naciones burguesas
en entidades socio-históricas de nuevo tipo: lanación pueblo. Asumiendo la crítica ala experiencia socialista en sus variantes autoritarias y burocráticas, la nación podría construirse y consolidarse a partir de un sistema de hegemonía nacional de las clases oprimidas y explotadas que constituyen genéricamente el pueblo, en su connotación clasista. Con este fundamento, forjar, desde abajo, un proyecto propio de nación, una unidad nacional regida por un inédito ordenamiento político de naturaleza jurídico-estatal, constituyente, que instaure una nueva relación del pueblo, de los pueblos, como entidades étnicas, con el territorio, sus recursos naturales y estratégicos, conquistándose, de hecho y de derecho, la soberanía nacional popular.
Esto significa, en suma, soñar con la utopía de una nación que sea realmente democrática.