esde luego que se vale conjeturar para luego jugar al perplejo: ¿Por qué se nos ha impuesto tan rápido el estilo personal de gobernar del Presidente? ¿Por qué, a nuestra vez, optamos por evaluar al gobierno a partir del carácter del Presidente, de sus constantes salidas o puntadas, evasiones y evasivas, agresiones que van y vienen, en vez de escudriñar en las raíces de tal comportamiento y tratar de identificar las coordenadas que le permitieron alzarse con la victoria electoral del primero de julio del año pasado y conservar una aceptación considerable por parte de una mayoría que concede una y otra vez el beneficio de su duda a la propuesta del nuevo gobierno y su dirigente?
No tengo una respuesta satisfactoria, mucho menos unívoca, a estas y preguntas similares, pero sí una preocupación persistente por la calidad de la crítica esgrimida por sus más conspicuos adversarios, como el Presidente ha elegido calificarlos, a más de conservadores cuando en realidad en su mayoría son liberales políticos convictos y confesos. Y algunos de ellos, también liberales económicos inscritos en el siempre desconcertante continuo que va de los economistas de Manchester de XIX a los hayekianos de ayer, digamos que los 30, y de hoy, digamos que a partir de los años 60, cuando se decretó desde el poder imperial el fin de Keynes y sus enseñanzas.
En una crítica como ésta debería abrevar todo proyecto de construcción de una auténtica oposición leal
, indispensable para siquiera imaginar un buen gobierno en medio de las marejadas y mareas altas que, sin remedio ni apelación alguna, vendrán sobre nosotros más pronto que tarde.
Sin un contexto de diversidad organizada para no sólo dar cabida, sino cauce a la pluralidad política que ya nos caracteriza, el país real, el político de las mil y una reformas y el económico del estancamiento secular con su cauda de empobrecimiento y desigualdad perenes, no encontrará salida productiva y duradera. Para así, quedar al amparo de las impetuosas corrientes de cambio técnico que ya están aquí y de mutación política que chinos y rusos, por su parte, y trumpianos, por la suya, buscan implantar ya como una alternativa radical del orden liberal y democrático de la segunda posguerra.
Eso es lo que nos jugamos y un primer criterio ordenador de nuestros juicios debería llevarnos a preguntar si las decisiones, dichos y hechos, del gobierno nos acercan a la erección de tal contexto, que es de exigencia, pero también de oportunidad, o no. El alejamiento presidencial de las cumbres del G20 y similares, nos dirían que no, que el Presidente opta por la abstención en un mundo que reclama tomas de posición audaces y visionarias. Pero, a la vez,la cautela elegida para lidiar con Trump sin desbarrancarse, aunque a costos muy altos en términos de la tradición, nos diría que se explora un esperar a ver
sin incurrir en daños mayores para una relación bilateral siempre frágil y una vinculación económica compleja y arraigada hasta determinar, insatisfactoriamente, por lo demás, el ritmo general del crecimiento económico.
Lo inmediato y cierto, a pesar de que muchos puedan apostar a que esto es transitorio, es que nuestro andar ha sido incierto y dubitativo y que las agresiones de última hora de los golpistas bolivianos no hacen sino comprobar que nuestra añeja y respetada posición internacional constitucional, no conmueve a ninguno de los personajes siniestros que buscan derruir el horizonte latinoamericano progresista tan dura y esperanzadamente construido después de las décadas perdidas de finales del siglo pasado.
Se trata de realidades funestas que no pueden atribuirse a lo errático de nuestra posición externa y frente a la globalidad. En todo caso, el reclamo y la crítica deberían centrarse en nuestra lentitud para reaccionar y buscar caminos de adaptación a una realidad que no sólo es nueva, aunque no del todo inédita, sino misteriosa y opaca, dominada por caracteres agresivos y ominosos como lo son Trump, Bolsonaro o Johnson.
La intrigante y amenazadora escena del mundo no puede servir de pretexto para posponer la crítica o aferrarse al referido beneficio de la duda, pero sí para no perder de vista el peso que tal complejidad tiene sobre nosotros y nuestras decisiones.Las del hoy, responsabilidad del presidente López Obrador; las de mañana, cuando podamos o tengamos que hablar de un gobierno plural con vocación nacional, o las de más tarde, cuando tengamos que encarar los vericuetos de la sucesión presidencial que no será ni como ayer ni, mucho menos, como antier.
En la encrucijada, la peor de las compañías es la inveterada obsesión por el juicio rápido, simplista, pero sumario.