radicionalmente, en materia de política exterior América Latina no ha sido una prioridad para los gobiernos de Estados Unidos, y menos aún para el de Donald Trump, ya que nuestro subcontinente raras veces ha encarnado verdaderos intereses estratégicos de ese país. En vista de la consigna America First proclamada por el presidente, la política hemisférica desarrollada por otros mandatarios estadunidenses simplemente parece ahora como una estrategia defensiva en materia de política exterior. Nuestra región no representa una prioridad para el gobierno de Trump, sino tal vez el defensivo.
Además de las evidentes asimetrías en materia de poder político y bienestar social, existen grandes diferencias entre las culturas políticas de las dos Américas, lo que ha convertido las relaciones intercontinentales en un terreno particularmente complicado. Para América Latina, los ejes políticos centrales son, precisamente, los temas que resultan determinantes para el presidente Trump (comercio, medio ambiente y migración), tanto frente a sus votantes como en lo que se refiere a su posicionamiento internacional. Por ello, es casi inevitable que haya un conflicto de intereses permanente en el hemisferio occidental. Pese a la retórica agresiva y racista de Trump, la política exterior concreta de Estados Unidos en la región está marcada por una continuidad respecto a las medidas bilaterales y multilaterales. Los modelos de desarrollo conservadores vigentes en muchos países de América Latina permiten, además, que Washington siga manteniendo un esquema tradicional de dominación.
Como se ha demostrado en la VIII Cumbre de las Américas celebrada en Lima, no han apoyado suficientemente las actividades de la OEA ni se fortaleció a la organización interamericana en sus esfuerzos orientados a la solución de conflictos. Podemos decir, entonces, que “la estrategia America First se orienta sobre todo a las relaciones bilaterales”. Es lógico entonces que el presidente Trump rechace importantes elementos observados en la política tradicional de Estados Unidos hacia América Latina, como la promoción de acuerdos de libre comercio, el apoyo a organizaciones multilaterales o el respaldo a procesos democráticos de la misma forma en que también lo ha hecho a escala mundial.
Para el gobierno de Trump, como para el de Obama, el tema central fue y ha sido el de frenar la inmigración (sobre todo a México y Centroamérica) y redujo aproximadamente en 30 por ciento la inmigración ilegal en la frontera con México en 2017. Como medida de seguridad nacional, el presidente impulsa la expulsión masiva de los ilegales pertenecientes a la población hispana, que con 18 por ciento representa la minoría más grande y de más rápido crecimiento en Estados Unidos. Dentro de las pocas iniciativas orientadas a América Latina, Washington prioriza entonces su temor a un desborde
del crimen organizado extendido en la región.
Aunque la histórica migración laboral
mexicana mostró una tendencia descendente en años recientes, Trump teme ahora que se registren nuevas olas migratorias, que podrían dar cabida a criminales, narcotraficantes y tal vez terroristas. El peligroso triángulo de comercio, migración y cambio político y económico convierte a México en el mayor factor de riesgo para la política exterior de Trump en América Latina.
Colombia es considerada tradicionalmente por Estados Unidos como su aliada más leal en Sudamérica. El Plan Colombia, dirigido a estabilizar a un Estado debilitado durante décadas por el conflicto armado, ha sido alabado por distintos ocupantes de la Casa Blanca. Sin embargo, la amenaza de Trump, que apunta a señalar a Colombia como poco confiable
en sus compromisos contra el cultivo y el tráfico de drogas debido al aumento en la producción, afecta gravemente a ese país.
Durante largo tiempo, dentro y fuera de la región, se subestimó la posición deChina como socio clave de América Latina en materia de comercio e inversión. Sin embargo, en los pasados cinco años, el gigante asiático firmó amplios acuerdos de asociación estratégica con siete países: Argentina, Brasil, Chile, Ecuador, México, Perú y Venezuela. Desde 2017, Pekín es el principal socio regional de Sudamérica en el área exportadora; fue un año en el que las exportaciones e importaciones latinoamericanas hacia y desde China aumentaron 23 por ciento y 30 por ciento, respectivamente, en parte porque la cantidad de medidas proteccionistas existentes en ese país es muy inferior a la que impone Estados Unidos.
Además, en la década pasada, las inversiones chinas en la región aumentaron en 25 mil millones de dólares para alcanzar un total de 241 mil millones y, según lo anunciado por el presidente Xi Jinping, en los próximos años se sumarán otros 250 mil millones. De este modo, en lo que respecta a las inversiones directas en la región, las tasas de crecimiento chinas superan con holgura las de la Unión Europea y también las de Estados Unidos.
Sobre todo después de la llegada de Trump, China ha repetido que la región tiene una importancia estratégica para su propio desarrollo y que su compromiso es a largo plazo. Además de las numerosas y estrechas relaciones bilaterales, cabe subrayar la fuerte cooperación con toda la región a través del Foro China-Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños. En la Declaración de Santiago, no sólo se acordaron acciones detalladas para 2019-2021, sino que se planteó la creación de una gran línea transoceánica de transporte, que se articule con el proyecto de la Nueva Ruta de la Seda.