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Puntos sobre las íes

Recuerdos / Empresarios (CXX)

A

y, Conchita... “Aquellas lágrimas…

“Las Golondrinas…

“Las notas eran intensas, emotivas y su significado irrevocable hacía vibrar hasta las propias columnas de la plaza. El torero partía. También las golondrinas levantaban el vuelo ante las primeras hojas del otoño.

“Me impresionó, como nunca lo creyera, aquella música y, aun hoy, cuando la oigo, me recuerda a las personas que vi partir y, más aún, mis propias despedidas.

“La tarde en que me despedí de Guadalajara, la banda que otrora tocase para el paseíllo un pasodoble torero, quebró suavemente de los tendidos con las notas de Las Golondrinas. Y cuando salí al ruedo, bajo una tempestad de flores y serpentinas y el nevar de blancas palomas, sentí que el mundo estaba todo allí, en esa plaza, con esas flores, serpentinas y pájaros, en esos aplausos, en esas miradas y en esa música. Tantos eran los pétalos que caían, como lluvia, entre el aleteo de las palomas, que hubo que suspender la corrida durante un cuarto de hora.

“¡No te vayas! –me gritaban algunos.

“Que nuestra Virgen de Guadalupe te proteja siempre –deseaban otros.

“Y, mientras tanto, los acordes de Las Golondrinas me recordaban, aunque quisiera olvidarlo, que partía.

“A la semana siguiente toreé en El Toreo y los charros de la Asociación Nacional quisieron acompañarme en mi último paseo. Nunca conocí un patio de cuadrillas más bonito ni más impresionante.

“Cuando llegó la hora, mi querido amigo don Carlos Rincón Gallardo se me acercó impecablemente trajeado, con su ancho sombrero en la mano, ofreciéndome su estribo derecho. En seguida los restantes caballistas se colocaron a mi lado y así salimos al ruedo.

“¿Será necesario decir más?

“–Te extrañaré –me dijo un charro apuesto la víspera de nuestra partida.

“Sobre su caballo, su gran sombrero eclipsando el sol, era una bella estampa. En el fondo brillaba el inmenso Popocatépetl y a su vuelta lucía el verde campo, salpicado de magueyes.

“–Claro –contesté–, como que hemos sido buenos compañeros.

“–Te extrañaré –repitió– como un charro extraña a su china.

“Me miró muy serio el joven de los ojos castaños y al encontrar su mirada comprendí que si mi corazón no estuviera puesto en lejanos horizontes, sabe Dios, quizá también lo extrañara, como una china extraña a su charro.

“–¡¡Anda!! –Le contesté riendo–. ¡Te apuesto una carrera hasta el rancho!

Y, buenos amigos, hemos quedado.

***

“Llegamos al aeropuerto. El chofer del taxi no quiso cobrar el viaje. Consideró, nos dijo, un honor habernos transportado.

El avión que nos alejaría de tierras aztecas aceleró sus motores sacudiéndome con su temblor decisivo. Me sentí enferma, dolorida como no volví a sentirme al abandonar un lugar. Y al rato, volando sobre México, de él no me quedaba más que el cielo, la nostalgia y un recuerdo imborrable.

***

Lima, la bella ciudad de los reyes, vista a la luz de la luna y desde lo alto, es deslumbrante. ¡Cuántas joyas preciosas, perlas y rubíes, esmeraldas y zafiros la engalanan cuando aparece viendo su mantilla de negra noche, sujeta con estrellas!

“Aunque mi regreso a Perú fuera tan sólo para cumplir unos contratos y partir nuevamente –pues nuestro destino final era España–, Lima no podía ser nunca, para mí, únicamente un ruedo y un público.

“–Papá, mi querido papá (le decía Daddy, en inglés) ya no tenía los cabellos negros que le conociera y le faltaban algunos de los blancos que en mi ausencia le nacieron. Mi madre no estaba en Lima cuando regresé; se encontraba en Norteamérica, con mis abuelos, donde la visité poco después. Y esto me recuerda que en Lima me esperaba una sorpresa: la abuelita Ana. No la reconocí. Hacía 15 años o más que no la veía, pero una abuelita siempre es algo muy especial y en pocos minutos recuperamos los años perdidos.

“David estaba enorme. Con sus 10 años, me recordaba a Ome, ya que le encantaban la arqueología y las ciencias naturales. Típico de nuestro adorable padre era el permiso que tenía David, los sábados, para utilizar su reloj. Claro que papá, los sábados, nunca sabía la hora.

Volver a ver a mis parientes y amigos era como la llegada de la Navidad.

(Continuará)

(AAB)