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el canal más importante de promoción de nuestros títulos. Foto José Antonio López
La crisis en el sector del libro se debe enfrentar de manera cohesionada, considera Diego Rabasa, del consejo editorial de Sexto Piso // Este momento tiene que ser un llamado de urgencia para difundir que existe rezago en este ramo, señala en entrevista con La Jornada
Soy un gato es la novela que le dio reconocimiento al escritor japonés Natsume Sōseki, nacido en 1867 cerca de Tokio. Es el libro que lo colocó en la mira de los lectores japoneses y en el que deshila las aventuras de un minino que vive con un grupo de seres humanos pertenecientes a la clase media; a través de los ojos de este gato, Sōseki realiza una crítica divertida de lo que era la burguesía en ese momento. Soy un gato se publicó un año antes de su novela cumbre, Botchan. Sōseki falleció en 1916, pero su trabajo literario se mantiene vigente y con miles de lectores. Con autorización de la editorial Impedimenta, publicamos un fragmento de esta joya literaria
Soy un gato, aunque todavía no tengo nombre. No sé dónde nací. Lo primero que recuerdo es que estaba en un lugar umbrío y húmedo, donde me pasaba el día maullando sin parar. Fue en ese oscuro lugar donde por primera vez tuve ocasión de poner mis ojos sobre un espécimen de la raza humana. Según pude saber más tarde, se trataba de un ejemplar de lo más perverso, un shoshei, uno de esos estudiantes que suelen realizar pequeñas tareas en las casas a cambio de comida y de aloja- miento. En algún sitio he escuchado incluso que, en ocasiones, esos crueles individuos nos dan caza y nos guisan, y luego se nos zampan. Aunque he de decir que, debido quizás a mi ignorancia y a mi poca edad, no sentí nada de miedo cuando lo vi. Simplemente noté que el shoshei en cuestión me levantaba por los aires en la palma de su mano, y que yo me sentía flotar. Una vez me acostumbre a esta novedosa perspectiva, tuve ocasión de estudiar tranquilamente su rostro. El sentimiento de extrañeza todavía permanece en mí hoy en día. En primer lugar hablaré de su cara: por lo que yo sabía, las caras de todo bicho viviente suelen estar cubiertas de pelo. Sin embargo, la suya estaba lisa y pulida como la superficie de una tetera. He conocido a lo largo de mi vida a muchos gatos, de orígenes diferentes, pero ninguno tenía una deformidad como la de ese tipo. Pero no sólo era eso. Había más. El centro de su rostro estaba ocupado por una enorme protuberancia, con dos agujeros en medio por los que, de vez en cuando, emanaban pequeños penachos de humo; algo que consideré ciertamente sofocante y fastidioso. Durante un rato me sentí enfermar por causa de esas asfixiantes exhalaciones. Ha sido sólo recientemente cuando he aprendido que aquel humo era producido por el tabaco, una cosa que, por lo visto, a los humanos les pirra.