n partido que no enseña a su militancia es un partido que tampoco piensa en superar las condiciones de la sociedad que aspira a dirigir. Una militancia que no aprende, nada puede aportar –sobre bases democráticas, se entiende– ni a su partido ni a su entorno social.
El Partido Comunista Mexicano, desde su fundación en 1919 hasta su desaparición para fundirse con otros partidos de la izquierda mexicana, en 1982, pudo formar políticamente a varias generaciones de militantes que han probado, en muy diversas esferas de la vida pública, académica y social, la valía del proceso de enseñanza-aprendizaje que fue convertido en convicciones incorporadas a su bagaje vital y a su praxis de utilidad colectiva.
Con diferentes estilos, diferencias, matices y grados de intensidad y congruencia política –como en todas las organizaciones– la del PCM es una historia cuya potencia quedaba de manifiesto en el centenario de su fundación. En el Teatro del Pueblo, algunos de sus antiguos miembros convocaron a un grupo considerable de quienes militaron en sus filas e incluso, de jóvenes que aún no nacían cuando desapareció, para rememorar su trayectoria y plantearse nuevas posibilidades de acción con la ideología del marxismo que le dio origen en la segunda década del siglo pasado.
La lectura de una carta de Carlos Payán, enviada al propósito de la celebración del centenario, le dio al acto una dimensión de presencia activa más allá de sus fronteras. El fundador de La Jornada dejó en este esfuerzo periodístico lo mejor de su vida política y cultural. Otro tanto puede decirse de Enrique Semo. Sus aportes historiográficos son referencia inevitable para el conocimiento de diversos aspectos de la historia de México. Semo hizo una síntesis de la trayectoria del PCM y encarnó sus valores en dos de sus máximas figuras: Valentín Campa Salazar y Arnoldo Martínez Verdugo, ambos reconocidos por el actual gobierno mexicano para que sus méritos sean parte del patrimonio histórico de la nación en el Panteón de Dolores (el más alto de la patria
).
Alejandro Encinas y Luciano Concheiro, dos visibles funcionarios en el gabinete de Andrés Manuel López Obrador, señalaron lo que para algunos puede ser materia de controversia, no así para quien puede ver sin prejuicios: sin la izquierda a la que nutrió con sus hombres y mujeres el PCM, no habría sido posible lo que hoy significa en la parte pública del Estado la 4T.
La formalidad inevitable en un acto donde se celebra un centenario se entreveraba con la música y el humor. Todo aquello que formó parte de la vida partidaria en el PCM. Los de su última generación recordaron los festivales de Oposición, el periódico de muy buena hechura que fue, junto con El Machete, una de las publicaciones más consistentes y combativas de la izquierda.
Las palabras, las melodías, las anécdotas, las historias eran compartidas, pero a cada quien le traían a la memoria cosas diferentes.
Cuando Semo dice pensar obrero, sentir obrero
al evocar a Valentín Campa, la memoria ve al hombre de numerosas batallas dictando sus memorias publicadas, en su primera edición, con el título de Mi testimonio: es la historia de México (no oficial) a lo largo de las décadas cruciales que tienen una primera desembocadura en la expropiación petrolera. Aparecen colaborando con él en la operación documental Ilán Semo y otros compañeros. Emerge también la imagen de un minero desnudo durante el movimiento que sostuvieron los obreros de la minera Real del Monte. El cartel se mantuvo por años en una de las paredes de la Oficina de Investigación y Difusión del Movimiento Obrero (Monterrey, la tierra de Valentín) de donde Arnoldo Martínez Verdugo toma o refuerza la idea de crear el Centro del Movimiento Obrero y Socialista (Cemos), que ahora dirige, así como a Memoria, su revista, la doctora Elvira Concheiro, una de las organizadoras del Centenario del PCM.
Cuando se escuchan las notas de “tu querida presencia/comandante Che Guevara”, el conductor del programa radiofónico De Boca en Boca difundido en Saltillo se ve en dificultades para mantener la vertical en la garganta. Y luego, la rola de Pete Seeger If I’d had a hammer es un regreso a la edición inicial de Juglar de todos, programa del Partido Comunista Mexicano que difunde el folklor de la música internacional por medio de Radio Gobierno de Nuevo León, gracias al permiso de Pedro G. Zorrilla, que fuera gobernador del estado.
Supongo que así, en cada uno de los antiguos militantes del PCM –en su mayoría procedentes o identificados con el movimiento del 68– se produjeron instantes memoriosos. Al acto asistieron de diversas partes del país.
Episodios que pocos conocieron por experiencia fueron narrados como anécdotas por Salomé Mendoza y un compañero en modo de scketch donde heroísmo y humor se mezclaban.
Si algo de valor indiscutible puede mantener el comunismo como convicción y principio es lo que Semo señaló en su intervención: Lo que es bueno para la clase obrera es benéfico para toda la sociedad
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