Neoliberalismo y reparto del pastel // AMLO: descomposición completa
n el desmantelamiento del aparato productivo del Estado –léase privatización neoliberal– todas las fuerzas políticas y económicas del país (al final de cuentas convergieron en una sola) que apoyaron la modernidad
se quedaron con una gruesa rebanada de cada uno de los sectores económicos en los que participaba el gobierno y, desde luego, de las paraestatales. Miguel de la Madrid inauguró la venta de garaje (el remate de los bienes de la nación) y las sucesivas administraciones sólo aceleraron a fondo.
Así, telefonía, energía, banca, líneas aéreas, ingenios azucareros, ferrocarriles, petroquímica, cementeras, mineras, siderúrgicas y muchísimas empresas más (otrora propiedad del Estado) pasaron a manos privadas –muchas de ellas de especuladores bursátiles– que sin mayor experiencia –por no decir nula– obtuvieron y obtienen pingües ganancias a costillas de los bienes otrora de la nación.
Por ejemplo, de los 17 multimillonarios mexicanos reconocidos por la revista Forbes, la mayoría –todos, en realidad– vieron incrementar sus respectivas fortunas de forma exponencial a raíz de la privatización –a su favor, desde luego– del aparato productivo del Estado, sin olvidar los jugosos cuan crecientes contratos de obra pública (el fallido aeropuerto de Texcoco es una muestra de ello) y, desde luego, los cuantiosos rescates
de no pocas ex paraestatales.
En su momento, Miguel de la Madrid justificó la venta masiva de empresas gubernamentales con el pretexto de que el Estado no podía ni debía administrar centros nocturnos, aunque ese efugio se aplicó, también, a los sectores que en algún tiempo fueron tipificados de estratégicos para la nación, sin especificar qué era lo no prioritario para el crecimiento y desarrollo del país: los cabarets o la industria siderúrgica; la manufactura de pantalones o la energía; la fábrica de telas o los fertilizantes, por citar algunos casos.
Valga lo anterior para dar contexto a lo dicho ayer por el presidente López Obrador: en tiempos neoliberales se registró “una descomposición completa, una gran corrupción. (Por ejemplo) políticos vendiendo medicinas. Esto es como la privatización del petróleo: de repente periodistas, los que producen leche, los que hacen pan, trabajando en exploración y en la perforación de pozos petroleros. ¿Qué es eso? Porque (en el caso petrolero) les dieron los contratos a todos para repartirse el pastel. Sin experiencia, sin capacidad, sin conocer qué es la industria petrolera, qué es explorar, qué es perforar, qué hace un ayudante de piso, qué hace un chango, qué hace el perforador, qué es una batería de separación, cómo se extrae el petróleo. Nada, nada más porque tenían agarraderas, influencias y como ellos apoyaron en la privatización les tocó su parte”. Y esa fue la constante a lo largo de 36 años de venta de garaje.
Luego de su aprobación por el Congreso, Peña Nieto celebró su reforma
energética, y se manifestó muy contento, muy feliz
, porque este cambio será trascendental para el desarrollo y progreso del país que permitirá, en lo inmediato y en los años por venir, un gran progreso y desarrollo. Los mexicanos hemos decidido superar mitos y tabúes para dar un gran paso hacia el futuro; México se ha pronunciado en favor del cambio y la transformación
.
Pues bien, cinco años después de tal aprobación (al finalizar el sexenio de EPN), Pemex registró la producción más baja en 44 años y la histórica importación de combustibles (por primera vez desde 1974)), sin olvidar que de la inversión comprometida por el capital privado (200 mil millones de dólares según Pedro Joaquín Coldwell) sólo llegaron, en el mejor de los casos, 800 millones (según reveló López Obrador al inicio de su mandato), de tal suerte que la producción de hidrocarburos, a corto plazo, sumará 3 millones de barriles diarios
fue otra tomadura de pelo.
Las rebanadas del pastel
A pesar de los tambores de guerra y del salvaje de la Casa Blanca, el peso mexicano ha salido fortalecido: ayer se vendió a 18.88 por billete verde.