gano femenino del que sale toda la vida, también la imagen de la muerta en la que todo acaba terminando….”
Georges Bataille entabló durante toda su vida, y su obra lo patentiza, un juego espectral con la muerte, la cual tiene un lugar protagónico en su escritura. Le atrae en particular ese último instante en el que habría que conjurar los poderes de la eternidad. Bataille escribió novelas, críticas, poesía, libros sobre arte e historia de las religiones, comentarios sociales y un estremecedor ensayo sobre el erotismo.
La diversidad de temas que abordó y la maestría que despliega le permite escapar a todo intento de clasificación. Su obra y su vida han sido calificadas y contradictorias: el ateo místico, el apasionado filósofo y escritor hechizado por los enigmas y espectros del erotismo y la muerte. Él mismo solía definirse como un santo o un loco. Pareciera más bien revelarse como una mezcla de ambas cosas, donde gravitará un espíritu lúcido conocedor de las limitaciones del discurso lógico y racional para dar cuenta del espíritu humano, de la vida y de la muerte, del amor y el erotismo. El placer y el dolor, para él, están siempre unidos como los sutiles extremos de la misma horizontal: la línea de la vida, el erotismo; por tanto, no es más que la aprobación de la vida hasta la muerte. Influenciado por Sade y Rimbaud, la transgresión y la poesía, no cesan de denunciar la ‘‘encrucijada de estas violencias fundamentales” de las cuales señala: ‘‘no sabemos hablar de ellas” y que representan la ‘‘disolución de las formas”. Es allí donde Bataille se aparta de Sade, y a esta disolución de las formas lo convence de una imposibilidad de representar.
Mientras Sade toma como apoyo la criminalidad del deseo para representar a partir del cuerpo lo que se antoja imposible representar, Bataille, situado en el terreno de lo discontinuo, piensa que la fascinación por la muerte conduce a la desaparición del cuerpo.
Sade intenta mostrarnos la invasora irrealidad del deseo ocupando el espacio, aunque sin duda se desvanezca con su consumación, pero no sin antes haber dado cuerpo al imaginario. Es así como en 120 días de Sodoma dan cuenta del insoportable teatro del imaginario del cuerpo.
Para Georges Bataille, la prueba de la equivalencia entre la muerte y el erotismo, está en el hecho de que ambos conducen a ‘‘la apertura, a la continuidad ininteligible, incognoscible”, es decir, a lo irrepresentable.