Sábado 25 de enero de 2020, p. a12
El compositor Philip Glass cumplirá 83 años de edad el próximo viernes en medio de intensa actividad creativa. Hace un par de días anunció una gira por Holanda con Iggy Pop y Lavinia Meijer y también la celebración del concierto anual que organiza en el Carnegie Hall de Nueva York en beneficio de Casa Tibet. Reunirá también a Patti Smith, Laurie Anderson, Phoebe Bridges, Jessie Paris Smith (hija de Patti Smith), a uno de los integrantes de The National y al sabio Tenzin Choegyal, entre una pléyade.
Además de su actividad en vivo, en su discografía incluye dos novedades: su Etude No. 16 en un arreglo interpretado por el trío de jazz de su colaborador, el pianista Aaron Diehl, y una nueva grabación de su Quinta Sinfonía, de la cual nos ocuparemos en este Disquero.
Hay que recordar que Philip Glass es uno de los grandes sinfonistas, quizá el más completo, vasto y versátil de nuestra era. Precisamente el 31 de enero de 2017, cuando cumplió 80 años, estrenó su Sinfonía 11.
Su Quinta Sinfonía, reditada por él mismo en su propia disquera, Orange Mountain Music, fue un encargo del máximo foro musical del mundo: el Festival del Salzburgo, para recibir el nuevo milenio, evento que se celebró en el año 2000 aunque sabemos que el milenio comenzó en 2001, pero el consenso aplastante lo determina el mercado: fue un detonador comercial magnífico y observamos en televisión en vivo el espectáculo del amanecer en muchos puntos del planeta durante un día completo.
Es la misma cuestión de ahora, que todos celebran ‘‘el inicio de la década” cuando sabemos que comenzará en 2021. Pero eso es otro asunto.
La Quinta Sinfonía de Philip Glass fue recibida en su estreno en Salzburgo el 28 de agosto de 1999 como una obra maestra.
En Spotify podemos disfrutar de esa versión original, que grabó poco tiempo después Dennis Russell Davies con la Vienna Radio Symphony Orchestra. Y también podemos apreciar la versión que ahora nos ocupa, grabada en vivo en la Trinity Church de Nueva York el 17 de mayo de 2017, con la dirección de Julian Wachner y ahora puesta en un álbum de dos discos compactos por el propio Philip Glass.
Philip Glass tituló su obra así: Symphony 5: Requiem, Bardo, Nirmanakaya.
La compuso en 12 movimientos y siguiendo la lógica del pensamiento milenarista que sacudió a quienes temieron catástrofes en 2000 como las temían en el Medievo, en el año 1000, tendió un puente temático: pretérito-futuro. Hizo una acción budista: cambió un acto torpe (el miedo milenarista) en un acto creativo: construyó un gran oratorio, una monumental cantata, una sinfonía coral que integra la sabiduría humana de todas las eras y culturas del mundo.
Musicalmente espectacular, técnicamente muy interesante, plena de hallazgos, sorpresas, asombros.
Los organizadores del Festival de Salzburgo le pidieron algo tan grandioso como la Novena Sinfonía de Beethoven. Lo que entregó Philip Glass superó sus expectativas en cuanto a monumentalidad.
Es una obra de una hora y 41 minutos de duración, para gran orquesta, cinco cantantes solistas y un coro de niños y coro mixto.
‘‘Mi plan”, explica Philip Glass, ‘‘fue presentar un amplio espectro de muchas de las grandes tradiciones de sabiduría en el mundo”. Y reunió, personalmente, textos del Popol Vuh, el Rig Veda, la Biblia, El Corán, el Kumulipo hawaiano, mitos Zuni, poesía del poeta persa Rumi y fuentes antiguas japonesas, chinas y africanas.
Es a todas luces una sinfonía budista.
Philip Glass, ecuménico, echa mano de textos religiosos como la Biblia y El Corán para hacer una sinfonía no religiosa, según advierte; el budismo es una práctica, no una religión.
Los títulos de cuatro de los 12 movimientos de la Quinta Sinfonía son budistas: 3) Creación de los seres sintientes; 6) El mal y la ignorancia; 7) El sufrimiento; 8) Compasión. Términos que tienen un significado distinto al de Occidente: mal e ignorancia en budismo aluden a confusión, mientras sufrimiento es el cultivo de emociones negativas (como odiar, desear el mal a alguien), y la compasión implica ponerse en los zapatos de quien sufre.
Vienen a cuento aquí las palabras que dijo Philip Glass al autor del Disquero en una de sus muchas visitas a México:
‘‘Nunca he querido ser un compositor de música que nadie quiere; por eso desde siempre busco quién necesita música para dársela, y sólo entonces escribo partituras. Luego de 50 años de trabajo puedo decir con orgullo que he logrado que el escucha no se percate de que mi música en realidad es muy compleja. Me gusta entonces que se me ubique como un compositor de música sencilla.
‘‘Me gusta que se diga de mí que soy autor de una música muy facilita, de gran simplicidad, porque lo que pocos saben es que llegar a esa simpleza ha requerido de mucho trabajo y mucha dificultad. No hay nada más difícil que hacer las cosas simples. Y eso es algo que todo escucha agradece: que no se note la dificultad de todo trabajo creativo y que se escuche en cambio todo simple, dúctil, agradable, en paz.”
La Quinta Sinfonía de Philip Glass es un remanso de paz, es dúctil, amena, agradable, plena de poesía.
Por ejemplo, el texto del octavo movimiento son los siguientes versos del filósofo chino Mencius (372 aC-289 aC):
All people have the heart
which cannot bear to see
the suffering of others
El cuarto movimiento, Creación de los Seres Humanos, lo dedica al Popol Vuh:
the corn became the human flesh
the water became the human blood
This was done by the Bearer, Begetter
Sovereign Plumed Serpent
Philip Glass seleccionó textos originalmente escritos en griego, maya, hebreo, sánscrito, árabe, chino, japonés y diversas lenguas originales. Con ayuda de dos expertos definió las versiones en inglés por cuestiones de significado y de prosodia, elemento primordial para la música. Es por eso que citamos este fragmento del Popol Vuh, y los demás segmentos, en inglés y no en español.
Cerremos esta celebración por la vida, y por el cumpleaños 83 de Philip Glass, con los versos de Basho Matsuo que utilizó para el noveno movimiento, Death, de su Quinta Sinfonía:
On a journey, ill
And over fields all whitered
Dreams go wandering still