omo título de autobiografía, Apropos of Nothing ( A propósito de nada) es ciertamente desconcertante. El autobiógrafo, Woody Allen, de entrada se descalifica, como si pensara que su vida no vale nada, que referirse a ella equivale a referirse a nada.
Admiradora de Woody Allen he sido desde siempre, aunque no así conocedora de los pormenores de su interesante, prestigiosa y larga carrera ni, mucho menos, de las experiencias que han dado forma a su vida personal (Nueva York, 1935). Fue natural, por lo tanto, que en cuanto me enteré de la publicación de este libro suyo (Arcade Publishing, 2019) lo leyera de inmediato, con interés, curiosidad y, me atrevo a decir, con afecto, por otra parte, incondicional. Al igual que me sucede con todo texto que me apasiona y que leo en inglés, tiendo a desear traducirlo al español y darlo a conocer en esta lengua. En el caso de Apropos of Nothing, aun cuando lo más probable es que ya esté traducido al español (y no sé a cuántas lenguas más), no me tentó traducirlo entero, pero sí, enormemente, un pasaje específico, que me pareció, además de informativo, especialmente literario.
Se trata de las páginas que dedica a Soon-Yi Previn (Seúl, Corea del Sur, 1970, hija adoptiva de Mia Farrow y André Previn), su esposa actual y desde hace casi un cuarto de siglo. Que lleven tanto tiempo juntos y, hay que decirlo, que a lo largo de todos estos años hayan estado contentos y productivos, para mí tiene suficiente peso para contrarrestar el escándalo social que su matrimonio (1997) desató. A pesar de que en aquel momento el suceso llevó a juicio a Woody Allen; a pesar de que desde entonces, es decir, casi un cuarto de siglo, judicialmente Allen quedó librado de toda culpa, y a pesar de que el resultado, por completo favorable a Allen, fue hecho público ampliamente, hay instituciones, personas y hasta causas que insisten en cerrar los ojos a esta realidad. Y lo cierto es que, en consecuencia, la situación ha afectado y afecta la carrera de Allen en varios sentidos. Por ejemplo: productores que se niegan a apoyarlo; actores, actrices que se abstienen de trabajar o de volver a trabajar con él.
Así, mientras no es posible declarar que este particular tono negativo contra Allen que, con saña, tomó aquel escándalo, basado en falsedades como fue, en juicios erróneos y en equivocaciones, sea el causante del pesimismo ante la vida y la denigración de sí mismo que el título de la autobiografía de Allen denota, es evidente que subraya este pesimismo suyo ante la vida y esta denigración de sí mismo que lo caracterizan.
Woody Allen se pinta como un injustificable misántropo de nacimiento, un ignorante, un aficionado al mundo de los rufianes, un solitario sentado frente a un espejo tríptico que practica trucos de magia
, apreciación válida que no niega que con el tiempo adquiriera una cultura amplia y sólida. “Yo era un niño sano, popular, atlético que, de algún modo, se las arregló para convertirse en un ser nervioso, tímido, miedoso, un desastre por lo que hace a las emociones […] un misántropo, un claustrofóbico, un solitario, un amargado, un perfecto pesimista”. Sin citarlo literalmente, al final de la autobiografía se pregunta, como buen humorista, no sin sarcasmo, ¿qué puede significar un alegato menor y falso en el orden general de un universo caótico y sin un fin determinado? Y opina que declararse misántropo tiene una recompensa, la de que la gente no lo ha podido decepcionar en ningún momento.
Se negó a tener hijos biológicos, pues no considera que dar la vida a un ser humano es darle nada encomiable. En cambio, con Soon-Yi, feliz adoptó a dos hijas. Con inteligencia, cierra la historia de su vida con una nota positiva, incluso optimista, que no cito literalmente: me gusta hacer cine, escribir drama, escribir libros, así no se produzcan o no se publiquen nunca. Pase lo que pase con mi trabajo cuando yo muera, carece de importancia para mí.