asemos a la segunda dimensión del concepto comunismo. Por casi 200 años, el comunismo ha sido un movimiento social, revolucionario de los trabajadores. La palabra tiene su origen en las sociedades revolucionarias francesas de mediados de los años 1830, como un movimiento político de la clase obrera en la sociedad capitalista. Carlos Marx y Federico Engels militaban en un grupo obrero internacional que existió de 1847 a 1852 y actuaba en la clandestinidad. Originalmente se llamaba la Liga de los Justos, que a su propuesta cambió de nombre por la Liga de los Comunistas. En el congreso celebrado en Londres en noviembre de 1847, los miembros de la liga les encargaron redactar un programa detallado del partido, a la vez teórico y práctico. Tal es el origen del Manifiesto comunista, en el que se afirma: “¿Cuál es la posición de los comunistas con respecto a los proletarios en general? Los comunistas no forman un partido aparte, opuesto a los otros partidos obreros. No tienen intereses que los separen del conjunto del proletariado. No proclaman principios especiales a los que quisieran amoldar el movimiento proletario… sólo se distinguen de los demás partidos en que, en las diferentes fases de la lucha… representan siempre los intereses del movimiento en su conjunto” (Marx y Engels, Manifiesto comunista en Obras escogidas, T. I, pág. 60).
Pero vayamos a la tercera dimensión del comunismo: es la prefiguración basada en el análisis del capitalismo de una sociedad poscapitalista, en la cual las contradicciones principales de ese sistema se resuelven paulatinamente. En ese sentido, el comunismo es una hipótesis, basada en algunas ideas de Carlos Marx y en el pensamiento crítico en constante evolución; en las experiencias de las luchas sociales y la asimilación crítica de las enseñanzas de las revoluciones del siglo XX.
Una tarea urgente es el análisis crítico del derrumbe de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y del socialismo realmente existente
, que fue en su inicio un gran ensayo para crear una sociedad comunista. Su fracaso es un episodio lacerante en la historia del movimiento socialista, que no podrá renovarse sin hacer una crítica profunda y creativa de lo sucedido, como hicimos antes con las experiencias del movimiento de 1968, la Comuna de París o el pensamiento socialista utópico de principios del siglo XIX. Sólo la asimilación crítica nos permitirá rechazar las monstruosas mentiras del anticomunismo actual y buscar nuevos caminos, distintos a los adoptados por los revolucionarios del siglo XX, que lograron muchas cosas, pero no la fundación de una sociedad comunista en el sentido que da al concepto la teoría marxista y el pensamiento crítico contemporáneo. El principal enemigo de esa asimilación crítica, creativa, es la nostalgia, que se niega a reconocer que el camino revolucionario de los trabajadores está sembrado de fracasos. Las grandes batallas perdidas cambian la historia, se manifiestan en logros diferentes a los que ellas se proponían y muchas veces son prolegómenos a nuevas luchas emancipatorias, pero siempre son ricas en enseñanzas para renovar la teoría y la práctica social.
Para construir un pensamiento socialista para el siglo XXI es ante todo necesario tomar en cuenta los profundos cambios que ha vivido el mundo desde la década de 1970: la gran revolución informática y robótica, el intenso proceso de globalización, la destrucción sistemática de las organizaciones de los trabajadores y el surgimiento de un pensamiento conservador nuevo, cuyo núcleo vital es el neoliberalismo.
En ese medio siglo, la era de Margaret Thatcher y Donald Reagan, el capital ha socavado las estructuras precedentes del poder monopolista y desplazado la fase previa del capitalismo monopólico de Estado nación. Mediante una competencia mundial, traducida en reducir ganancias corporativas no financieras, el desarrollo geográfico desigual y la competencia interterritorial se convirtieron en rasgos fundamentales del capitalismo actual. Hubo un ataque exitoso a las organizaciones laborales y sus instituciones políticas, mientras se movilizaba mano de obra global excedente, la puesta en operación de cambios tecnológicos para reducir mano de obra y elevar la competencia, ha reducido globalmente el salario y ha creado una vasta reserva laboral descartable, viviendo en condiciones marginales. La desigualdad ha crecido exponencialmente. México no es una excepción: entre lo que era su economía y su sociedad hace medio siglo y la actual, hay una diferencia asombrosa. El neoliberalismo ha introducido la agudización de la explotación de mano de obra, la generalización de la industria maquiladora, la privatización de los servicios públicos, los recortes a las prestaciones sociales e, internacionalmente, una relación de intercambio comercial desigual de forma brutal.
¿Qué podemos decir sobre el pensamiento marxista y socialista hoy? Constatamos que, después de un prolongado sopor, hay un gradual renacimiento de ese pensamiento en sus diversas y multiformes propuestas. Sin embargo, su debilidad sigue siendo la insuficiencia de comprensión de los movimientos sociales contemporáneos y la carencia de teorías generales que permitan hacerlas fluir en un solo torrente anticapitalista. Mientras tanto, la historia se ha vuelto a poner en marcha y los explotados, humillados y ofendidos en todas las latitudes, incluyendo la Europa rica y la gran potencia de Estados Unidos, han entrado en acción. Sobre todo en América Latina, de la que formamos parte, los pueblos se levantan decididamente contra el neoliberalismo (que es el capitalismo de nuestro tiempo). El ciclo de los movimientos progresistas no ha terminado, se inicia una nueva fase pese a todos los obstáculos, incluso los golpes de Estado.