bligado por el encierro y la prudencia, el Partido Demócrata celebró una convención virtual, haciendo a un lado las tradicionales celebraciones con globos, silbatos y demás parafernalia, para dar paso a un acto sobrio, en el que la intimidad y calidad de los discursos e historias personales sustituyeron la bulla y el aplauso.
Destacó el número de mujeres participantes y la calidad de sus intervenciones. Michelle Obama y Elizabeth Warren, entre otras muchas, sintetizaron magistralmente el pensamiento de millones de mujeres, cuya función en la sociedad va, con mucho, más allá de la indispensable cohesión familiar. Los hechos y sus discursos demuestran que su experiencia y capacidad dentro de la función pública es frecuentemente más consistente y efectiva que la de sus homólogos masculinos. Kamala Harris reafirmó que pondrá en juego toda su experiencia para apoyar a Biden en la difícil tarea que les aguarda. Es de esperarse que el sentido de justicia de la que dio pruebas como fiscal coadyuve en el juicio necesario de quienes en estos cuatro años han medrado dentro y fuera del poder.
Progresistas y moderados entendieron la necesidad ingente de actuar como uno solo para evitar que Donald Trump permanezca en la Casa Blanca. En sus discursos quedó implícita la preocupación de dar un rumbo al partido en el que sea prioritario atender las necesidades de las mayorías. Bernie Sanders y Elizabeth Warren insistieron en la idea de avanzar en la concreción de la salud universal
como medio para proteger a todos los estadunidenses, no sólo a los que pueden pagarla, así como en una reforma electoral que suprima la compra de las elecciones por un puñado de multimillonarios
y en proporcionar estatus legal a millones de migrantes.
No obstante, en el caso particular de la reforma al sistema de salud, reconocieron la mesura a que obliga una coyuntura marcada por el escepticismo de una parte de la sociedad sobre un cambio radical en ese renglón.
El profundo contenido político y pragmático del discurso de Barack Obama fue sobresaliente. Quedó claro por qué sigue teniendo el más alto índice de aprobación entre todos los estadunidenses. Sintetizar en unos cuantos renglones la destreza con que articula un pensamiento político preciso y rico en conceptos es imposible. Eslabonó con maestría las carencias sociales y de justicia del pasado con su persistencia y agravamiento en la actualidad, una de cuyas causas es la insensatez con que ha gobernado el actual presidente. Después de escuchar a Obama, queda de manifiesto por qué Donald Trump insiste en borrar todo vestigio de su herencia.
A Biden correspondió cerrar la convención y reafirmar la opinión generalizada de que una de sus más sobresalientes características es su calidad humana y la capacidad de expresarla en todo momento. La sencillez y el desprendimiento de cualquier actitud egoísta, antítesis del actual presidente, le han ganado una justa fama de hombre bueno
y sensible, atento a los problemas de quienes lo han tratado personalmente y de toda la sociedad en general.
En su discurso demostró entender el difícil momento que atraviesa la nación y la necesidad de abordarlo con un criterio que vaya más allá de estadísticas, las cuales no siempre revelan la intensidad del sufrimiento humano.
Habló de la precaria salud y la terrible crisis económica en que viven millones de personas, del deterioro de las relaciones sociales, la infraestructura, el medio ambiente y las relaciones internacionales. Para reparar esas dolencias bosquejó un plan de cuatro puntos: respuesta inmediata a la pandemia; resarcir la economía y la pérdida de empleos y la de medianos y pequeños negocios; elaborar una reforma que atienda la violencia sistemática de la policía en contra de las minorías; regresar a los organismos internacionales para apoyarlos en el cuidado del medio ambiente y la salud. Sólo falta su triunfo en noviembre próximo.