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La victoria de la belleza
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▲ Arte de Mati Klawein en la portada y contraportada del álbum Bitches Brew, que cumple medio siglo.
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Periódico La Jornada
Sábado 18 de abril de 2020, p. a12

Celebramos los 50 años de un clásico: Bitches Brew, de Miles Davis.

Abril de 1970: el lanzamiento de este álbum causa remolinos de asombro. Sus dos canales de percepción surten efecto de inmediato.

Bitches Brew tiene dos niveles de audición, me instruye Valentina Gatti:

Uno, lo puede uno escuchar en su plena complejidad, aridez, soltura, invención varia plena de rigor. Pide mucho al escucha, en primer lugar, mucha atención.

Dos, lo puede uno escuchar en su plena placidez, como un jazzecito ligero y delicioso, bien tomando un vinito, bien haciendo el quehacer cotidiano.

En palabras de Ted Gioia, máxima autoridad del jazz en la actualidad, Bitches Brew es música cruda, sin filtraciones, laberíntica, discursiva.

Doce músicos en acción, diez de ellos forman la sección rítmica y en consecuencia, plastas de sonido, texturas densas, espesas.

Y sobre esos tapetes persas, Miles el semidios lanza llamaradas azules desde su trompeta con sordina, nuevas capas de sonido que se adhieren a las que fluyen por sí solas, en remolino.

Hay tres maneras de acercarse a este referente de la historia de la música: el álbum original, los cuatro discos que conforman The Complete Bitches Brew Sessions, o bien un prólogo estupendo: Bitches Brew Live, que no es otra cosa que el concierto en vivo que ofrecieron estos mismos músicos en el Newport Jazz Festival, en julio de 1969; es decir, nueve meses antes de su parto, abril de 1970.

Todas esas grabaciones pueden escucharse en Spotify, Apple Music, Deezer y todo ese conglomerado de aplicaciones de Internet que constituyen la nueva manera de escuchar música, dado que todo cambió debido al confinamiento por la pandemia Covid 19, aceleradora de moléculas y de etapas de la historia.

Precisamente, si alguien cambió el curso de la historia fue Miles Davis. Y lo hizo muchas veces.

Para la mayoría, esas muchas veces se pueden nombrar sucesivamente así: bop, bibop, hardbop, cool jazz, free jazz, fusion jazz, electric jazz, jazz-rock. Y Bitches Brew.

En las notas al programa originales, que se pueden leer en la contraportada del disco elepé, ralph j. gleason (así firma, con minúsculas, así como minúsculas pueblan su texto entero), anuncia: a new kind of music is emerging.

Y cuando nace una nueva música, con ella se gestan nuevas maneras de escucharla.

Con Bitches Brew, añade gleason, las viejas formas parecen inadecuadas. no (sigue con sus minúsculas el maestro gleason) las viejas eternas verdades sino las viejas estructuras y la nueva música no lo es tampoco en tal sentido, porque es aún creación artística en sí misma y sucede de manera nueva gracias a sus materiales, nuevos.

¿Qué es nuevo? Por ejemplo, el sax de Wayne Shorter suena a contrafagot por debajo de las densas capas de sonido (batería en contracanto, guitarra soltando chasquidos metálicos, el bajo trotando a campo abierto) que nos ubican, de inmediato, en un pasaje de Le Sacre du Printemps, de Stravinsky.

Interviene el hombre de las minúsculas: ralph j. gleason: y nos damos cuenta que hay más para blake más para ginsberg o más para trane o más para stravinsky.

siendo blake el poeta William Blake, ginsberg el aullador autor de Aullido, Allen Ginsberg, trane el gran John Coltrane y stravinsky el célebre músico bizco don Igor Strabismo.

Miles Davis renovó la historia de la música varias veces y a él debemos también la existencia de nuevos grupos surgidos de sus filas; tenía un ojo fenomenal para intuir talentos, y para grabar Bitches Brew llenó su estudio con bellas áspides: 12 músicos fuera de serie y de ahí salieron, por lo menos, tres bandas históricas que continuaron la revolución Milesiana: Return to Forever, de Chick Corea; Mahavishnu Orchestra, de John McLaughlin, y Wheater Report, de Wayne Shorter y Joe Zawinul.

Miles Davis alternó, encaminó, pastoreó, inculcó, formó, proyectó a los mejores pianistas de jazz de la historia: Thelonious Monk (su par), McCoy Tyner, Bill Evans, Herbie Hancock, Keith Jarrett…

En Bitches Brew conjuntó a colosos futuros y con ellos compartió hoteles baratos, mala comida, la carretera en una combi, hacinados el joven baterista Jack DeJohnette, el prodigioso contrabajista Dave Holland, el joven jipi Chick Corea estrenando la era del piano eléctrico Fender Rhodes, el maestro Wayne Shorter con su sax sonando a contrafagot. Trabuco de 12 músicos.

Los dos niveles de audición que ofrece este álbum prodigioso, Bitches Brew, nos ofrecen los pasajes más insólitos jamás escuchados en un disco que se supone era jazz, pero en realidad rompe todos los moldes y vemos/escuchamos en escena a John McLaughlin sonando en medio de la sala de grabación como un solo de Purple Haze y es que Jimi Hendrix y Miles Davis hablaban el mismo idioma y aprendieron mutuamente de sus mentes visionarias.

De manera que el término jazz-rock es mero convencionalismo para una música que, gracias a Miles Davis, por enésima ocasión, salió de la crisis en la que estaba, y Bitches Brew fue un fenómeno de ventas y motivo de altercados entre intelectuales esnobistas y defensores de las tradiciones.

Bitches Brew es como La Victoria de Samotracia: una metáfora del arte nuevo que vence adversidades. La figura femenina de la Victoria con alas se posa sobre la proa de un navío, su cuerpo en breve y graciosa torsión, sus ropas agitadas por el viento pegadas a su cuerpo desnudo, su gloria olímpica, impertérrita, mármol helenístico, flama de sonido.

Victoria con alas. Dice el hombre de las minúsculas: podemos escuchar my funny valentine hasta el fin del mundo y siempre será hermosísima.

Hela ahí. La victoria de la belleza.

La música de Miles Davis, autor entre otras grandes revoluciones de la mejor versión, la sublime, de My Funny Valentine.

Es decir, la belleza.

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