mediados de 1990 conocí a Mario Villanueva, presidente municipal de Benito Juárez, cuya sede administrativa es Cancún. La licenciada María Cristina Castro (hija del inolvidable Juventino Castro, integrante de la Suprema Corte de Justicia de la Nación), me recalcó la importancia de reunirme con él, pues entre las prioridades de su administración destacaba un crecimiento menos depredador de Cancún y su franja litoral. María Cristina tenía a su cargo la planificación municipal y se le recuerda por su conocimiento en la materia y honradez.
Ingeniero agrónomo, Villanueva había leído mi libro sobre los plaguicidas. Por estar expuesto a ellos estuvo muy enfermo y quedó con una deformación facial. Su tarea como edil era evitar que, al lado de la ciudad turística, hubiera otra con deficientes servicios públicos y poblada de migrantes pobres, en especial indígenas de Yucatán y Chiapas.
Duró poco más de un año en su cargo, pues su partido, el Revolucionario Institucional, lo hizo senador. Igual como legislador, al ser elegido gobernador de Quintana Roo en 1993, gozaba de gran popularidad. Una de sus prioridades fue intentar ordenar ecológicamente el nuevo polo turístico de la entidad: la Riviera Maya, los 120 kilómetros de litoral entre Cancún y Tulum. Varios centros de investigación organizamos con el patrocinio estatal un encuentro en Playa del Carmen. Acudieron destacadamente los valientes grupos ambientalistas de Quintana Roo. En representación del gobierno federal, la maestra Julia Carabias.
No quise participar como ponente en dicho encuentro, pues era mejor escuchar a los especialistas en el cuidado de los recursos naturales de la franja costera. Pero a través de la licenciada Castro le hice llegar al gobernador la propuesta de comunicar por tren Cancún con la Riviera Maya. Y luego, derivar un ramal que incluyera la zona arqueológica de Cobá, la ciudad de Valladolid, Chichen Itzá, y con terminal en Mérida.
La idea le pareció interesante, igual a colaboradores del presidente Zedillo. Sin embargo, la licenciada Castro me informó después lo inviable de dicho tren por la cerrada oposición de los sindicatos que controlan el transporte en Quintana Roo. Eran el soporte electoral del PRI. La licenciada tuvo pronto serios desacuerdos con Villanueva y se dedicó entonces y hasta su muerte, a luchar sin éxito porque Cancún fuera una ciudad con menos desigualdad social y económica.
Hace dos años, el hoy presidente de la República divulgó su”Proyecto de Nación 2018-2024”. En él figura un tren turístico transpeninsular para aumentar la competitividad en la región y conservar el patrimonio arqueológico
. Responsabilizó de llevarlo a cabo al director de Fonatur, Rogelio Jiménez. Pero las poblaciones por donde correrá el tren y otros actores fundamentales para su buen logro carecían de la información veraz sobre el proyecto.
En una muestra de autoritarismo, Jiménez calificó de “santones de la ecología “a quienes se oponen a dicha obra, a los que exigen conocer sus costos sociales, económicos y ambientales y los beneficios reales para las poblaciones de una región con preciada riqueza natural pero marcada por la desigualdad y el atraso respecto al resto del país. Encabezaba a los santones
Francisco Toledo.
Los estados por donde irá el Tren Maya requieren urgentemente inversión pública y proyectos productivos que no vayan en detrimento de los recursos naturales, la cultura ancestral de las poblaciones locales y el patrimonio arqueológico. Esa vía férrea sería muy benéfica entre Cancún y los centros urbanos de la Riviera Maya, las zonas arqueológicas de Cobá, Chichen Itzá y Uxmal; las ciudades de Valladolid y Mérida. Se trata de los polos turísticos más importantes del país, con casi 200 mil cuartos de hotel pero un crecimiento social y económico desigual, anárquico, a costa de la naturaleza. Existe un control mafioso del transporte y una autopista tan saturada que requirió hacerle un segundo piso al paso por Playa del Carmen.
Los gobiernos mexicanos olvidaron el tren para favorecer a las trasnacionales de vehículos que funcionan a base de hidrocarburos y contribuyen al calentamiento global. Un tren en el Sureste no es una ofensa a la madre tierra ni el fin de las comunidades agrarias, como proclaman algunos. Puede ser muy positivo si se escucha a sus potenciales beneficiarios y se modifica lo modificable. Es lo que no han sabido hacer los responsables de dicho proyecto.