Nuevo virus amenaza
al mundo y añeja infección al espectáculo taurino
urgió un enemigo que en apariencia ataca por igual a buenos y malos, a taurinos y a antis, a carniceros y a animalistas, a los salvajes y a los más o menos civilizados: el difundido, al menos en los medios, coronavirus, enfermedad infecciosa causada por un nuevo virus que no había sido detectado en humanos. En otros términos, luego de inducir a la población, durante milenios, a multiplicarse como conejos, así fuera en condiciones insanas, ahora la consigna es forzarla a disminuir las tasas de crecimiento demográfico y de seres humanos sobre la tierra, ya no con costosas guerras, sino con amenazadores agentes virales
que obligan a cerrar fronteras a posibles portadores de la terrible (¿?) enfermedad. Y sí, al miedo lo sacaron de las plazas y lo echaron a las calles.
Observa un especialista, no un locutor, que cualquier forma microscópica de vida: virus, bacterias, gérmenes patógenos, microbios... surgen, se anidan, desarrollan, fortalecen, evolucionan y se diversifican en cuerpos de agua insalubres, alojándose en casi todos los seres vivos y esparciéndose además en la atmósfera. Así como el agua es vida, también es muerte... Con el saneamiento, potabilización, conducción y distribución del vital líquido (tal vez la aportación más significativa para la posteridad humana), el hombre tiene una existencia longeva... En México en todos los ríos se vierten aguas negras sin ningún cuidado ni tratamiento, aunado a que se irrigan tierras con aguas sumamente contaminadas
.
Comprobado entonces que desde siempre la tierra es un planeta virulento, es decir, insidioso y cínico, infectado y corrosivo, sanguinario y cruel, resulta por lo menos sospechoso tanto escándalo en torno a un brote más, luego de pestes diversas, sida, vacas locas, gripas aviar y porcina, évola e influenza. Y entonces, al lado del humanismo de ocasión y las alarmadas advertencias de la siempre omisa Organización Mundial de la Salud, surgen los consabidos daños colaterales de estas epidemias aparentemente sorpresivas: suspensión a rajatabla de cursos, vuelos, cruceros, actividades deportivas, reuniones, contacto físico y corridas de toros, con lo que se matan varios pájaros de un tiro y se reajustan la economía y la población. El precolapso, la destrucción del planeta, inventa nuevas modalidades.
Hay que preguntar: ¿Qué tan grave resulta –para la fiesta, no para los taurinos que dicen arriesgar
su dinero– suspender hasta nuevo aviso ferias o festejos inmersos hace décadas en un esquema anquilosado, renuente a revisarse y a modificar una oferta de espectáculo sin bravura, imaginación, competencia ni oportunidades a buenos toreros inexcusablemente relegados? ¿A quiénes afectan realmente las incalculables pérdidas
por estas cancelaciones? A los empresarios, por lo menos al monopolio de México, les sobra capital. La docena de ganaderos favoritos de los diestros que figuran, no viven de la crianza del toro. Los contados ases a pie y a caballo que con los anteriores integran la tauromafia, ya no hallan dónde guardarse el dinero. Directamente perjudicados resultan los subalternos, los empleados de las plazas, vendedores, artesanos, algunos artistas plásticos, fotógrafos y cronistas positivos
. Los toreros modestos seguirán sin ver un pitón, la autoridá y su comisión como convidados de piedra, los antis tendrán su receso y los toros la oportunidad de ganar edad y trapío. ¿Y el público? Hace años dejó de asistir a tan monótona oferta de espectáculo. Ah, y sin que nadie se lo pidiera, la empresa de Puebla pospuso las corridas de mayo.