oco a poco algunas veces, otras de sopetón, pero a todos les van quemando los rigores del cambio prometido. Pocos, si no es que nadie de los posibles afectados, previeron que se llegaría hasta las sólidas bases de la estructura prevaleciente que han sido removidas. Si se hubieran detenido, antes de causar el actual escozor, quizá habrían tenido razón en suponer que las modificaciones se quedarían en la superficie y no bajarían a la delicada y fina médula. A esta altura del sexenio y con la profundidad ya conseguida, la continuidad del nuevo modelo de gobierno muestra con claridad la ruta a seguir y el propósito reivindicador que lo anima.
La marcha emprendida en el terreno fiscal puede ser ejemplar y su trayectoria no deja escapatoria. Aquellos acostumbrados a recibir generosos, pantagruélicos favores del poder de turno se han topado con la pared de los arranques distributivos en marcha. No se usará la hacienda pública para financiar simpatías y apoyos de quien no es necesario ni prudente o incluso conveniente hacerlo. Atrás han quedado las negociaciones en lo oscurito. Haber anunciado que, por ahora al menos, no era necesario empeñarse en una reforma fiscal, calmó los ánimos de muchos que, mal supusieron, era el postrer sello de los cambios cosméticos propagados. Empezó entonces lo que otros llaman, sacado de la Biblia, el crujir de dientes
. Los grandes deudores iniciaron sus viajes a la báscula de una pesadora inclemente. Los recursos que se han rescatado provienen de los bolsillos de quienes, en ese recinto hacendario, siempre se sumaron a los ya tapizados de privilegios. Pasan ahora a exigir su justa parte los olvidados de siempre.
Las reverberaciones de los temblores fiscales se extienden y desparraman por muchos meandros de la administración pública y no dejan de considerar los puntos finos y álgidos de los intereses privados. En las aduanas del SAT se procedió a remover al personal de su cúpula, con mucho el mero meollo de la escalera de transas. Se eligió a un abogado curtido en la negociación política durante muchos años como coadyuvante de los cambios. Ahí irán cerrando las válvulas, antes abiertas de par en par, que tenían a su disposición los contrabandistas. Eran éstos y sus respetables jefes los que mandaban hasta con la arrogancia de los falsos triunfadores. Los montos de recursos a rescatar son cuantiosos. Deben calcularse en cientos de miles de millones. Menos que eso, sería, aunque suene drástico, un logro mediano.
Otro de los sectores donde se ha empeñado la finura como línea para acelerar el cambio. Trastocar la realidad imperante en el ramo de la energía queda así certificado como asunto central de gobierno. Pemex y CFE volverán a desempeñar el papel de pivotes del desarrollo. Primero se ha procedido a detener el acelerado deterioro que sufrían a través de un sinfín de reglas, prácticas indebidas y hasta ilegales. Pocos, por no decir que nadie, creyó en las proyecciones que adelantó la administración actual de la petrolera. Se procedería a detener la caída en la producción de crudo para, a continuación, iniciar el despegue. Las risotadas fueron monumentales desde los recintos donde moran los responsables, los que sí saben y sólo ellos se difundieron por doquier. En paralelo se pondría atención a la refinación. Se ha logrado incrementar la de petrolíferos. Ya bien pueden ahora visualizarse los siguientes pasos. Se irá reduciendo la importación de gasolinas hasta que el país sea autosuficinte en ellas. La gran fuga de divisas (y empleos bien pagados) debe detenerse. Al llegar a este punto se presentan varios nudos y dilemas a resolver. El primero será la decisión de aumentar la refinación aun a costa de la abundancia del subproducto (combustóleo) que, en su estado actual, pocos quieren usar. Cómo se manejará el espinoso asunto del diésel que tanto busca la industria del transporte.
En lo que respecta a la CFE, se debe terminar la práctica de vender electricidad por parte de aquellos que lo tienen prohibido (autoabasto). Estos industriales aprovechan canales inadecuados, subsidiados por la CFE desde hace años, para sacar enormes utilidades de su capacidad generadora. Es aquí, precisamente, donde se centra la actual propaganda en favor de las llamadas intermitentes. Se quiere forzar al Estado a la continuidad del rito a costa de la CFE. Se ha comenzado, para este asunto, una serie de cálculos que llevarán a cobrar lo debido.
Muy aparte del punto anterior, la CFE presentó un ejercicio de prospectiva que le asegura una participación nodal como generador, trasmisor y distribuidor de electricidad. Con estas dos palancas en manos del Estado, el propósito reivindicador queda asegurado para varias generaciones de mexicanos.