Viernes 10 de abril de 2020, p. 12
Una aventura de trabajo llevó a Brenda hasta la costa noroeste de Francia. Se fue de México con la ilusión de trabajar en un crucero internacional, pero a bordo del barco –encallado cerca de la península de Bretaña– se contagió de Covid-19.
Ha sido complejo lidiar con la enfermedad sola, encerrada y en la lejanía. Pero sin duda, dice en entrevista, lo más difícil fue comunicárselo a sus padres. “Comencé diciendo: ‘Les tengo una noticia y no es buena, pero no quiero que se espanten. Me hice la prueba y tengo Covid-19, estoy bien y seguiré todas las indicaciones’. Mi papá intentó mostrarse tranquilo, aunque su expresión fue de asombro, abrió los ojos y tragó saliva. Mi madre se mantuvo seria y me dijo que los mantuviera informados”.
Los primeros siete casos a bordo del barco se presentaron a finales de marzo y, aunque se tomaron todas las precauciones, el número pasó a más de 150 en cuestión de días.
La distancia y la soledad le han dejado un par de conclusiones: No tomar las cosas a la ligera y que nadie tiene garantizado el futuro
.
Cuando abordó su vuelo a Francia, a mediados de febrero, no imaginaba qué le depararían las siguientes semanas. El tema del Covid-19 era algo muy lejano, de Asia, no le preocupaba. Su intención era incorporarse a las labores en el nuevo crucero.
Llegó a la costa francesa el 16 de febrero y de inmediato comenzó a trabajar a bordo de la nave. Al principio todo era normal, había equipos permanentes y también contratistas
, empleados de la construcción que subían y bajaban a diario, dando los últimos detalles para tener listo el barco para la botadura.
Los días avanzaban y las cosas comenzaron a ponerse raras
. El Covid-19 había llegado a Europa. Si bien la atención se centraba en Italia y España, Francia no quedó exenta. Su compañía tomó acciones de inmediato: impidió a todos sus colaboradores a bordo (alrededor de mil 400 personas) bajar del barco y las medidas de higiene se elevaron. Sin embargo los contratistas, unos 100, seguían subiendo y bajando
. Lo inevitable pasó.
A Brenda, de 26 años, le aplicaron la prueba, y mientras esperaba el resultado, cuenta, una sonrisa nerviosa asomaba en su rostro, era incapaz de contenerla. No tuvo síntomas, a lo más un dolor intenso de cabeza dos días antes. Pero después se sintió constipada y perdió el gusto y el olfato.
Me reía de los memes, lo tomé a la ligera, y ahora, que soy una cifra más, me pregunto por qué no fui más estricta para cuidarme.
El encierro la mantiene inquieta, sensible, por momentos desesperada. Ansiosa espera el momento de volver a salir y, sobre todo, tener contacto físico con otros. Necesito ver otra cara que no sea la mía en el espejo. Antes yo decía que podía estar sola mucho tiempo, pero no te das cuenta de lo que es en realidad estar sola hasta que estás 24 horas, por días, en una habitación, sin nadie más que tú. Es duro
.