l 4 de noviembre de 1981, Valentín Campa firmaba el acta notarial que registraba la desaparición formal del Partido Comunista Mexicano (PCM), para unirse con otras organizaciones en un nuevo partido. Si consideramos los partidos Socialista Unificado de México (PSUM) y el Mexicano Socialista (PMS) como continuadores directos, que seguían enarbolando la orientación socialista junto con otras organizaciones y movimientos, podemos decir que durante 70 años el socialismo mantuvo su presencia con altas y bajas en el centro de la vida política del país. El 5 de mayo de 1989 se constituyó el Partido de la Revolución Democrática (PRD), al cual se adhirieron el PMS y otras organizaciones, abandonando su identidad socialista. Desde entonces han pasado 39 años y el socialismo, comunismo, poscapitalismo o altermundismo tiene presencia en México sólo en el movimiento comunitario del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y algunas otras expresiones menores como el Movimiento Comunista Mexicano.
Seis meses más tarde, el 9 de noviembre de 1989, cayó el Muro de Berlín y casi al mismo tiempo se produjo el derrumbe del socialismo realmente existente o el modo de producción soviético en toda Europa. Eso parecía invalidar todo posible futuro comunista. Una virulenta propaganda identificó y sigue manchando los ensayos socialistas de todas las grandes revoluciones del siglo XX (la soviética, la china, la vietnamita y la cubana) con imágenes de dictaduras totalitarias y campos de concentración, guerras civiles interminables y modelos económicos inoperantes. Como movimiento social, el comunismo tiene casi 200 años de existencia. Para vivir, el capitalismo tiene que matar al comunismo, y éste ha sido y es negado una y cien veces para siempre resurgir.
En México, algunos militantes se refugiaron en la nostalgia, otros se volcaron hacia los movimientos sociales o bien las organizaciones de la izquierda nacionalista-revolucionaria; intelectuales aislados y revistas siguieron desarrollando el pensamiento marxista. Los menos cayeron arrepentidos en los brazos del neoliberalismo y sus portadores, los gobiernos de Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto. Esto ha permitido que en México, en las recientes décadas, la alternativa comunista de ser un horizonte de esperanza de las luchas sociales haya quedado reducida a una palabra vergonzante.
Han pasado casi 40 años y en México la presencia de la teoría socialista y comunista se ha reducido considerablemente, ergo la idea de la superación/abolición del capitalismo como necesidad del desarrollo humano prácticamente se ha desvanecido. El 1º de julio de 2018, después de 36 años de dominio neoliberal, triunfó un gobierno progresista. Hace algunas semanas se celebraron los 100 años del Partido Comunista; Valentín Campa y Arnoldo Martínez Verdugo fueron llevados a la Rotonda de las Personas Ilustres. Es tiempo de que las ideas del socialismo, junto con todo el pensamiento revolucionario contemporáneo, vuelvan al lugar que les corresponde dentro de la izquierda mexicana. Urge que el pensamiento socialista restablezca su continuidad y ocupe su lugar en los movimientos anticapitalistas del futuro.
El concepto comunismo tiene tres dimensiones: 1) es una tendencia, un movimiento de la economía del capitalismo, que surge de las contradicciones de éste y sólo tiene solución en su negación. El comunismo no es una utopía más para la reforma del sistema actual. Hay infinidad de proyectos, rutas y propuestas para superar los problemas de la sociedad contemporánea, entre ellos están el libro más reciente de Thomas Piketty, de más de mil páginas, Capital e ideología, y las nuevas tendencias críticas en la economía política, que vuelven a considerar la unidad de esta disciplina con las ciencias sociales y elaboran modelos para una posible solución de las contradicciones del capitalismo.
A diferencia de las nuevas utopías, el comunismo surge de las contradicciones internas del capitalismo, que engendra su propia negación. El capital desarrolla una organización social del trabajo que es incompatible con la propiedad privada de los medios de producción. La necesidad de la apropiación social de éstos nace de la contradicción entre el carácter profundamente social y mundial de la producción y la apropiación privada de la riqueza en el sistema capitalista.
El capital como realidad alienada, en la que la relación entre las cosas domina la relación entre las personas, se impone como necesidad ciega. “Entre los propios portadores de esta autoridad, los capitalistas –escribe Marx–, que sólo se enfrentan como dueños de bienes, reina la anarquía más completa: los enlaces internos de la producción social sólo se imponen como fuerza de la naturaleza en contradicción con el libre albedrío del individuo”. La ley económica y la enajenación se fusionan en la propiedad privada de los medios de producción y el comunismo es la negación de esa propiedad. La concepción del capitalismo como modo de producción eterno, más allá de la historia, queda así negado y permite desentrañar los límites internos del capital como marcas de su relatividad histórica. Así como el capitalismo nació de las contradicciones internas del feudalismo, el comunismo nacerá como negación de los problemas estructurales del capitalismo. Nosotros no anticipamos el mundo de mañana por medio del pensamiento dogmático, sino al contrario, por la crítica del antiguo
, y en La ideología alemana Marx y Engels sostienen que el comunismo no es para nosotros ni un estado que debe ser creado ni un ideal bajo el cual la realidad debe ser regulada. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real de abolición de la situación actual
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