ía de ira. Para su primer largometraje, el director y guionista polaco Bartosz Kruhlick eligió el título de Supernova en alusión al fenómeno que en la fase final de la vida de una estrella produce una explosión que dispara hacia todas las direcciones la materia contenida en el astro. En la brevísima trama de esta película, esa estrella supernova, ligada a una idea de agonía y desaparición, tiene como analogía dramática un accidente automovilístico. Desde la primera escena se instala en la atmósfera una premonición trágica: en una carretera solitaria se ve a una mujer, acompañada de sus dos pequeños hijos, alejarse del pueblo en que vive y del marido alcohólico que corre tras de ella, tropezándose en el camino. El conflicto conyugal que ha precipitado esa separación unilateral parece irresoluble y no precisa de explicaciones previas.
Michal Matys (Marcin Zarzeczny), el marido abandonado, pierde el equilibrio, cae en una zanja del camino, y cuando recobra un mínimo de sobriedad descubre que un accidente trágico acaba de producirse y que las vidas de sus seres más queridos se encuentran amenazadas. Con una formidable economía de recursos y un ritmo de exposición, el realizador coloca al espectador en el centro de una historia siniestra, cuyas repercusiones se despliegan y complican a lo largo de una narración. Lo notable de la cinta es la manera en que el espectador se vuelve testigo muy involucrado de una tragedia familiar en la que el político Adam Nowak (Marcin Hycnar), conductor responsable del accidente, pudiera librarse del peso de la justicia por las presiones que el gobierno ejerce sobre un jefe de la policía para proteger la impunidad.
No todo en esta opera prima de Bartosz Kruhlik resulta muy plausible. Hay muchas coincidencias entre los personajes en este drama carretero, quienes resultan ser hermanos o cuñados, viejos amantes o rivales, en un ajuste de cuentas entre culpables directos o indirectos y los demás seres realmente agraviados. Pero más allá de estas pequeñas convenciones narrativas, lo que destaca es el manejo del tema del castigo. El coro de personajes que primero se acerca al lugar del accidente, para luego amotinarse cuando el espectro de la impunidad empieza a perfilarse, surge como una suerte de microcosmos de una sociedad silenciada e impotente ante el abuso sistemático de las autoridades. De modo perturbador se muestran las diversas manifestaciones de la intolerancia social y el odio machista. Un grupo de jóvenes se divierte burlándose de la novata mujer policía que intenta poner el orden, mientras la amenaza de un linchamiento evoca el tema de la ley del talión como instrumento de justicia alternativa. El mayor señalamiento es el de la corrupción política que se infiltra insidiosamente en todos los niveles de una sociedad. Al respecto, el político menor Adam Nowak aparece como el personaje más emblemático de la cinta, pues es él quien pronto se vuelve el depositario de toda la ira y la frustración colectiva. Para él, los privilegios de una impunidad dictada desde arriba; para él también, la imposibilidad de una redención moral. Como en la alegoría de esa estrella supernova, el accidente provoca un estallido de proporciones incalculables, con reverberaciones políticas y espirituales. Un áspero cuento moral en la tradición del también polaco Krzysztof Kieslowski, autor de la serie El decálogo (1989).
Supernova, una de las mejores propuestas del reciente Festival Internacional de Cine de Monterrey, se encuentra ahora disponible en la plataforma Cinépolis Klic.
Twitter: CarlosBonfil1