Como medida preventiva, la feria se dividió en cinco sesiones de dos horas, con acceso a mil 200 personas en cada una
Lunes 8 de junio de 2020, p. 7
Moscú. La Plaza Roja –y no podría haber otro sitio más emblemático para identificar el centro de la capital rusa, salvo tal vez el Kremlin y la catedral de San Basilio, aunque todos forman parte de un mismo conjunto arquitectónico indisoluble– se convirtió este fin de semana y hasta hoy en escenario de una inusual feria del libro en el corazón mismo de Moscú.
Desde que empezaron aquí el confinamiento voluntario y las consiguientes restricciones de movilidad por el nuevo coronavirus, esta feria pasará a la historia local como la primera actividad relativamente de masas en dos meses al aire libre, sin faltar los descuentos por promoción, los habituales encuentros con autores y presentaciones musicales.
La importancia de esta iniciativa –asegura la Unión de Libreros de Rusia, a cargo de montar esta feria– radica en que trata de devolver a la cultura el lugar que le corresponde desde que, iniciado el rescate de la economía, quedó relegada dentro de las prioridades de la alcaldía de Moscú, impedidas de abrir las puertas al público a librerías o bibliotecas, igual que a museos, teatros y cines, en el mismo nivel de cierre obligado que, por ejemplo, peluquerías, cafés y restaurantes.
Pero un resquicio legal –el estatus de propiedad federal de la Plaza Roja, no supeditada a las autoridades de Moscú– y el evidente respaldo de un influyente grupo de la élite gobernante que pretende desplazar al alcalde capitalino, Serguei Sobianin, permitieron organizar esta feria, aunque con severas limitaciones.
Edición editorial simbólica
Como requisito se exigió tramitar un pase electrónico para desplazamientos urbanos, sea en transporte público o vehículo particular, inscribirse vía Internet para una de las cinco sesiones de dos horas de duración y tener mucha paciencia para respetar, ante el irresistible atractivo de las novedades editoriales, la sana distancia de metro y medio entre los asistentes.
Comparada con la feria del libro que hubo en la Plaza Roja el año anterior –que duró seis días y sirvió de imán para atraer a más de 300 mil asistentes–, la de este año es más bien simbólica: cada sesión permite el acceso de apenas mil 200 personas, además de obligarlas a llevar puestos cubrebocas y guantes, prohibida por supuesto la entrada a menores de siete y mayores de 65 años.
No obstante, cerca de dos centenares de editoriales aceptaron ofrecer su producción en esas poco comunes circunstancias y, sobre todo, no objetaron la sugerencia de la Unión de Libreros de Rusia de que 10 por ciento del precio de cada libro vendido se destine a un fondo de apoyo a los médicos que atienden a los enfermos de Covid-19.