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Nosotros ya no somos los mismos

Lo último sobre la unidad nacional // Los dones de Agustín de Iturbide // La marcha de Pío // La aceptación mexicana por méritos propios

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▲ El platillo por excelencia de la temporada septembrina tuvo su origen tras terminar la Guerra de Independencia en honor de quien sería efímero emperador.Foto Notimex
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ontra mi voluntad, congelo (al menos temporalmente), mi necedad de seguir peleando contra el fantasma de la unidad nacional.Aunque se me derrita el epiplón mayor, trataré de ignorar que el Abrazo de Acatempan, el Plan de Iguala, el Ejército Trigarante, y la bandera de las tres garantías constituyeron los elementos básicos del gran garlito con la que el padre de la dinastía fifí, Agustín de Iturbide, el primer chaquetero o, para usar términos exactos, el primer casaquero (chaqueta = casaca militar), chamaqueó a los sobrevivientes del Ejército Insurgente de 1810: Guerrero, Bravo, Victoria. Los engolosinó con el que, ahora sí, después de 11 años de enfrentamientos sangrientos, desgastantes dolorosos, y totalmente infructuosos al fin, el momento llegó: después de 11 años seremos independientes. Todavía, ciertamente, seremos un régimen monárquico, pero ya moderado y constitucional. Ah, pero eso sí: la religión católica será la exclusiva. ¿Independientes?

Afortunadamente para la revuelta, la insurgencia, la revolución, el tiempo corre veloz y pendenciero. Para terminar esta breve cronología: 18 de febrero de 1821, Abrazo de Acatempan; el 24, firma del Plan de Iguala; 24 de agosto, se firman en Córdoba, Veracruz, los tratados en los que se reconoce la independencia de México; 27 de septiembre, entrada a la Ciudad de México del Ejército Trigarante; el 28, firma del acta de Independencia. Diciembre: primera conspiración de quienes exigen que México se convierta en una república realmente independiente sin que tenga nada que ver Fernando Vll. Encabezan a los conspiradores dos veteranos insurgentes: Nicolás Bravo y Guadalupe Victoria. Ambos con la capacidad, conocimientos y probidad que desde endenantes a la fecha distinguen a nuestros cuerpos policiacos de inteligencia: fueron descubiertos y aprehendidos. El 25 de febrero de 1822 se elige al Congreso Constituyente que definirá las formas y estructuras del nuevo e inicial gobierno. Sin embargo, antes que temprano se da el primero de los infinitos madruguetes que habrán de ser la constante de nuestra vida política.

Mayo de 1822, el motín del Regimiento de Celaya, encabezado por el sargento mayor Pío Marcha (contra la expresión: ni pío dijo, este dijo de más) y promovió a Iturbide como emperador. El 18 de mayo de 1822, proclamación de Iturbide; 21 de julio, coronación en la Catedral de la Ciudad de México. El 19 de marzo de 1823 se ve obligado a abdicar y ya sin el ridículo apoyo del más ridículo sargento Pío, no le queda sino la marcha. El 14 de julio de 1824, Iturbide, iluso como es usual en quienes, sin merecerlo, han llegado a disfrutar sus 15 minutos de gloria, retorna del viejo continente convencido de que el pueblo ha entrado en razón y reconoce todo lo que a él debe, acepta generosamente el arrepentimiento y perdona. Decide recuperar lo que entiende le pertenece. Julio, cuatro días después es aprehendido. Al día siguiente de su aprehensión Agustín Cosme Damián de Iturbide y Arámburo es fusilado.

Si han de ser justos, todos los chairos del país deben agradecer que, gracias a este epónimo personaje, algo quedó claro desde nuestros inicios: el pueblo de México ha rechazado, vomitado la monarquía, la aristocracia, la nobleza creada y heredada por filibusteros, piratas, saqueadores, invasores, condotieros, colonizadores, conquistadores y pioneros. Creamos con cada generación nuestra propia realeza en razón de méritos, no de la hemofilia: Rey del Mambo, El Príncipe de la Canción, La Princesa Lea, El Monarca del Trincherazo, El Rey del Barrio, etcétera. El otro innegable motivo de gratitud se origina en el acto maravilloso de pleitesía que las monjas agustinas rindieron a su tocayo Iturbide en 1821 con motivo de su onomástico: el tradicional chile en nogada, un platillo que, a partir de los tres colores de la bandera que recién nacía, ofrecía múltiples sabores y aromas y un solo vértice posible: el enorme placer que sus ingredientes, mezcla y cocción provocaban: único argumento válido que conozco en favor de la unidad nacional.

Medina Mora y el artículo 98 constitucional será nuestro siguiente punto de encuentro. No digo que mis argumentos tendrán un atisbo de la verdad revelada, tampoco de información privilegiada ni menos aún de un profundo conocimiento jurídico. Serán simplemente una rendija por la que, hasta la fecha, no he visto que nadie halla atisbado.

Twitter: @ortiztejeda

P.D. Quedo a deber unos buenos chismes de la época.