Moscú
n forma totalmente involuntaria, Aurora Cano, autora de Moscú, obra que actualmente cumple una breve temporada en el teatro El Galeón (ahora justamente apellidado Abraham Oceransky), da la entrada para este comentario. Es que, al principio de la puesta en escena, una de los personajes pregunta a otra: ¿qué dijo el crítico?
, y esta última responde: dijo que era pretenciosa, le pareció pretenciosa y no le gustó.
Tengo que aunarme al juicio de ese hipotético crítico porque a mí, real y no hipotético ni personaje de ficción, igualmente me pareció pretenciosa.
Supuestamente, tres actrices acaban de estrenar su particular versión de Las tres hermanas, de Chéjov y, sobre esta base se desenvuelve toda la trama que, a fuerza de querer ser, acaba no siendo –perdida– sin llegar a ningún lado.
No sé si ese llegar a ningún lado es una pretensión de la autora de escribir una pieza siguiendo la línea marcada por Chéjov, el gran maestro creador en ese género pero, si es así, fue una intención fallida.
Hay, a lo largo de toda la obra, una enorme presunción intelectual y menosprecio al público, al que, incluso, la autora se siente obligada a explicar en qué consiste y cómo se inició el uso-deseo de la palabra merde –en francés–, que tan conocida es entre los teatreros y el público en general, sólo que aquí ni siquiera la usa en esa lengua, sino claramente la repite una y otra vez en español (mierda).
Haciendo frecuente alusión a las tres hermanas originales, para que el público no se olvide de que sobre esa obra está bordando, e incluso llamándolas por su nombre del personaje –Masha, por ejemplo–, la autora desarrolla su propia trama, siempre en tono altisonante de gran conocedora de múltiples materias y personalidades entrándole, sin decirlo, al sicoanálisis y, a la manera de Chéjov, al retrato sicológico de personajes, sólo que, con pena, a años luz del dramaturgo ruso.
Así, cada una de las hermanas va exponiendo su problemática personal, que, claro, se entrelaza con la de las otras y que, por extensión y puesto que somos entes sociales, está ligada también a los factores exógenos del mundo que las y nos rodea.
Es aquí donde me pierdo yo, porque no alcanzo a comprender el mensaje o los mensajes que Aurora Cano quiere darnos, si es que quiere darnos uno, o tal vez sea que no quiere dar ninguno. Así las cosas, la obra por algún momento me pareció con propósitos nihilistas, pero luego me dije que no, que más bien era una intención de denuncia y protesta contra este sistema inmundo en el que estamos inmersos, pero en un tercer momento pensé que no, que de lo que se trataba es de un llamado a la fraternidad, a la solidaridad. Confieso que al final no logré concluir si estas o alguna otra alternativa era la buena.
Bastante menos complicada resulta la apreciación del montaje que la propia autora se encargó de dirigir. Aunque conscientemente repetitiva en algunas escenas, la directora consigue en general acciones limpias, trazos amplios y, cuando se requieren, pasajes íntimos, manejado todo a buen ritmo pero que es necesario repetir, no es el ritmo de la pieza aunque, reitero, no sé si la intención de la autora era escribir una pieza. A esta dirección responden con acierto las tres actrices del cuento, Carmen Mastache, Teté Espinoza y Tamara Vallarta, citadas en el orden en que aparecen en el programa de mano. Original, llamativo y funcional es el vestuario de Jerildy Bosh y, lo mejor, la muy imaginativa, atractiva a la par de práctica, escenografía e iluminación de Jesús Hernández que contribuye grandemente al desempeño visual de las intérpretes.
Las funciones de Moscú son los jueves a las 16 y 20 horas, los viernes a las 20 horas, los sábados a las 18 y 20 horas y los domingos a las 18 horas.