a guerra de baja intensidad que implementó el Estado mexicano durante las décadas de los años sesenta, setenta y ochenta del siglo XX permitió configurar los rostros de la impunidad, entre los cuales destaca el juego de los espejos para aparentar la inexistencia de grupos opositores al régimen del partido de Estado, librándose de las versiones de la existencia de la práctica de la tortura como menú especializado de los interrogatorios, la presencia en las cárceles de presos por cuestiones políticas, el corte del suspiro mediante la desaparición forzada y la ejecución como acto para extraer el sarcoma venenoso; logrando capturar el beneplácito de los perseguidos de las dictaduras militares de los diversos rincones de Latinoamérica. Permitiendo así que en México se borrara el futuro con toda inmundicia, por medio de entre otras estratagemas, en el intento por secuestrar la memoria.
Uno de los primeros gritos para recuperar el anhelo sucede el lunes 28 de agosto de 1978 en el atrio de la catedral metropolitana, cuando Rosario Ibarra de Piedra junto a 84 aguerridas mujeres y cuatro hombres del entonces Comité Pro Defensa de Presos, Perseguidos, Desaparecidos y Exiliados Políticos, luego Eureka, logran instalar su huelga de hambre, exigiendo la presentación con vida de 481 desaparecidos políticos, inaugurando la consigna de vivos se los llevaron, vivos los queremos
con vigencia hasta nuestros días; fecha emblemática la del 28 de agosto, cuando dos años antes cerrara sus puertas el famoso Castillo Negro de Lecumberri, y transcurridos 8 mil 395 días de aquella protesta en pleno centro de la ciudad de México, se presenta la denuncia ante la Procuraduría General de la República por la desaparición de 65 jóvenes, motivo por el cual dicha instancia judicial remite de manera incongruente un citatorio el 4 de diciembre de 2001, emplazando a los desaparecidos a que acudan a la instancia para que comparezcan y llevar a cabo una diligencia ministerial, como sugerencia absurda de una apuesta preguntando ¿dónde quedó la bolita?
La siembra del terror padecida en México desde el sexenio de Felipe Calderón ha potenciado la práctica de la desaparición forzada, la danza de las cifras deforman cualquier imaginario del horror, urgen respuestas, se apremia a las autoridades a que se actúe con prontitud ante la desazón, pero no se puede dejar de iluminar lo acontecido décadas atrás, donde los casos siguen pendiendo del anonimato, donde varios de los responsables se han ausentado impunes, los desaparecidos políticos en México no son fantasmas, ni sombras, la inexistencia de sus huellas no debe diluir la exigencia para que se asome el destino que se les dictó desde el poder, en la inmediatez aparecen los nombres de Alicia de los Ríos Merino, Leticia Galarza Campos, Jesús Piedra Ibarra, entre tantos otros, cuyos seres cercanos continúan manteniendo el deseo de ver resuelta la incógnita.
El triunfo electoral del primero de julio de 2018 ha convocado diversas expectativas sobre el tema, la elección de una mujer con la lucha por los desaparecidos en la piel al frente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, abre la imaginación de un horizonte luminoso, al igual que la instalación de la Dirección General de Estrategias para la atención de los Derechos Humanos, de la Subsecretaría de Derechos Humanos, Población y Migración, así como la Comisión Nacional de Búsqueda, Unidad de Delitos del Pasado y la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas, son iniciativas que alimentan la certidumbre de que ahora sí no va a cultivarse la desmemoria, la impunidad, la continuidad del desasosiego; a pesar de que cada uno de estos organismos parecieran ser instrumentos aislados, sin articulación dentro de una sinfonía, con ausencia de una dirección articulada, la suma de dichos esfuerzos permitirían la unificación de una voz que mitigue el silencio sembrado durante tantas décadas.
Actuar en el presente permitiría evitar la continuidad de negar el futuro, así como posibilitar que la memoria prospere, dibujar el pasado no debe manchar la actualidad, habrá que alcanzar la congruencia a la hora de conmemorar el 30 de agosto, se han sembrado tempestades para cultivar utopías, que hoy no podrían dejar de lado el lugar donde se han escondido los suspiros de los otros.
* Escritor y autor del libro Los años heridos: la historia de la guerrilla en México 1968-1985.