Sábado 3 de octubre de 2020, p. a12
Vivaldi es una combinación ganadora. Las grabaciones con su música se multiplican de manera semejante a las obras de otros reyes de la taquilla: Mozart, Bach y Beethoven.
La magia de Vivaldi: pone siempre de buenas. Es una música optimista. Es dúctil, maleable, transparente y transpirante.
Transpirante: una de las grandes instrumentistas de la historia es la violinista moldava Patricia Kopatchinskaja, conocida por la calidad de su sonido y su capacidad energética; en escena es un huracán, su rendimiento físico incluye saltos, contorsiones, pliés, demipliés. Una marabunta.
Su nuevo disco es una joya; su título, una pregunta: What’s next Vivaldi? Que literalmente sería: ¿Qué sigue, Vivaldi? Y también: ¿Qué más, Vivaldi? Y luego: ¿Y entonces, Vivaldi, qué? Y ya de plano: ¿Tons qué, Vivaldi?
Este nuevo disco de Patricia Kopatchinskaja es varias cosas juntas: uno de los mejores discos de Vivaldi grabados en mucho tiempo, una lectura interesantísima de la obra del Cura Rojo, una demostración del sentido de libertad en la música del veneciano y una conversación entre Vivaldi y algunos compositores que escribieron obras en diálogo con él, especialmente para este álbum.
Setenta minutos de música repartida en 23 tracks que reúnen conciertos legendarios de Vivaldi, como el que da comienzo al disco: La tempesta di mare, en balance con miniaturas escritas por compositores italianos contemporáneos: Aureliano Cattaneo (1974), Luca Francesconi (1956), Simone Movio (1978), Marco Stroppa (1959), Giovanni Sollima (1962), para rematar el disco con una pieza fascinante de Béla Bartók (1881-1945): Szól a duda.
El disco entero se sale de lo convencional, cosa que agradaría mucho a Antonio Vivaldi. Para comenzar, el estilo interpretativo de Patricia Kopatchinskaja consiste en dos elementos primarios: su elevadísima calidad musical y su muy peculiar estilo, salvaje.
Para ilustrar el párrafo anterior, contaré la impresión que causó cuando se presentó en la sala Nezahualcóyotl, como solista de la Ofunam: apareció en escena enfundada en un precioso vestido que parecía salido del fresco de Botticelli La primavera: floral, vaporoso, mágico. En su mano izquierda portaba su preciado y precioso violín Pressenda de 1834 y en la izquierda el arco, también una joya de laudería, y un pañuelito blanco con bordados en rojo, campesino, moldavo. Al caminar, levantaba con gracia los pliegues del vestido por encima de sus muslos. Toda ella sonrisas. Una imagen edénica.
En la butaca atrás de mí, una señora como si hubiese sido elegida para representar a esa fracción del público de la Ofunam, tan apegado a los caballitos de batalla y las programaciones e interpretaciones comme il faut, comenzó a recitar, como hipnotizada: “¡Está descalza, está descalza, está descalza…!”, como diciendo: está desnuda.
Patricia Kopatchinskaja interpretó entonces el Concierto Cuatro con su exquisito violín construido por el laudero de Turín, don Giovanni Francesco Pressenda (1777-1854) y en el momento en que llegó a la cadenza, escrita por ella misma, todo se volvió edénico en la sala Nezahualcóyotl. Al terminar la interpretación de Mozart, el público aplaudía, delirante. La señora de atrás de mí aplaudía y seguía repitiendo su mantra hipnótico: “¡Está descalza, está descalza, está descalza…!”
Esa costumbre de tocar descalza la adquirió la Kopatchinskaja de casualidad: tan concentrada en la dificultad técnica de la obra que estudiaba en ese momento, que olvidó ponerse zapatos y así ensayó con la orquesta en turno.
Experimentó otro nivel de paroxismo, que suele comunicar al público: con los pies desnudos, argumenta ella, puede escuchar a toda la orquesta cuando es solista, a través de la planta de los pies, esa vibración telúrica.
Ya nada más para completar la anéctora
: después de ella se presentó como solista otro gigante de la interpretación musical en nuestros días: el pianista turco Fazil Say, todo un personaje: gigantesco, corpulento, inclinada su cabeza sobre el teclado del piano, como si tuviera joroba, y mientras toca, gime, masculla, ah, y ¡dirige a la orquesta, a pesar de que hay un director en el podio! En el asiento de atrás de mí, un señor, como si hubiera sido elegido por votación para representar a esa fracción del público de la Ofunam caracterizado por su conservadurismo, comenzó a recitar, hipnotizado: “¡Está loco, está loco, está loco…!”
Al terminar la interpretación solista, también con cadenza escrita por él mismo, Fazil Say, el público aplaudía, delirante.
En el intermedio, en la fila del baño de la sala Nezahualcóyotl, el señor de la butaca de atrás dijo a su compañero de aventuras en las butacas: ¡Está loco, pero es un genio!
Bueno, así es nuestra heroína del Disquero de hoy, una violinista fuera de serie y fuera de lo establecido.
Su nuevo disco, What’s next Vivaldi?, lo grabó como solista de la orquesta de excelencia Il Giardino Armonico, cuyas grabaciones discográficas siempre le han parecido una bocanada de novedad y frescura
y le recuerdan la música de su infancia: música campesina moldava, interpretada por sus padres, músicos.
El estilo interpretativo de Kopatchinskaja es, dice ella misma, antiacadémico, antifilológico y moderno en el más avanzado sentido del término
. Entonces son afines ella y la orquesta, pues el estilo de Il Giardino Armonico es, define ella, una joya de articulación y decoración de las frases, un idioma bizarro. Confirmó mi manera radical de escucha: fuera de estilo y época, pues lo esencial es poner la música en su moneda de cuño para una experiencia real, peligrosa, atenta a todos los sentidos
.
Y, efectivamente, experimentamos el peligro, la zozobra de La tempesta di mare, concierto de Vivaldi integrado en su ciclo monumental titulado Il Cimento dell’Armonia e dell’Inventione. En el librillo del disco, que se puede adquirir en Internet, versión digital, se incluye una reproducción del óleo clásico de William Turner (1775-1851, coetáneo de Vivaldi y de Pressenda) titulado Snow Storm-Steam Boat off a Harbour’s Mouth, de la colección permanente de la Tate Gallery de Londres.
En las notas al programa, Lukas Fierz cita al fiero Friedrich Nietzsche cuando en Humano, demasiado humano se refiere a las versiones históricas
o filológicas
de las obras del siglo XVIII y luego cita a Herbie Hancock y a Michelangelo Antonioni cuando ambos, compositor y cineasta, decidieron la música para el filme Blow-up: Nosotros solamente juntamos las escenas y el espectador puede hacer su propia interpretación
.
Así sucede con Vivaldi: podemos disfrutar las deliciosas versiones filológicas, por ejemplo, de la orquesta The English Concert, tan estricta en su quehacer comme il faut, que a pesar de ellos hay momentos en que pareciera que estamos escuchando una obra contemporánea.
Así de poderosa es la música de Vivaldi y en manos de orquestas italianas especializadas, como Europa Galante y La Serenissima, con Il Giardino Armonico y Patricia Kopatchinskaja en el álbum que hoy recomendamos con entusiasmo, What’s next Vivaldi?, tenemos alegría, retozo, jolgorio y gozo.
¡Viva Vivaldi!