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Jiménez: del desierto a la desertificación
E

n el Macondo de Cien Años de Soledad cayó un diluvio que duró cuatro años once meses y dos días. Cuatro diluvios como ése apenas serían suficientes para que se recupere el manto acuífero del que se surte Ciudad Jiménez, Chihuahua. De nuevo, como dijo Gabriel García Márquez, la realidad es peor que la ficción.

El martes 28 en esta ciudad, de casi 50 mil habitantes, en el desierto del Bolsón de Mapimí, cruzada por el río Florido, un nutrido grupo de ciudadanas y ciudadanos iniciaron un movimiento y huelga de hambre demandando agua potable de calidad para la población y para que se ponga un alto al saqueo de su exhausto manto acuífero por parte de los nogaleros de la región. Un puñado de empresarios, algunos de ellos de La Laguna, son dueños de las más de 11 mil hectáreas de plantaciones de nogal, que riegan con más de mil 200 pozos profundos, muchos de ellos ilegales, cuando de los 18 pozos que surten a la comunidad, cinco ya se han agotado. Se ha descendido tan profundo para extraer el agua, que el líquido, supuestamente para consumo humano, tiene concentraciones de arsénico y de metales pesados superiores a la norma oficial mexicana (NOM 127-SSAI-1994). Con el agua de riego sucede lo mismo, o peor.

En la década de los 50 Jiménez, que por cierto es cuna de los cineastas Roberto Gavaldón y Julián Soler y del pintor Benjamín Domínguez, vivió un gran auge con el algodón. De pueblo se convirtió en una ambiciosa ciudad, en los tiempos del llamado desarrollo estabilizador. Pero las glorias del desarrollismo fueron apagándose y las fibras sintéticas produjeron una fuerte crisis de la producción algodonera.

Un nuevo ciclo de políticas federales hacia el campo bajo Luis Echeverría y José López Portillo impulsó la producción de los ejidos aledaños a Jiménez. Hubo una reconversión a la producción de chile, cebolla, alfalfa y otros cultivos. Destacó el ejido Héroes de la Revolución, formado y organizado por la Cioac, encabezado por el luchador comunista José Viezca. En esa época, Jiménez experimentó un auge menos espectacular, pero más sostenido, pues la actividad productiva de los ejidos generaba una considerable demanda de productos y servicios en la ciudad.

Pero en la década de los 90 volvieron a cambiar la realidad de Jiménez. La imposición del neoliberalismo en el campo y la desaparición de apoyos a la producción campesina generaron una fuerte dinámica de privatización de las tierras ejidales y de concentración de éstas en unos cuantos productores privados. Éstos comenzaron de inmediato a perforar pozos para regadío de enormes plantaciones del oro café: la nuez pecanera. Por esos años también empezó a operar la presa Pico de Águila sobre el río Florido y las aguas de éste dejaron de fluir por su cauce.

La proliferación de pozos profundos para el riego de las nogaleras y la extinción práctica del cauce del río empezaron a provocar la baja severa del nivel dinámico del agua en el manto freático de Jiménez-Camargo, que ha venido presentando déficit entre la carga y la recarga pluvial desde 1974 por la sobrexplotación de aguas subterráneas, pues en promedio se extraen 580 millones de metros cúbicos anuales y la recarga apenas ronda los 400 millones de metros cúbicos. La sobrexplotación del manto freático, la apertura de pozos ilegales o con títulos fraudulentos, a ciencia y paciencia de la Comisión Nacional del Agua (Conagua), llevaron al colapso al acuífero, dejándolo con un déficit de agua de más de 197 millones de metros cúbicos.

En Jiménez se presume la producción de la mejor nuez pecanera del mundo. En Chihuahua, el estado que produce más de 60 por ciento de este fruto seco en la nación, Jiménez encabeza a todos los municipios con hectáreas sembradas, 11 mil 228, y toneladas producidas: 18 mil, más que todo el estado de Texas, la gran mayoría para la exportación. Todo a costa de la sed de los habitantes de Jiménez, pues cada kilogramo de nuez que se produce requiere 9 mil 850 litros de agua. Para empeorar las cosas, ahora la derrama económica de la producción nogalera beneficia menos a la ciudad, pues varios de los grandes productores se llevan el dinero a Torreón o a otras partes. Jiménez se queda con poco dinero y mucha sed.

Los y las jimenenses han sabido convivir armónicamente con el desierto. Lo hicieron producir sin agotarlo y construyeron acequias que riegan frondosos árboles en sus calles. Del desierto pueden ser amigos, pero de la desertificación producto de la sobrexplotación del acuífero sólo pueden ser víctimas. De seguir las cosas así, en 10 años Jiménez se parecerá más a Luvina, a los pueblos fantasma del escritor mexicano Juan Rulfo.

Por todo esto urge que se apruebe la nueva Ley General de Aguas. Porque la ley actual, así como todo su entramado institucional, incluida aquí la Conagua y algunos de sus funcionarios, obedecen al concepto neoliberal del agua no como bien público que responde a un derecho, sino como mercancía apropiable y concentrable por unos cuantos. La Cuarta Transformación no puede seguir manejando el recurso más preciado y cada vez más escaso en nuestro país con moldes neoliberales. Por el bien de todos, primero quienes tienen sed.

* Investigador-docente de la UACJ