en lo que respecta a la elaboración de una teoría para la transición anticapitalista coincido en términos generales con David Harvey, quien propone llamar a nuestro auxilio a la teoría marxista de la transición del feudalismo al capitalismo, que puede ayudarnos a plantear el problema en toda su complejidad. (David Harvey, Organización para la transición anticapitalista
, revista Crítica y Emancipación, año 11, núm. 4, 2010, 180 pp.) “El cambio social emerge –escribe Harvey– mediante el despliegue dialéctico de las relaciones entre los siete momentos del desarrollo del capitalismo visto como un conjunto, o como un conjunto de actividades y prácticas frente a un feudalismo declinante”. La transición al capitalismo implicó un complejo movimiento a muchos niveles. 1. Las formas tecnológicas y organizacionales de la producción, intercambio y consumo; 2. El cambio en las relaciones con la naturaleza; 3. Las relaciones sociales entre las personas; 4. Las concepciones del mundo que abarcan conocimientos, saberes culturales y creencias; 5. Los procesos específicos de trabajo y producción de bienes, geografías y servicios; 6. Convenios institucionales y, por último, 7. La conducta en la vida cotidiana que sustenta la reproducción social. En forma similar, cuando el capitalismo se somete a una de sus fases de renovación lo hace precisamente por la co-evolución de todos sus momentos, obviamente, no sin tensiones, luchas, peleas y contradicciones. Algo parecido/diferente va a suceder en el complejo proceso de transición al socialismo. Harvey llama a esto una teoría co-revolucionaria
porque el cambio social surge a diferentes niveles que deben ser materia del pensamiento revolucionario. Un pensamiento que sea capaz de analizar los movimientos sociales en función de su impacto particular y su relación con el cambio epocal. Hoy no contamos con el tiempo que transcurrió en la transición del feudalismo al capitalismo, pero existen medios tecnológicos y digitales, así como organizaciones económicas mucho más eficaces y sofisticadas para el cambio.
Pasemos a la tercera dimensión: la prefiguración de la sociedad que sucederá al capitalismo. Como todo futuro, no existe todavía. Debemos recurrir a los pocos escritos de Marx sobre el tema y a las experiencias de las revoluciones fallidas, derrotadas o inconclusas de los pasados 150 años para saber lo que puede ser y lo que no debe ser. Una comprensión de las experiencias prácticas que no conducen al comunismo y los cursos de acción que sirven para reforzar las tendencias del futuro comunista. Marx no fue muy prolijo en ese sentido. Nunca mostró el mismo interés por el presente y el futuro. Nos ha dejado atisbos, tomando en cuenta la transición del feudalismo al capitalismo. En La ideología alemana, Marx rechaza que el comunismo sea un ideal al cual haya de sujetarse la realidad
; él lo entiende más bien como el movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual
(Terry Eagleton, Por qué Marx tenía razón, Península, 2011, 73 pp.).
Tomemos el problema de la libertad social. Es un concepto de Marx de los Manuscritos económico-filosóficos de 1844, la renovada lucha por el comunismo halla su justificación moral en la búsqueda de la solución real a las injusticias y desigualdades, incluidas las colonizaciones, los racismos, los patriarcalismos y la destrucción de la naturaleza, ininterrumpidamente producidos por el capitalismo. Por tanto, la igualdad y la justicia avanzadas son necesariamente elementos imprescindibles de la sociedad comunista. Por eso la lucha por una democracia avanzada es una bandera irrevocable del comunismo. Sin embargo, la lucha por la libertad y la democracia social a lo largo de estos últimos 100 años no ha sido tomada al mismo nivel que la lucha por la igualdad. Por lo general, los comunistas y socialistas hemos entregado esa bandera a las corrientes liberales que constriñen y mutilan el concepto de libertad a la mera libertad de comercio, de enriquecimiento privado o de opresión de unos pueblos sobre otros, y la democracia limitada al sufragio universal, el respeto a la ley y la competencia política.
Pero hay una libertad social articulada a la igualdad, es la que Marx llama la libertad social, en la que el libre desarrollo de cada persona tiene que aportar al libre desarrollo de las demás personas, en la que las capacidades de cada ser humano están para potenciar la libre asociación con el resto de los seres humanos. No es ni el Estado, ni la empresa, ni el mercado el depositario y garante de este libre desarrollo de la individualidad. Es la libre asociación de las personas la que habilita el libre desarrollo de sus capacidades individuales. Bajo estas condiciones, las libertades civiles acumuladas en los pasados siglos son sólo un capítulo de una infinidad de libertades y capacidades que el comunismo requiere para su realización. De hecho, el comunismo o los comunismos –hay que hablar de comunismos– son impensables sin este despliegue de las libertades civiles acumuladas desde el siglo XVI y de las nuevas libertades asociativas que se constituyan en un patrimonio de acción en común.