Miércoles 3 de junio de 2020, p. 7
En una entrevista inédita realizada en 1984, Héctor Suárez habla de El Milusos, personaje emblemático, pero también de El Tirantes (de Lagunilla mi barrio) y otras interpretaciones; de sus inicios en el teatro clásico y del trato, a veces ríspido, con el público.
Cuando realizó la película El Milusos (Roberto G. Rivera, 1984), basada en un guion de Ricardo Garibay, el éxito fue arrollador.
A partir de ese momento, y hasta la fecha, se utiliza Milusos como apodo para quien es aprendiz de todo y oficial de nada.
Tiempo después, Suárez logró mantener durante dos años el rating más alto de la televisión mexicana con su programa ¿Qué nos pasa? Todavía mucha gente dice que los ostiones son del Ajusco o que el chicharrón es de puerco y puerca
.
En 1991 fue desplazado de Televisa porque los ejecutivos consideraron que había ofendido a la institución presidencial con un scketch (al estilo Jesús Martínez Palillo) que presentó en un programa nocturno con Verónica Castro. Paradójicamente, la televisión estatal le abrió las puertas para el programa Verdá o fixión, en el que optó más por el mensaje que por el humor.
Respeto a Tránsito Pérez
En la charla, en su casa de San Jerónimo, Héctor Suárez comenta qué representa para él Tránsito Pérez, personaje de El Milusos: “Todo el éxito de mis personajes se basa en que yo nunca hago cliché. Siempre los hago con sus limitaciones, proyecciones y resentimientos reales, no inventados. El Tirantes, de Lagunilla mi barrio, lo saqué de un comerciante que existe. Es un cuate que se quedó en el túnel del tiempo, en los cuarentas, en el mambo y el danzón. El Milusos lo hice pensando en un señor con necesidades gruesas. Tuve que ir a Tlaxcala para conocer al personaje que iba a representar. Si yo hubiera salido haciéndole al Juan Diego y que ‘virgencita del cielo y que la chingada’, nadie me la hubiera creído. A Tránsito Pérez lo respeto tanto que me he negado a hacer llaveros, camisetas y demás chingaderas”.
–Muchos piensan que la película funciona como un regaño a los pobres.
–Eso es bronca de cada quien.
–¿A usted le gusta la película?
–La factura me parece muy mala, pútrida. El mensaje y mi actuación son cosas aparte. El trabajo de Garibay me parece digno e importante.
–¿La prensa lo enemistó con algunos de sus compañeros?
–Cuando le comuniqué a Televicine que deseaba producir el 50 por ciento en El Milusos II, ellos no aceptaron. Entonces dije que no hacía la película, pero que el papel principal se lo dieran a Ernesto Gómez Cruz, José Carlos Ruiz o Salvador Sánchez, pero no a un chitocho. Un periodista con mala fe buscó a Rafael Inclán, Manuel Flaco Ibáñez, Alfonso Zayas y los contrapunteó. Fue entonces que se vino un maremágnum en contra mía sin que yo hubiera mencionado a nadie. Tuve que hacer una pública definición de chitocho: actor mediocre, improvisado y arribista que se saca los chistes del trasero. Posteriormente hablé con ellos y seguimos siendo cuates.
Sin problema de honorarios
–¿Tuvo problemas con sus honorarios en esa película?
–No es verdad. Aquí se perdona el peculado, la traición, el robo, el crimen, pero jamás el éxito. Yo estoy orgulloso de Hugo Sánchez, de Fernando Valenzuela. Yo no estoy resentido, ni frustrado, ni castrado. Mejor que hablen de todos los años que llevo de joda.
–Háblenos de esos años.
–Cuando yo tenía 19 años, estudiaba arquitectura. Cierto día, mi cuñada me llevó al teatro donde ensayaban Enterrad a los muertos, de Irwin Shaw. Me gustó y al poco rato ya estaba en el elenco. Durante siete años hice teatro clásico. Luego formamos un grupo con Alejandro Jodorowsky, Julio Castillo, Carlos Ancira, Héctor Bonilla, Susana Alexander y otros más; hicimos teatro vanguardista. Fui alumno de Marcel Marceau y me tenía en buen concepto. ¡Híjole, van a decir que soy un mamón! En la televisión hice al principio Chucherías, luego La Cosquilla y hasta una que otra telenovela.