ara Joe Biden, ser un candidato demócrata y católico a la presidencia tiene sus riesgos. Como creyente guarda los preceptos religiosos, pero sostiene no acatar los principios doctrinales de la Iglesia ni seguir las instrucciones pontificales ni de autoridad religiosa alguna. Biden sigue la línea trazada por John F. Kennedy que en los años sesenta los protestantes temían su docilidad ante Roma. Como respuesta tajante, el candidato Kennedy dijo en un discurso en Texas: “Creo en una América donde la separación de iglesias y Estado es absoluta, donde no hay prelado católico que induzca al presidente, si éste es católico, a cómo actuar; y a ningún pastor protestante induciendo a su rebaño por quién votar... Creo en un presidente cuyas opiniones religiosas son una cuestión privada” ( Remarks to an Assembly of Preachers in Houston, Texas, New York Times, 13/9/1960, p. 22). Este mismo posicionamiento, asumido por Biden es importante, porque en Estados Unidos lo religioso juega un papel cada vez más relevante en la vida política. En un país con un universo religioso tan diverso, las iglesias no sólo son portadoras de salvación, sino de conciencia social y política. Las razas y las diversas culturas en Estados Unidos encuentran cobijo bajo la identidad que ofrecen las adscripciones religiosas.
En comparación con otros países industrializados, la religiosidad en Estados Unidos es excepcionalmente alta, motivada según la hipótesis de diversos especialistas, por la incertidumbre de una sociedad altamente competitiva. Existe cierta vulnerabilidad en diversos tejidos sociales, inseguridad ante el riesgo y la desigualdad económica, a pesar de una prosperidad general indudable. Por tanto, las iglesias proporcionarían redes de seguridad y certeza que el Estado no brinda. Encuestas señalan que 87 por ciento dice creer en Dios; 55 por ciento dice que reza regularmente (comparado con casi 10 por ciento en Francia y 6 por ciento en Reino Unido) y una mayoría (56 por ciento) dice que creer en el Dios como se describe en la Biblia
.
Alan Cooperman, director de estudios religiosos en el Centro Pew de Investigación, establece una provocadora hipótesis para entender el comportamiento político de los creyentes en Estados Unidos. Señala que hay que separar afiliación religiosa de la religiosidad. Dice que existe un padrón histórico que, a mayor religiosidad, las personas tienden a ser más políticamente más conservadoras y procuran votar por los republicanos. Por el contrario, las personas adscritas a las iglesias pero con baja religiosidad tienden a ser demócratas (https://on.cfr.org/3ieRlWK).
Por ello Biden tiene que andar con cuidado, porque el ser católico no le garantiza el voto religioso. Por el contrario, la jerarquía y los católicos blancos miran con desconfianza las posturas liberales de Biden en materia moral, en torno al aborto, el derecho de los homosexuales, las parejas igualitarias y la adopción de hijos. En contraste de Donald Trump, Biden no habla de religión, sino desde la fe. Trump ofrece mayor libertad política a las estructuras religiosas y se declara abiertamente contra el aborto. Guiños y coqueteos para los sectores blancos protestantes, evangélicos y católicos que le dieron el triunfo en 2016.
Biden es hijo de una católica irlandesa. Educado por monjas y activo en su infancia en escuelas parroquiales. Sin embargo, desde muy joven tomó distancia del tradicionalismo católico y de su doctrina. Biden escribió un libro sobre su vida en la política, ahí expresó: Las convicciones sobre mí mismo, sobre la familia, la comunidad y sobre el mundo en general provienen directamente de mi religión. Sobre todo de la Biblia, las bienaventuranzas, los 10 mandamientos, los sacramentos o las oraciones que aprendí. Culturalmente soy católico
. Más que cultural, los católicos conservadores, le demanda ser doctrinariamente católico.
Biden podría contar con el favor electoral de los protestantes negros. Con el apoyo de los católicos hispanos, judíos y musulmanes. Pero sobre todo con los llamados nones
, las personas que no se identifican con ninguna religión organizada. Los nones han crecido, son probablemente más de una cuarta parte de la población adulta total de Estados Unidos, y han estado incrementando la preferencia demócrata. La verdadera interrogante sobre dicho segmento no es por quién votarán, sino si saldrán a votar. Resulta el segmento más apático y abstencionista del entablado electoral.
Biden goza de una amplia experiencia política, ha sido miembro del Poder Legislativo desde hace cerca de 50 años. Fue vicepresidente al lado de Barack Obama, de 2008 a 2016. Goza de una ligera ventaja, según diversas encuestas, sobre su competidor Trump en un contexto complejo. Estados Unidos enfrenta desde la gran depresión la mayor crisis económica, sacudido por la pandemia de Covid-19, conflictos raciales que quebrantan la estabilidad social. Trump, como presidente, ha desatado diversos conflictos internos y ha perdido capacidad de liderazgo a escala mundial. Un comportamiento personal que raya la frontera de lo éticamente permitido pero que, sin embargo, tiene eco en un amplio sector de la población.
El miércoles 19 de agosto de 2020, justo en el momento de su postulación, Joe Biden, de 77 años, desarrolló un mensaje político casi religioso. Reiteró la imagen de que esta elección será la batalla por recuperar el alma de Estados Unidos
. Repetidamente recurrió a los temas de la oscuridad y la luz. En este momento oscuro, creo que estamos preparados para encontrar la luz una vez más
, expresó Biden. Ofreció palabras de consuelo a las familias estadunidenses que han fallecido a causa del coronavirus. Instó a sus compatriotas a luchar contra el racismo y la división. “Les doy mi palabra: si me confían la presidencia, recurriré a lo mejor de nosotros, no a lo peor. Seré un aliado de la luz, no de las tinieblas… el amor es más poderoso que el odio. La esperanza es más poderosa que el miedo. La luz es más poderosa que la oscuridad.” Biden coqueteó con la escatología católica.