los 155 festivales de cine que existen en México (según el más reciente Anuario estadístico de cine mexicano publicado por Imcine), habrá que sumar uno nuevo que diversifica de modo original la difusión de cine de calidad en el país. La primera edición del Festival Internacional de Cine Tulum (Fictu), dirigido por Paula Chaurand, confiere un ímpetu renovado al Festival Internacional de Cine de la Riviera Maya que la misma promotora cultural animó durante cinco ediciones exitosas, hasta 2016. Esta vez, el arranque es más modesto. Únicamente 31 películas, repartidas en seis secciones, con un buen criterio de selección, y proyectadas durante cinco días (4 al 8 de diciembre) en instalaciones atractivas y acogedoras, a unos pasos de la playa. Cabe esperar que en las próximas ediciones se incremente el número de títulos y se consolide un perfil cultural que hoy combina cine de autor y ambientalista y de modo más prometedor lo que pudiera ser su distinción máxima: una apuesta comunitaria. En palabras de la directora, se trata de dialogar sobre los temas más urgentes que nos conviene atender como sociedad: la ecología, la identidad de género, los nuevos feminismos, la representación de las comunidades menos favorecidas y la violencia
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Al momento de redactar estas notas se perciben superados los primeros escollos. La organización es eficaz y la atención muy generosa; los problemas de logística, enormes debido al reto de presentar cine en zonas casi selváticas, plagadas de fraccionamientos, condominios de lujo y obras en construcción perpetua, hacen que el lugar sea literalmente intransitable para los peatones. La ausencia de banquetas representa, además, un gran peligro para quien se aventure a prescindir del apoyo de una camioneta. Todos esos inconvenientes los aminora el festival de modo sorprendente.
Queda como compensación mayor a esa continua aventura, remedo de safari cultural, el despliegue de novedades fílmicas que incluyen los platos fuertes de títulos como el estreno en México de Amazing Grace (2018), de Allan Elliot y Sydney Polaca, recuperación de un doble concierto de música gospel filmado en 1972, con la presencia estelar de Aretha Franklin, e inaccesible desde entonces por problemas de sincronización de sonido. La copia actual permite descubrir, en óptimas condiciones de imagen y sonido, el momento de apogeo de una voz capaz de los registros y el repertorio más variados emulando la tradición de Mahalia Jackson y Clara Ward en una iglesia bautista de Los Ángeles. Otro estreno notable ha sido Shooting the Mafia (2019), de la realizadora inglesa Kim Longinotto, en el que recupera la figura y el trabajo comprometido de la fotógrafa italiana Letizia Battaglia, quien en sus reportajes gráficos documentó exhaustivamente la estela de crímenes de la mafia siciliana en los años 70. La directora no se limita a referir la abigarrada y a veces confusa trama de complicidades entre los capos del crimen y las autoridades, también evoca, con olfato excepcional y un buen manejo de imágenes de archivo, el clima costumbrista de esa Italia meridional a través de alusiones a películas que son un deleite para la interpretación del cinéfilo. El resultado es una cinta vibrante y de enorme empatía hacia la personalidad de una militante ya octogenaria que fue memorialista gráfica de aquellos años negros todavía muy vivos. Otro estreno, de factura un tanto desigual, pero de interés irrefutable, es Seberg (2019), película de ficción del australiano Benedict Andrews, que evoca el destino trágico de la actriz estadunidense Jean Seberg (Buenos días, tristeza, Otto Preminger, 1958; Sin aliento, Godard, 1959), víctima del espionaje y el hostigamiento criminal de l FBI por su solidaridad con las revueltas raciales negras en los años 60, en especial con el grupo Panteras Negras, y su involucramiento sentimental o meramente erótico con uno de sus líderes. La disidente política encarna la triple traición a su país, a su clase y a su raza, una falta imperdonable en una mujer que es también figura pública. Al festival lo inauguró la cinta Mr. Jones (2019), de la polaca Agnieszka Holland, que refiere la accidentada denuncia del periodista galés Gareth Jones (James Norton), de uno de los crímenes más atroces y menos conocidos del estalinismo: la hambruna inducida que cobró las vidas de miles de personas en Ucrania. Una narrativa cercana al drama televisivo trasciende sus flaquezas de inspiración artística con un manejo notable del suspenso y con el tratamiento equilibrado de una gran felonía histórica.
Una apostilla. Será difícil para un festival que transcurre a finales de año evitar tener que reciclar títulos nacionales vistos y reseñados ya antes en otros festivales. Sin embargo, el marco en el que tienen hoy una segunda o tercera vuelta no deja de ser muy atractivo para un disfrute más cálido aún y muy exuberante. ¡Enhorabuena!
Twitter: CarlosBonfil1