Cubrebocas
ace mucho tiempo que existe Tu Día más Feliz
. La especialidad de la tienda son los vestidos para quinceañeras y novias. Cuando llegó la pandemia, el señor Nava pensó que, por falta de ventas, acabaría traspasando el local. No llegó a tanto, pero ha disminuido mucho la clientela. De milagro seguimos aquí las mismas de siempre, aunque nuestras comisiones bajaron.
Cuando empezó a decirnos qué medidas seguir para no contagiarnos, el señor Nava nos hizo una advertencia: nadie, absolutamente nadie podía estar en la tienda sin cubrebocas. Melania, que es bien ocurrente, le dijo: Don Serapio, ¿tampoco los maniquíes? Porque entonces hay que ponérselos.
La puntada nos causó mucha risa y le dijimos que estaba chiflis. ¿Cómo se le ocurría que un maniquí vestido de novia llevara un cubrebocas tosco, de esos que venden en las farmacias? Melania tuvo otra idea: hacer unas mascarillas de lujo que combinaran con los trajes de gala.
Allí quedó la cosa, pero al otro día Melania nos enseñó dos cubrebocas hechos con retazos de tela, sobrantes de encaje y canutillo. A todas nos fascinaron, pero no sabíamos si iban a tener la misma aceptación entre las clientas. Parece que sí. Hace poco que los pusimos en el aparador y han tenido mucho éxito, tanto que en las demás tiendas ya nos copiaron la idea. Hay veces en que las mujeres que pasan por aquí entran y nos preguntan si vendemos los cubrebocas por pieza o sólo con los vestidos.
II
Afortunadamente, ninguna de mis compañeras se ha enfermado, pero a la pobre de Yamilé se le murieron su papá y un tío, los dos por contagio. Su madre quedó muy mal de los nervios y a mi compañera el señor Nava le dio permiso de faltar dos semanas para que pudiera atenderla. Eso fue a finales de abril. Desde entonces, Yamilé no se ha presentado en la tienda.
El patrón dijo que, como están las cosas, era imposible contratar a otra empleada, así que tendríamos que repartirnos el trabajo de Yamilé. Yo, por ejemplo, además de vender, cuando le hacen un pedido urgente a Sarahí subo a ayudarle con los detalles.
Es algo muy delicado y laborioso, pero me gusta hacerlo porque aprendo y, además, Sarahí me cae muy bien. Es muy buena gente, muy cumplida y todo me lo pide por favor, lástima que sea de las personas a quienes hay que sacarles las palabras con tirabuzón. Además, nunca menciona a su familia y me he dado cuenta de que no le gusta tratar asuntos personales. La otra tarde como que se enojó porque le pregunté si pensaba salir con Paulino, uno de nuestros proveedores, que medio la enamora.
III
Sarahí es magnífica costurera y como diseñadora, mis respetos. Acaba de terminar un vestido primoroso que no le pide nada a los de boutique. Lo llamó Espuma de mar
, porque es de puro tul y lleva tirabuzones que parecen olas. Cuando lo vi puesto en Susy, nuestra maniquí más bonita, la felicité y le dije: Espero que la mujer que se lo ponga llegue a ser muy feliz, aunque la dicha no depende de un trapo bonito, sino de otras cosas.
Lo sé por experiencia. Miguel Ángel y yo estamos cumpliendo once años viviendo juntos. Como nunca nos hemos casado no he tenido traje de novia. No me importa: la cosa es que seguimos llevándonos bien.
Por la forma en que estuvo revisando cada detalle del Espuma de mar
comprendí que mi compañera estaba muy orgullosa de su trabajo. A la gente le va a encantar y estoy segura de que ese vestido se venderá rapidísimo, pero antes me gustaría ponérmelo, aunque fuera por dos minutos. Le pregunté si a ella también y me dijo: No. ¿Para qué? Hay cosas que no son para mí.
Como se dice, hay tiempo para todo: para hablar también. Había llegado el de Sarahí. Sin que le preguntara nada, me contó que hace años, mucho antes de llegar aquí, estuvo trabajando en una tienda de artículos para magos y disfraces. La dueña siempre la mandaba a una imprenta, en Lazarina del Toro, para que ordenara los volantes con que anunciaba su comercio.
Quien levantaba los pedidos era un muchacho alto, pecoso, simpático: Sergio. Una tarde que tuvieron problemas con las máquinas y el trabajo se demoró, los dos se pusieron a platicar. Ella le habló de trucos y disfraces, él de los muchos trabajos que había tenido. El último, como mecánico en una feria. Componiendo un volantín se había accidentado y el dueño lo despidió. En seguida se puso a buscar otro trabajo y al fin encontró el que tenía en la imprenta.
Del trato más o menos regular, nació entre ellos una amistad. Conversaban, se hacían bromas, hasta que un sábado él le propuso que fueran a tomar un café. Ella aceptó. La experiencia fue muy grata y a partir de entonces se volvieron habituales sus encuentros sabatinos.
Siempre que cruzaban por la calle de las novias Sarahí se detenía a ver los aparadores llenos de vestidos amplios, recargados, prometedores. En una ocasión él señaló hacia la vitrina y dijo: Me gustaría verte con aquel vestido puesto.
Ella interpretó esas palabras como una promesa y empezó a hacerse ilusiones, a imaginar la vida al lado de Sergio.
Una día que Sarahí llegó a la imprenta vio que él estaba en la entrada. La recibió con los brazos abiertos, quería que lo felicitara porque era su cumpleaños y tenía la tarde libre. Sobraban motivos y tiempo para comer juntos, sin carreras, en un buen lugar. Cuando él dijo que la llevaría a una fonda preciosa en la calle de Regina ella le hizo ver que eso estaba muy lejos. Él le aclaró que no tanto si iban en el coche que acababa de comprarle, en abonos, a un compañero de la imprenta.
Después de pasear un poco, Sergio dejó el automóvil en un estacionamiento y caminaron despacio rumbo a la fonda. Durante toda la comida no dejaron de conversar. Cuando estaban a punto de salir empezó a caer una lluvia muy fuerte. Él le pidió que lo esperara unos minutitos mientras iba por su automóvil. Se fue la lluvia, se hizo de noche y él no regresó a buscarla. Nunca ha vuelto a verlo y él tampoco ha aparecido en su trabajo. Ese abandono fue horrible y ocurrió hace ya mucho tiempo; sin embargo, Sarahí mantiene la esperanza de que Sergio regrese –como le prometió– dentro de unos minutitos.