l gobierno de Estados Unidos lo tiene en un lugar seguro y con protección especial de sus servicios de seguridad. No es un capo de la droga en busca de sentencia benigna a cambio de información. Ni un ex dirigente del Estado Islámico o alguien con datos valiosos sobre el lavado de dinero de políticos, funcionarios públicos o empresarios de alto nivel.

Se trata del científico Grigory Rodchenkov, ex jefe del laboratorio antidopaje de Rusia.

Buscó refugio en Estados Unidos ante el temor de que lo asesinaran luego de que dos de sus colaboradores murieron en forma por demás sospechosa.

Rodchenkov denunció el engranaje que, por orden superior, se montó a fin de que los deportistas de su país recurrieran al dopaje sin ser descubiertos y obtuvieran medallas en las competencias internacionales. La trama se descubrió después de los Juegos de Invierno 2014 celebrados en la ciudad rusa de Sochi.

Patrocinar sistemáticamente desde las altas esferas gubernamentales esa estafa llevó a la Agencia Mundial Antidopaje a excluir a Rusia como nación de las competencias internacionales hasta 2024. Destacadamente, el Mundial de futbol de Qatar, los Juegos Olímpicos de Tokio en 2020 y los de Invierno 2022 en Pekín. Podrán participar los atletas rusos, como ‘‘neutrales’’, sin bandera ni himno.

Aunque el primer ministro ruso Dimitri Medveded reconoce que el deporte de su país tiene ‘‘significativos problemas de dopaje’’, atribuye las sanciones de la Agencia Mundial que lucha contra esa práctica como fruto de la ‘‘histeria antirrusa’’ que ahora existe.

No es así. Por lo menos desde 1970, cuando existía la Unión Soviética, establecieron la cultura del dopaje. Rusia la fomentó. Desmontar esa maquinaria no será tarea fácil.

Como los más importantes encuentros deportivos internacionales son excelente negocio y escaparate político, los jugadores de futbol y los atletas rusos estarán en el Mundial de Qatar y en las olimpiadas. Pero ninguno de ellos podrá eludir las pruebas antidopaje.