Letra y música
n enumeración cuasi caótica: Chico Buarque de Hollanda, Juan del Encina, Violeta Parra, Leonard Cohen, Vinicius de Moraes, Federico García Lorca, Simónides de Ceos, Vicente Espinel (es legendaria fama del griego el haber agregado una octava cuerda a la lira y del español la sexta a la guitarra)… Bob Dylan tiene presencia tal que no reclama inclusión alguna en esta breve lista de hijos de Orfeo –según una versión del mito, hijo a su vez de la palabra y la armonía, de Calíope y Apolo–, padre pues de la lírica (memorable la imagen de –ya desmembrado su cuerpo por las mujeres tracias– su cabeza cantando Egeo abajo, sonando por sí mismo su instrumento encordado). No cerremos el párrafo sin mencionar la destreza cantora, musical, de entre muchos, más de lo que se pudiera pensar, sólo estos mexicanos: Eduardo Lizalde, Carlos Montemayor, Rosina Conde y Carmen Leñero.
El parentesco, que llamaré entrevero, entre letras y música es, por así decir, de siempre. Y su interrelación siempre enriquecedora. Pienso en la chanson, en los lieder. Pienso en los trovadores y juglares.
Volviendo a la Grecia antigua, Elisa Márquez Ramos considera que en aquel tiempo debió producirse una vida literaria en cierto modo análoga a la de la europea Edad Media: Los trovadores (gente de la nobleza y a veces de la realeza, componen sus versos y trovas), los juglares de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, cantan y recitan los versos compuestos por otros y probablemente los más artistas también improvisan y mimetizan sus cantos
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Por otra parte, acercándonos al Renacimiento español, tenemos que, según el decimonónico Francisco Asenjo Barbieri, “se hallan en nuestro Cancionero [musical de Palacio (siglos XV y XVI)] bastantes obras en las cuales el autor de la música lo es también de la letra, así como en los otros Cancioneros, exclusivamente literarios, hay algunas canciones cuyo poeta nombrado puede asegurarse que también las puso en música; porque la mayoría de los poetas de aquellos tiempos, a fuer de verdaderos trovadores, cantaban sus poesías líricas acompañándose con el laúd, la vihuela o la guitarra”.
Y por ahora el espacio firme aconseja guardar un quincenal (ojalá que asimismo musical) silencio.