l 6 de diciembre de 1993, Rita Macedo acabó con su vida. Me impactó y dolió mucho porque ocho meses antes había acudido al taller que daba yo en casa de Alicia Trueba. Un jueves a las 12 del día llevó un excelente texto sobre Luis Buñuel, en el que contaba cómo la había dirigido en la película Nazarín.
En torno a la mesa se sentaban futuras escritoras, Silvia Molina, Rosa Nissán, Marisol Martín del Campo, Adela Salinas y el mejor y más talentoso de todos, Yuri Herrera, un joven maestro, hijo de Arturo Herrera, oriundo de Pachuca y amigo de Miguel Ángel Granados Chapa. Rita no hablaba, pero tomaba notas. La sentí triste, pero la expresión de su rostro ahondaba su belleza. Si nos hubiese dicho que pensaba acabar con su vida, habría resultado imposible creerlo.
A lo largo de los años vi a Rita actuar en varias obras, una de ellas Las criadas, de Jean Genet, al lado de Meche Pascual, casada con otro intelectual de renombre: Víctor Flores Olea, director de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM e íntimo amigo de Carlos Fuentes. Ambas parejas acostumbraban ir a casa de Manolo Barbachano, en San Ángel, a la casa O’Gorman, una mansión gigantesca vecina a la de Olga y Rufino Tamayo en la calle Espíritu Santo, en San Ángel.
El grupo de los Barbachano era el más fast y celebrado de México. Pasada la medianoche, varios meseros de guayabera y sonrisa blanca servían Mukvi pollo cuando ya todos los invitados traían entre pecho y espalda varios tequilas o whiskies o gin-tonics. En la madrugada, Carlos Fuentes se extasiaba sorbiendo cuatro vasos de horchata traída de Mérida: alegaba que ese elixir de los dioses lavaba todos los pecados.
En la calle de Galeana, muy cerca de la casa de José Luis y Berta Cuevas, y la de Teodoro y Ulalume González de León, conocí a la niña Cecilia, hija de Rita y Carlos. Al verme exclamó: ¡Nunca he visto a una mujer más gorda!
Esperaba yo a Paula, mi última hija. Cecilia era una niña carirredonda, desparpajada, de blue jeans, hija de dos celebridades y hermana de una tercera: Julissa, quien causaba sensación al lado de Benny Ibarra.
En una comida dominguera vi a Carlos Fuentes, nuestro anfitrión, en la calle de Galeana salir a dar una vuelta al jardín con sus dos grandes cuates: Víctor Flores Olea y Enrique González Pedrero. Cuando regresó, Rita Macedo se dio cuenta de que su marido había mojado sus zapatos y sus calcetines y posiblemente hasta sus pies. Entonces la vi arrodillarse ante él, como la Malinche ante Cortés, cambiarle calcetines y zapatos, sin que él le prestara la menor atención porque su mujer hincada a sus pies era ya parte de su cotidianidad.
¿Si esto no es amor, qué es?
Ahora, a punto de comenzar el año 2020, la niña Cecilia Fuentes acomete otro acto de amor, esta vez a Rita Macedo, al publicar Mujer en papel, las memorias inconclusas de su madre. Recopila fotografías, carteles promocionales de películas, cartas y, sobre todo, excelentes dibujos de Carlos Fuentes que, de proponérselo, pudo haber sido un notable caricaturista
Mujer en papel es un libro muy hermoso de Trilce Ediciones en el que su directora, Deborah Holtz, se luce con una edición fuera de lo común, muy bien impresa, muy bien armada, en el que Cecilia nos previene: “Estas memorias seguramente causarán revuelo, pues no sólo retratan a una mujer sin veladuras que llegó a los sets de extraordinarios cineastas de la Época de Oro del cine nacional, como Luis Buñuel, José Luis Ibáñez e Ismael Rodríguez, sino que narran anécdotas de su convivencia con figuras icónicas de los círculos artístico e intelectual de su tiempo, a la vez que revelan a la Rita que por momentos se llenaba de melancolía, y cuyas circunstancias la orillaron a vivir en solitario todos los triunfos y fraca-sos en su vida personal”.
Mujer en papel es también un libro sorpresivo por lo bien escrito, porque Rita heredó el talento de Julia Guzmán, su madre, quién también fue buena escritora. Conmueve darse cuenta de la preocupación de Rita por llevar un diario en el que además de los accidentes de su vida, nos enseña hasta qué grado le importa prepararse a fondo para cada uno de sus papeles. Su empeño por leer para estar a la altura de Fuentes conmueve: su dedicación al trabajo bien hecho, su sensibilidad se equiparan y hasta superan al del hombre a quien ama.
Una noche, al lado de Adolfo Orive de Alba, en la sala de proyección de la Secretaría de Recursos Hidráulicos, vio el filme de Luis Buñuel Los olvidados y –escribe Rita– quedé impactada no porque ignorara la existencia de la pobreza, sino porque nunca me había puesto a pensar como la miseria envilece el espíritu del miserable. Buñuel, de un golpe, había removido mi conciencia
. A partir de ese momento, Rita empezó a sentirse más inquieta dentro de su jaula dorada
, y esta nueva conciencia profundizó su forma de ser y la convirtió en mejor actriz.
Entre las múltiples fotografías del libro compilado por Cecilia Fuentes se encuentran las de John Gavin (primo de Carlos Fuentes); Arturo Ripstein; Chaneca Maldonado; Gabriel García Márquez, quien luchó como endemoniado para que le dieran el Nobel a su gran amigo Fuentes; el imprescindible José Luis Ibañez, quien tanto hizo por convertir a sus alumnos en buenos actores; Julissa, todavía de falda escocesa bailando, y Arabella Arbenz, hija de Jacobo Arbenz, presidente de Guatemala, protagonista de Un alma pura, quien habría de suicidarse más tarde por el amor de un torero.