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Disquero
Vamos a bailar un son
 
Periódico La Jornada
Sábado 1º de febrero de 2020, p. a12

El nuevo disco de Eliades Ochoa es la apoteosis de la música clásica del Oriente de Cuba: el nengón, el kiribá y el changüí: la médula del son.

Y así se titula, precisamente: Vamos a bailar un son.

En Baracoa el kiribá
en Guantánamo el changüí
en Oriente el son cubano
que es el que me gusta a mí

Como nacida de la novela Concierto Barroco, donde Alejo Carpentier arma una fiesta musical entre Vivaldi, Händel y Scarlatti en pleno trópico, la atmósfera de este disco fabuloso nos transporta a jolgorio similar.

El dominio técnico de Eliades Ochoa de las herramientas secretas del son cubano, su magia para edificar mansiones invisibles en el aire, nos pone de buenas de inmediato, nos hace mover el portamento, trae a nuestra mente ideas, alegrías, anhelos y compone el mundo en un dos por tres, un dos trés, un dos trés, un dos trés…

En los hechos, Eliades Ochoa es el único gigante vivo de la música cubana. De la música clásica cubana. De la música del son. Porque he ahí al coloso Leo Brouwer (1939), quien se codea en las enciclopedias de la música contemporánea con Berio, Messiaen, Stockhausen...

He ahí a Chucho Valdés, el más grande pianista cubano de la actualidad, creador a su vez de una revolución musical originalísima; así como Leo Brouwer continúa la genealogía de los García Caturla, Carlos Fariñas, Ernesto Lecuona, Harold Gramatges y Amadeo Roldán, Chucho Valdés está en la línea directa de su padre: el gran Bebo Valdés.

Están también Silvio, Pablo…

Pero ya no están los gigantes del son cubano, los compositores, porque intérpretes geniales recientes se remiten a, por ejemplo, los Van Van.

En ese Olimpo deben ubicar a Eliades Ochoa quienes dicen saber de música: en el mismo sitio que ocuparon Pérez Prado, Sindo Garay, Benny Moré, Miguel Matamoros, Bola de Nieve, César Portillo de la Luz.

Esa es la dimensión artística que aún no alcanzan a vislumbrar los musicólogos, porque el mercado es otro asunto y eso siempre ha existido, de lo contrario no conoceríamos la música de todos los aquí nombrados.

Dije mercado porque en el imaginario colectivo a pocos les suena el nombre de Eliades Ochoa sin que les susurren al oído: Buenavista Social Club.

Ya en este espacio hemos contado la historia de ese proyecto que, eso sí es verdad, fue ideado por Eliades: un disco con él y músicos africanos, que sí hizo luego y se llama Afrocubism y es una obra maestra (reseñado en su oportunidad en este Disquero) pero en el primer intento, los músicos africanos no llegaron a Cuba por problemas de visados y entonces Juan Marcos González y Chucho Valdés reclutaron a un señor que limpiaba calzado en las calles de La Habana: Ibrahim Ferrer; a otro señor que muchos creían muerto pero estaba descansando en su hamaca, en el pórtico de su hogar: Rubén González, y trajeron a la señorona, a la reina, la incomparable Omara Portuondo y luego fue que Ry Cooder y Wim Wenders completaran el elenco.

La historia de Eliades Ochoa vive de la modestia, el simple trabajo bien hecho, la talacha, el amor por la música. Como Beethoven, pues. Como Bruckner, otro músico campesino igual que Eliades. Como el aldeano Bach. Como los grandes.

Foto
▲ Eliades Ochoa durante su concierto del miércoles en el Teatro Metropólitan.Foto Fernando Aceves

Eliades es un gigante de la música, no sólo la música cubana. De la música.

Sus hallazgos técnicos son incontables. Para empezar, su guitarra es un artefacto que admira el mismísimo Pat Metheny: un artefacto hermoso, una pieza maestra de laudería que parece guitarra pero en realidad es una orquesta.

Si alguien escucha un disco de Eliades, dirá de inmediato: ¡qué bien suena ese tres!

Pero ese instrumento no es el típico tres cubano, es una guitarra grandota, no tiene el tamaño del tres pero sí mayor potencia. Lo que hace con ella Eliades es pura brujería, bendita brujería.

Modesto, sin hacer ruido pero sí con muchas nueces, Eliades ha convertido lo que fue una institución cultural cubana, el Cuarteto Patria, en un combo magnífico que suena a eso y a mucho más.

Y su materia prima sigue siendo la misma: el changüí, el kiribá, el nengón.

El nuevo disco de Eliades Ochoa tiene una variedad magnífica: incluye boleros, piezas clásicas de Ñico Saquito (María Cristina me quiere gobernar…), un dúo con Pablo Milanés, otro con la cantante de flamenco de nombre Argentina, son montuno, harto sabor, elegancia y donosura.

Es un discazo, como todos los de Eliades.

Sorpréndanse algunos: es tan buen músico, que puede glosar a otro de los dioses del Olimpo: al mismísimo Bob Dylan: en el disco fabuloso titulado From another world. A tribute to Bob Dylan, Eliades Ochoa convierte el clásico epopéyico All along the watchtower en un insólito blues cubano.

Bob Dylan traducido al español que se habla en Cuba:

En el atalayar
se mantenía el acecho
las mujeres y los sirvientes
caminaban descalzos
allá a lo lejos
gruñó un gato montés
dos caballos se acercaron
y el viento se puso a aullar

y entonces Eliades pone a aullar a su guitarra, como lo hizo hace tres noches en el Teatro Metropólitan donde presentó, ‘‘con mucho orgullo”, su nuevo disco: Vamos a bailar un son, y gastó una private joke que tiene mucho sentido: ‘‘voy a tocar hasta las dos y media de la mañana, allá ustedes los que tienen que trabajar mañana y tienen que irse a descansar. Llerenas será el único que se vaya a casa”.

Y es que el tal Llerenas es a quien, con Mary Farquharson, les debemos las muchas presencias de Eliades Ochoa en México. Ellos trajeron a Eliades. Ellos grabaron discos muy bellos, A una coqueta, con Eliades y Se soltó un león, también con Eliades y el Cuarteto Patria. Ellos, Mary Farquharson y Eduardo Llerenas, son los gladiadores fundadores de Discos CoraSon, esa institución cultural mexicana que resiste los embates y sigue en la batalla por la música buena.

El nuevo disco de Eliades Ochoa, Vamos a bailar un son, es hermoso por irresistible, una exquisitez musical:

ven pacá, vamos a bailar un son
ven, ven pacá
ven-ven-ven-ven
pacá

Hermosa lectora: vamos a bailar un son.

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