a reforma a la educación que está generando la pandemia no sólo vuelve visible la desigualdad y verticalidad del sistema educativo mexicano, también las agrava. Así, por ejemplo, con la decisión autoritaria y unilateral de continuar con el programa oficial de estudios mediante Internet y otros medios, sólo en el nivel básico quedaron fuera 5 millones de estudiantes. Y ahí se cuentan los de Guerrero, Oaxaca, Chiapas y de las zonas pobres de otras muchas entidades. La cifra la ofrece el mismo secretario Moctezuma cuando señalaba sin matiz y como logro: pese a la contingencia, 80 por ciento de los maestros y estudiantes de educación básica se mantienen comunicados con la estrategia Aprende en Casa
(mayo 15, https://www.eluniversal.com.mx /nacion/coronavirus-pese-contingencia-80-de-maestros-y-estudiantes-se-mantienen-comunicados-sep). Si el dato es cierto (y no mayor), eso ya significa que de los 25.4 millones que cursaban educación básica, 5 millones (20 por ciento) han quedado fuera. La última vez que ocurrió algo tan grave fue hace casi 40 años, en la década de los 80, cuando la decisión gubernamental ante la crisis de la deuda arrasó con la educación mexicana y dejó sin escuela a alrededor de 2 millones de niños y niñas de primaria y secundaria (y pasaron años para que se recuperara la matrícula original). En otros niveles alguna evidencia fragmentaria sugiere una tendencia similar. Así, en la UAM, el rector Peñalosa informaba que está tomando clases de manera remota alrededor de 90 por ciento de los estudiantes de licenciatura y 70 por ciento de posgrado
( Boletín UAM 306a, 3/6/20). Si las proporciones son correctas, significa que más de 5 mil jóvenes simplemente ya no están en el horizonte de esa institución (matrícula total: 50 mil en 2018).
Pero la UAM también muestra cómo esta emergencia natural está sirviendo a autoridades y grupos para impulsar una idea distinta de educación, y abrir paso a una escuela/universidad disminuidas. Lugares donde se enfatiza la transmisión de competencias
y conocimientos ya hechos, dejando atrás la idea de formar actores activos que construyen el conocimiento. Todo se ve como susceptible de transmisión remota; hasta se habla de movilidad estudiantil no presencial
, es decir, que en lugar de viajar seis meses a una institución ajena nacional o extranjera tomen cursos por Internet de su institución favorita. Como si la experiencia de estudiar un semestre en otro estado, país e institución se redujera a eso. Pero recientemente en la UAM le llegó también el turno a los órganos colegiados (consejos divisionales, consejos de unidad y Colegio Académico) que se supone son la columna vertebral de espacios donde maestros, estudiantes (y ahí metidas, las autoridades) toman decisiones de fondo sobre la institución. La propuesta del rector (sesión 477 Colegio Académico de 17/6/20) es cambiar la normatividad de manera que estos órganos, con pandemia o sin ella, puedan trabajar virtualmente cuando así lo decida la autoridad. Evidentemente, esto significaría hacer todavía más lejana y distante una actividad central para la autonomía y un paso más en el despojo de lo esencial universitario: el derecho fundamental a discutir y decidir. La oposición de estudiantes y algunos académicos impidió que a toda prisa se aprobara el punto, pero quedó pendiente.
Es decir, la reforma de la educación de la pandemia incluye un proceso de despojo creciente de territorios antes accesibles incluso físicamente, a las comunidades. Por ejemplo, cómo organizar las clases e investigaciones durante una contingencia, es un tema no previsto y, por tanto, en la UAM, le corresponde al máximo órgano colegiado (Ley O., 13, IV: conocer y resolver lo que no es competencia de ningún otro órgano
). Sin embargo, en la UAM, como en la SEP, las autoridades se aprestan a decidir si la educación será virtual, híbrida y en qué grado, cómo, cuándo. La epidemia no cede en el Valle de México y en no pocas entidades, pero tampoco mengua la determinación de continuar con decisiones verticales y discrecionales. Aunque a quienes se reservan la decisión (y por tanto asumen la responsabilidad total) el camino no les sea claro. “Me preguntan qué va a pasar –dice el rector UAM en Colegio Académico–; no lo sé, no soy adivino, tengan confianza, tengan fe”. Más que apelar al espíritu, lo que deberían hacer las cúpulas institucionales y la SEP es dirigirse hacia abajo y escuchar qué está pasando entre estudiantes, maestros, administrativos. Un ambiente de certidumbre no se construye con decisiones remotas e inconsultas, oyendo voces e intereses ajenos, sino abriendo puertas y ventanas a la discusión y acuerdos con las mayorías de los involucrados: sesiones virtuales autoridad-comunidad. A los confinados, al menos, la libertad de palabra.
PD: Y a Susana Prieto, universitaria presa por alzar la voz en favor de obreras maquiladoras, sólo libertad.
*UAM-Xochimilco