in conocer a Peña Nieto ni sus 40 ladrones, la tremenda frase que titula este escrito es debida a un viejo periodista, novelista e historiador, Roberto Blanco Moheno, quien fue señalado por Carlos Monsiváis como escarba basura
No sé si fue reconocimiento o acusación, pero en el tema de la corrupción, Blanco Moheno acertó y reveló conductas que el sistema había procurado disimular.
La frase se enunció a mediados de la década de los 50 y fue una especie de decir hasta aquí
a un sistema que se había empeñado en que esa vergüenza se viera como parte de tantas cosas de la vida, como normal. El presidente Ruiz Cortines, desde sus primeros días, reveló los pecados del inmediato pasado.
Otros presidentes quisieron perseguirla y poco pudieron ante un nudo de codependencias, complicidades oficiales y privadas que ataban con mucho los esfuerzos. El sistema se debía mucho a ella y le correspondía.
Se aceptaba cínicamente como fatalidad, y era frase usual que la corrupción era el lubricante del sistema. Otros fingieron combatirla y los suyos se regodearon en ella. Así surgieron enormes fortunas en las que se confunde dónde termina el capital privado y dónde empieza el político. Las cuentas en el extranjero de unos y otros son increíbles.
Y ahora me atrevo a decir a libro abierto que coincido con Blanco Moheno en lo dicho hace 70 años. Pienso que es difícil encontrar rincón humano, sea político, gubernamental, empresarial, religioso o de la comunidad donde no se identifiquen señas de abundancia inexplicable. Pienso que sería una especie de reto abierto convocar a que alguien tirara la primera piedra. ¡Habría una escandalosa indignación!
Curioseo a las personas, sus formas de vida y encuentro con enorme satisfacción que sí, existen amplios ejemplos de clara honestidad. Me alientan y confortan. Son personas de todos los niveles, pero en cada estilo de vida puede identificarse que sí hay escrupulosidad, moderación, templanza. Lamentablemente los grandes agandalles las opacan ante el observador común.
Sabios analistas de la vida comunitaria han discutido sobre sus determinantes: sus espacios, actores, modelos, materias, montos, oportunidades, regiones diferenciadas y medidas para prevenirla y sancionarla y demás, que son infinitos, pero ahí han quedado, en sus límites.
La conclusión es que siempre habrá ricos que quieran ser más ricos y pobres que dignamente quieran ser ricos, la cuestión es el cómo. Satisfactoriamente hay amplísimos sectores fortalecidos en la medianía. Son los medios de control social los que fallan: la educación, el ejemplo, la ley fiscal, administrativa y penal, las organizaciones oficiales y sociales, el reclamo público, el premio y la sanción.
En México, como hierba, crece la evidencia de mayor corrupción. ¿Es mayor o nos decidimos a discutirla? Por eso, aunque amargas, son útiles las noticias de nuevos casos cada día. Ojalá, y es cosa de la justicia formal y la reprobación social, que a cada caso fuera evidente su enjuiciamiento y castigo.
Hoy estamos hartos de saber cada día sobre nuevas corrupciones y lo poco, o lo poco posible que se hace por contenerla y castigarla. Es amargo, pero necesario no pecar de ignorancia de degradación.
Los medios noticiosos se arrebatan las malas nuevas, con excepciones ellos corresponden a su estirpe, son empresas cuyo fin es lucrar. Quisiéramos saber de más prensa con sentido social, pero los ejemplos son escasos.
Si “México está enladronado” ¿qué nos queda? Parece ser una fatalidad inevitable. Parece ser que está en todos los tiempos y en todas partes, como la enfermedad. Hay quienes por estarse beneficiado o esperando beneficiarse, sonríen con desprecio a la indignación popular. Hay otros que quisieran poseer una espada para sumarse a la lucha.
No está a la vista, pero sí en la piel de todos, la pequeña corrupción, la de la policía que mientras vigila muerde, la de todo trámite oficial, pero también la del empresario que evade impuestos, que estruja al trabajador, que corrompe y se deja corromper; la del guía social o religioso que vive gustosamente, como indemnización por su ofrendada vida.
Las vivencias en el México de hoy nos sacuden, pero valga si eso anuncia decisión y efectividad. Peña Nieto y su banda, como símbolo de la pudrición, merecen castigo todos ellos, no sólo uno. Delincuentes que fueron protegidos por la propia justicia por orden divina. Hay que ajusticiar a esa justicia.
Expreso mi confianza en la Fiscalía General de la República como símbolo de la abogacía a favor de la nación. Quisiera creer en la administración de justicia como energizante necesario, pero abundan las huellas negras. Si México está enladronado, es necesario vivir con el espíritu de la esperanza, y ojalá en paralelo la sociedad decidiera participar más, exigir más, indignarse más, hasta alcanzar extremos.