l 3 de noviembre se conocerá el nombre del presidente de Estados Unidos, Donald Trump relegido o Joe Biden el ex vicepresidente. Es muy posible que tengan que pasar algunos días antes de conocer el resultado en la medida en que, debido a la pandemia, muchos votos se enviarán por correo y otros se harán por Internet, todo lo cual supone un posible retraso en el conteo y, por tanto, conocer con exactitud algo que, no es exagerado decir, el mundo espera con inquietud.
Esto se debe a que la presidencia de Trump ha estado salpicada de decisiones que han hecho bailar las bolsas, devaluar las divisas, erráticos movimientos comerciales, pero sobre todo, ha puesto en peligro el multilateralismo. Por ejemplo, con la salida de organismos internacionales en los momentos más inapropiados, como fue en el caso de la Organización Mundial de la Salud, al asegurar que el organismo favorece a China; amenazar con salir de la Organización Mundial del Comercio; al romper con el Acuerdo de París contra el Cambio Climático; abandonar a la Organización de los Derechos Humanos de Naciones Unidas; sacar a Estados Unidos del acuerdo nuclear con Irán; salir de la Organización para la Educación, la Ciencia y la Cultura de Naciones Unidas; rechazar entrar al Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica; amenazar con salir de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Más o menos ha salido de siete acuerdos de cooperación internacional, en un mundo con tantos focos rojos contra la paz y cuando la cooperación es tan necesaria para resolver los conflictos.
México se verá afectado, sin importar demasiado quién gane la presidencia del vecino país. En el caso de ser relecto Donald Trump, el inestable entendimiento con Andrés Manuel López Obrador (AMLO) mantendrá al país siempre en alerta, pues la amenaza de los aranceles sobre productos mexicanos en el caso de que México no atendiera la demanda de Estados Unidos para detener a los migrantes en la frontera, si bien se detuvieron los aranceles, tuvo consecuencias muy desafortunadas. Sobre todo, porque se dio reversa a la propuesta de AMLO de iniciar una nueva política migratoria que girara de manera central en el respeto a los derechos humanos y, lo más importante, reconocer que esos flujos de personas se desplazan por problemas no resueltos en sus países de origen, pobreza, violencia, desempleo, represión, carencia de programas sociales, etcétera. Por tanto, ameritaban visas humanitarias, asilo a quien lo requiriera y, por supuesto, libre tránsito por el país; además de poner en marcha una propuesta de desarrollo integral para la región con el apoyo de organismos internacionales como la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), y buscar la participación de Estados Unidos y Canadá. Lamentablemente esto no sucedió. Por el contrario, la decisión del gobierno fue asentar a la Guardia Nacional en las fronteras para impedir el paso de los migrantes. No hay duda de que los traficantes de personas organizan en muchas ocasiones a estas personas desesperadas, les cobran enormes sumas de dinero, y luego los abandonan a su suerte. En este sentido, esos delincuentes deben ser castigados, pero a los migrantes hay que apoyarlos. Si Donald Trump se relige como presidente, no hay sorpresas.
De acuerdo con las últimas encuestas, Joe Biden tiene ventajas importantes sobre su oponente, aunque no hay que desestimar que Trump ha sido contagiado de Covid-19 y las encuestas pueden moverse en un sentido u otro. Cuando se contagió Boris Johnson, el primer ministro británico, subieron las encuestas en su favor en forma sustancial, al punto de ganar.
Pero, ¿qué se podría esperar de un presidente demócrata? La historia muestra que en relación con los migrantes han sido poco amistosos. Por ejemplo, fue Bill Clinton quien ordenó aplicar los programas más agresivos en la frontera para evitar que pasaran los migrantes; con Barak Obama las deportaciones se incrementaron al grado de llamarlo jefe de las deportaciones
, si bien hay que reconocer que formuló el programa DACA, que favorece a los jóvenes de padres indocumentados que llegaron de niños a Estados Unidos. No hay duda de que es un programa no sólo importante, sino justo, pues impide que esos jóvenes sean deportados, que trabajen y que sigan sus estudios, esquema que, por cierto, Trump ha buscado terminar.
Por su parte, Biden ha manifestado su oposición a la política inhumana de Trump de separación de las familias, de separar a los niños de sus padres, también ha mostrado interés por lanzar una reforma migratoria integral, pero no está claro si participaría en la propuesta de AMLO y la Cepal para apoyar el desarrollo integral de la región.
Ante este panorama, y para que México mantenga su propuesta en el sentido de atender que los migrantes salen de sus países forzados, por tanto, es deber y responsabilidad de los gobiernos crear las condiciones económicas, sociales y de bienestar para que el fenómeno migratorio sea una opción, no una necesidad; debería darse un giro estratégico. Un camino no sólo deseable, sino posible, es reforzar la cooperación regional con Latinoamérica para consolidar capacidades productivas, comerciales, educativas, de investigación, ciencia y tecnología, en el marco de un desarrollo independiente y soberano, lo que permitiría, además, reducir los efectos nocivos del T-MEC que mantiene a México como país ensamblador y maquilador, una de las causas de la expulsión de mano de obra.
Una nueva estrategia geoeconómica daría mejores armas al país para enfrentar las permanentes tensiones, vaivenes y conflictos de estar, inescapablemente, tan cerca de Estados Unidos y tan lejos de Dios
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