a inversión extranjera directa es registrada por el Banco de México (BdeM) en los llamados pasivos de la balanza de pagos. Esta balanza de pagos es un instrumento del Sistema de Cuentas Nacionales –dice el más actualizado Manual de la Balanza de Pagos, editado por el Fondo Monetario Internacional en 2009 (BP6)–, cuyo objetivo es presentar las transacciones entre residentes y no residentes de una economía, en este caso la mexicana.
Los datos anuales de 2019 se presentarán el próximo 25 de febrero. La información al tercer trimestre se publicó en el portal del BdeM el pasado 25 de noviembre. Pero el mismo BdeM publica algunos datos mensuales de esta balanza; por ejemplo, remesas y componentes de la cuenta de ingresos primarios, que junto con las cuentas de bienes y servicios y la de ingresos secundarios forman parte de la cuenta corriente de la balanza de pagos.
Así, además de esta cuenta corriente, la balanza de pagos tiene dos cuentas más: la de capital y la financiera. Pero, al menos por el momento, no enredemos más las cosas y nos concentramos hoy en los datos de inversión extranjera directa, a reserva de luego presentar también los importantísimos datos de las remesas, que según estimaciones iniciales en 2019 registró un máximo histórico, del orden de 36 mil millones dólares. ¡Impresionante!
Pues bien, con los datos al tercer trimestre –y algunos indicadores más por ahí– podemos estimar que la inversión extranjera directa en 2019 alcanzó 32 mil millones de dólares. Es un monto bajo. Lo superan, como he comentado, las remesas, situación que no es nueva. De 2003 a 2012 ya había sucedido. Remesas iguales o superiores a la inversión extranjera directa. Ahora bien, es necesario notar que desde hace ocho años esa inversión –hasta 18 por ciento de la fija bruta total y hoy apenas 14 por ciento– no ha mostrado el dinamismo de periodos anteriores. Más aún, desde hace años, el componente principal de esta inversión extranjera ha sido la reinversión de utilidades, a diferencia de otros años, en los que la nueva inversión era el componente principal.
Este cambio de dinamismo se registra desde 2011. Un dato sorprendente en este contexto es que –una vez más, como aconteció de 2003 a 2011– las remesas superan la inversión extranjera directa anual. En términos de país, el principal componente de esta inversión extranjera los últimos siete años es la proveniente de Estados Unidos, con un promedio de 40 por ciento. El segundo país en importancia en este marco es España, con 11 por ciento; el tercero es Canadá, con 9 por ciento, y el cuarto Alemania, con 7 por ciento. Le siguen Japón y Bélgica, con 6 por ciento cada uno.
Concluyo diciendo que estamos lejos de los 53 mil millones de dólares (de 2019) de inversión extranjera directa registrada en 2013. Incluso, de los montos de 2001 y 2007 que superaron 40 mil millones de dólares. Será importante analizar ese comportamiento declinante de la nueva inversión y los elementos que permitirían la apertura de un círculo virtuoso en este caso. Sin duda.